Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado: «¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto! Todo esto me han urdido mis enemigos malvados».
ANÓNIMO
El fusilamiento en 1896 de José Rizal, acusado de conspirar contra la integridad territorial española avivó el movimiento de independencia, dirigido por su nuevo jefe, Emilio Aguinaldo quien, junto con Andrés Bonifacio, se lanzó a la lucha más enconada. Dos años más tarde, la revolución declaró la República de Filipinas, el 12 de junio de 1898. Al iniciarse el conflicto hispano-norteamericano, provocado en apariencia por la destrucción del buque de guerra norteamericano Maine en La Habana, los nacionalistas filipinos prestaron su ayuda a los Estados Unidos con la esperanza de conseguir la independencia del país tras la derrota española. Sin embargo, Estados Unidos, a cuyo poder pasó el Archipiélago en virtud del segundo Tratado de París de 1898, rehusó conceder la independencia a los nacionalistas y se entabló una sangrienta guerra.
Emilio Aguinaldo
Reseña verídica de la revolución filipina
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nadie4ever07.10.2013
Título original: Reseña verídica de la revolución filipina
Emilio Aguinaldi, 1899
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EMILIO AGUINALDO. (Cavite, 22 de marzo de 1869 — Manila, 6 de febrero de 1964) fue un general y político filipino, uno de los líderes del movimiento independentista de su país. Presidió el primer gobierno de la República de Filipinas, aunque su gobierno no obtuvo reconocimiento internacional. Luchó en la guerra independentista de 1898 contra España y al año siguiente en la guerra contra los Estados Unidos.
I. LA REVOLUCIÓN DE 1896
España dominó las Islas Filipinas por más de Tres siglos y medio, durante los cuales, abusos de la frailocracia y de la Administración acabaron con la paciencia de los naturales, obligándoles en los días 26 al 31 de Agosto de 1896, a sacudir tan pesado yugo, iniciando la revolución las provincias de Manila y Cavite.
En tan gloriosos días levantáronse Balintawak, Santa Mesa, Kalookan, Kawit, Noveleta y San Francisco de Malabon, proclamando la independencia de Filipinas, seguidos, a los cinco días, por todos los demás pueblos de la provincia de Cavite; sin que para ello existiera concierto previo para ejecutar el movimiento, atraídos sin duda alguna por el noble ejemplo de aquellos.
Por lo que toca a la provincia de Cavite, si bien se circularon órdenes de llamamiento por escrito firmadas por D. Agustin Rieta, D. Cándido Tirona, y por mí, Tenientes de las tropas revolucionarias, sin embargo, no había seguridad de que fueran atendidas, ni recibidas siquiera; como en efecto, una de estas órdenes cayó en manos del español D. Fernando Parga, Gobernador Político Militar de la provincia, que dio cuenta al Capitán General Don Ramón Blanco y Erenas quién ordenó a seguida, combatir y atacar a los revolucionarios.
La Providencia que había señalado sin duda la hora de la emancipación filipina, protegió a los revolucionarios; pues solo así se explica que hombres armados de palos y gulok, sin disciplina ni organización, vencieran a fuerzas españolas de Ejército regular, en los rudos combates de Bakoor, Imus y Noveleta, hasta el extremo de arrebatarles numerosos fusiles; lo que obligó al General Blanco a suspender las operaciones y tratar de sofocar la revolución por la política de atracción, pretextando que no le gustaba «hacer carnicería en los filipinos».
El Gobierno de Madrid, no aprobando esta clase de política del General Blanco, envió al Teniente General don Camilo Polavieja para relevarle del cargo, mandando al propio tiempo, tropas regulares de españoles peninsulares.
Polavieja con 16 mil hombres armados de Maüser y una batería de cañones, atacó a los revolucionarios, con energía; apenas reconquistó la mitad de la provincia de Cavite; y habiéndose enfermado, dimitió el cargo en Abril de 1897.
Relevado D. Camilo Polavieja por el Capitán General D. Fernando Primo de Rivera, éste anciano guerrero persiguió en persona a los revolucionarios con tanta firmeza como humanidad, logrando reconquistar toda la provincia de Cavite y arrojando a los rebeldes a las montañas.
Entónces senté mis reales en la abrupta y desconocida sierra de Biak-na-bató, donde establecí el Gobierno Republicano de Filipinas, a fines de Mayo de 1897.
II. EL TRATADO DE PAZ DE BIAK-NA-BATÓ
Don Pedro Alejandro Paterno estuvo varias veces en Biak-na-bató a proponer la paz, que después de cinco meses y largas deliberaciones, quedó concertada y firmada en 14 de Diciembre de dicho año 1897, bajo las bases siguientes:
1.a Que era yo libre de vivir en el extranjero con los compañeros que quisieran seguirme, y habiendo fijado la residencia en Hong kong, en cuyo punto debería hacerse la entrega de los 800,000 pesos de indemnización, en tres plazos: —400,000 a la recepción de todas las armas que había en Biak-na-bató—200,000 cuando llegaran a 800 las armas rendidas y los últimos 200,000 pesos al completarse a 1,000 el número total de las mismas y después de cantado el Te Deum en la Catedral de Manila, en acción de gracias. —La segunda quincena de Febrero se fijó como tiempo máximo para la entrega de las armas.
2.a El dinero sería todo entregado a mi persona, entendiéndome con entera libertad con mis compañeros y demás revolucionarios.
3.a Antes de evacuarse Biak-na-bató por los revolucionarios filipinos, el Capitán General Sr. Primo de Rivera me enviaría dos Generales del Ejército español, que permanecerán en rehenes hasta que yo y mis compañeros llegásemos a Hong-kong, y se recibiera el primer plazo de indemnización, o sean los 400,000 pesos.
4.a También se convino suprimir las Corporaciones religiosas de las Islas y establecer la autonomía en el orden político y administrativo, aunque a petición del General Primo de Rivera, éstos extremos no se consignaron por escrito, alegando que era muy humillante hacerlo así para el Gobierno Español, cuyo cumplimiento por otra parte, garantizaba él con su honor de caballero y militar.
El General Primo de Rivera entregó el primer plazo de 400,000 pesos mientras aún permanecían los dos Generales en rehenes.
Nosotros, los revolucionarios, cumplimos por nuestra parte con la entrega de armas, que pasaron de mil, como consta a todo el mundo por haberse publicado la noticia en los periódicos de Manila. Pero el citado Capitán General dejó de cumplir los demás plazos, la supresión de frailes y las reformas convenidas, no obstante haberse cantado el Te Deum; lo que causó profunda tristeza a mí y a mis compañeros; tristeza que se convirtió en desesperación al recibirse la carta del Teniente Coronel D. Miguel Primo de Rivera, sobrino de dicho General y su Secretario particular, avisándome que mis compañeros y yo no podríamos ya volver a Manila.
¿Es justo éste proceder del representante del Gobierno de España? —Contesten las conciencias honradas.