Hace un siglo, un joven serbio asesinó en Sarajevo al heredero de la corona austro-húngara. El crimen dio al gobierno austriaco la excusa que buscaba para entrar en guerra con Serbia. Una reacción en cadena provocó que en pocas semanas los principales estados europeos se declararan la guerra entre sí. Verdún, el Marne, el Somme, los lagos Masurianos o Gallipoli fueron escenarios donde millones de hombres fueron sacrificados, a veces por unos pocos metros de territorio. Esta obra expone una descripción resumida de los principales acontecimientos de un conflicto que dejó más de 20 millones de muertos en los campos de Europa y que transformó el continente en una inmensa tumba de barro.
Alberto Gallego-Casilda Colino
La tumba de barro
Historia resumida de la Primera Guerra Mundial
ePub r1.0
Arnaut 23.12.13
Alberto Gallego-Casilda Colino, 2013 Diseño de portada: Redna G. Editor digital: Arnaut ePub base r1.0
Para Carlos y Lola
«La vida ha embotado nuestra sensibilidad
para que no desfallezcamos ante el horror».
E RICH M ARIA R EMARQUE ,
Sin novedad en el frente
Uno de julio de 1916
A las siete y media de la mañana del 1 de julio de 1916 los jóvenes británicos del Cuarto Ejército se escondían en sus trincheras en la rivera del río Somme, esperaban la orden para lanzarse sobre las líneas alemanas. La mayoría de ellos carecía de experiencia previa en combate, temían que el fuego de las ametralladoras les impidiera progresar por la tierra de nadie antes de alcanzar la línea de parapetos situada frente a ellos. Durante una semana la artillería había machacado las posiciones enemigas y convirtió todo el paisaje del frente en una extensión de barro, cráteres y cuerpos destrozados. La señal de avance llegó. Los oficiales británicos hicieron sonar los silbatos y los soldados salieron de las defensas mientras gritaban y embestían contra los alemanes. Había comenzado la batalla del Somme.
Las previsiones del Alto Mando habían sido erróneas: pese al castigo artillero muchas ametralladoras alemanas permanecían intactas, protegidas en zonas blindadas y en cotas elevadas, listas para detener el asalto de la infantería. En el instante en que los británicos se agruparon para intentar traspasar las brechas abiertas por la artillería cayeron aniquilados por el fuego enemigo. La primera acometida fue exterminada. Cuando los mandos ordenaron un segundo avance necesitaron obligar a sus hombres con el objeto de que abandonaran la protección de la trinchera, aterrados ante el panorama de una muerte segura. La segunda oleada fue barrida como la anterior. Tras el intento de asalto los pocos que regresaron estaban heridos; así les sucedió a los jóvenes del Batallón de Terranova: de los 810 hombres que salieron de la trinchera aquella mañana 310 murieron y 350 resultaron heridos.
La guerra había empezado dos años atrás. Quizá no existan fechas en la historia tan atroces, una de las más simbólicas de lo que fue la primera guerra mundial: el día que se inició la ofensiva británica en el río Somme. Fue la batalla más sangrienta de todo el enfrentamiento, sólo superada por Stalingrado en el siguiente conflicto. En las trincheras del Somme cayeron más de un millón de hombres. Sólo el primer día, el 1 de julio de 1916, los británicos sufrieron 20.000 muertos y 40.000 heridos. Veinte mil jóvenes ingleses perecieron en un solo día frente a las ametralladoras alemanas. Los norteamericanos perdieron a 60.000 hombres en Vietnam durante casi 10 años y aquello produjo una conmoción en su sociedad de la que aún no se han recuperado, esto nos muestra la envergadura de la tragedia. Así fue lo que sus contemporáneos denominaron la Gran Guerra , el acontecimiento que marca el inicio de un siglo dominado por la locura y la masacre. El balance final superó los veinte millones de muertos.
Cuando se firmaron los diferentes armisticios y la masacre terminó se produjo una transformación de tal magnitud que aún hoy vivimos algunas de las consecuencias. Si observamos un mapa o leemos noticias en la prensa veremos los nombres de algunos estados que no existían antes de 1914. Letonia o Finlandia se crearon como resultado del armisticio entre Rusos y Alemanes; la mayoría de los países árabes actuales nacieron a partir del reparto del Imperio otomano como un simple botín, casi siempre sin tener en cuenta las divisiones tribales árabes. Los tratados de paz diseñaron divisiones artificiales que llevaban el conflicto en su propia definición, ya que no se tuvo en consideración a la población que habitaba en ellos. Afirmar que el conflicto entre palestinos e israelíes es efecto de la primera guerra mundial es una simplificación excesiva, pero es difícil negar que los británicos favorecieron su génesis al prometer a ambas comunidades una patria en Palestina. Los nacionalistas serbios, que en los años noventa del siglo XX masacraron a las poblaciones civiles bosnias, kosovares y croatas; recurrieron a las matanzas que sufrieron ellos en la Gran Guerra para presentar sus actos como una venganza, un ajuste de cuentas con casi cien años de retraso.
En el siglo XIX las guerras no habían sido tan cruentas como la que se avecinaba. Su duración fue menor y los que sufrían sus efectos eran, sobre todo, los combatientes. Se favoreció una visión de la guerra que era con frecuencia aceptada por la sociedad, incluso defendida. Pero todo cambió. El esfuerzo económico fue tan enorme que era inevitable una hambruna que exterminara a millones de personas. La mayoría de los varones en edad de trabajar fueron enviados al frente, donde muchos murieron o quedaron lisiados. En las potencias centrales a la ausencia de mano de obra para la agricultura se añadió un bloqueo marítimo que dejó a la población civil desabastecida. Los rusos, ante el avance alemán, imitaron la táctica empleada contra Napoleón: tierra quemada; la población civil se vio obligada seguir al ejército en su retirada hacia el interior, millones de ellos no lo lograron y perecieron en la estepa de hambre, frío y agotamiento. El nacionalismo se convirtió en una idea asesina, en una excusa para la masacre. Los movimientos que habían nacido con la idea de unir a los pueblos o para defenderse de la opresión de estados totalitarios quedaron manchados de sangre, una mancha de la que aún no se han librado.
Es posible que la principal diferencia entre la primera guerra mundial y las anteriores sea el aterrador número de bajas. Los generales habían sido instruidos en una forma de combatir que demostró ser anticuada, criminal e ineficaz. Los viejos esquemas militares: cargas veloces de la caballería para penetrar las líneas seguidas del asalto frontal de la infantería, no sirvieron de nada ante el empleo masivo de las nuevas armas producto de la mejora técnica y la industrialización. El arrojo se demostró inútil ante las ametralladoras, las alambradas, los lanzallamas o el gas. La forma de hacer la guerra del siglo anterior se convirtió en una medio eficaz para exterminar a los combatientes. La mayoría de los soldados que lucharon en el frente fueron heridos o murieron. En las trincheras del Somme o Verdún los hombres conocían cuál iba a ser su futuro casi con total seguridad.
Por primera vez la totalidad de una sociedad se dedicó a la guerra. La economía sólo producía para el frente, todo el esfuerzo se enviaba al barro, el capital humano y social fue enterrado en las trincheras. La consecuencia fue que los estados quedaron exhaustos. Muy pronto se comprendió que vencería aquél que fuera capaz de resistir más. Ya no sería como en el pasado; cuando las guerras eran ganadas por los que tenían los ejércitos más preparados, los mejores generales o las mejores tácticas. La guerra sería de desgaste y perdería aquella sociedad que antes entrara en colapso, conseguiría la victoria quien pudiera inmolar a un mayor número de sus jóvenes.
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