P. Antonio Cerda - Crónica de una absurda obsesión

Crónica de una absurda obsesión

Pío Antonio Cerda

Windmills International Editions, Inc.

California - USA – 2014

Crónica de una absurda obsesión

Autor: Pío Antonio Cerda

Writing: 2014

Edition Copyright 2014: Pío Antonio Cerda

Windmills International Editions, Inc.

Diseño de Portada: WIE

Dirección General: Cesar Leo Marcus

www.windmillseditions.com

windmills@windmillseditions.com

ISBN 978-1-312-72764-9

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Pío Antonio Cerda

Nació en Navarrete, Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el 11 de julio de 1968. Es el terecero de una familia de nueve hijos procreados por Ulises Antonio Cerda Rodríguez y Ana Amantina Delgado Jiménez. Cursó estudios en el Instituto Superior de Agricultura (ISA) y en el Centro de Estudios y Servicios Secretariales (CEYSE), en la ciudad de Santiago de los Caballeros. Durante su estadía en el ISA, motivado por las clases impartidas y las lecturas sugeridas por el Licenciado Jesús Rodríguez, su propefesor de Lengua Española, cultivó el interés por la lectura de textos de corte literario y ese interés lo llevó posteriormente a cultivar el arte de la literatura. Autor también de Versos Diversos (poemas, 2013) y Gotas de Fe, Vida y Esperanza (poemas, 2014).

Crónica de una absurda obsesión

Pío Antonio Cerda

Prólogo

Comencé a leer textos de corte literario hace más de veinticinco años a instancias del Licenciado Jesús Rodríguez, mi profesor de Lengua Española, allá en los tiempos de la secundaria. Corría la segunda mitad de los ochenta. Cursaba yo el Bachillerato Agrícola que a la sazón ofrecía el Instituto Superior de Agricultura en Santiago de los Caballeros. En aquellos días me encontraba lejos de saber que el hábito de la lectura enraizaría en mí hasta convertirse en la costumbre que me es hoy, y más lejos aún de conocer que despertaría mi interés por la escritura, una pasión posesiva, intensa, divertida. Poco a poco fue creciendo el deseo, mientras en mi fuero interno se desarrollaba ese sentido de la percepción inherente a todo buen lector. Entonces llegó un momento en el que, empujado por un entusiasmo indescriptible, me vi impelido a escribir mis propias historias. Los relatos que constituyen el presente volumen son una muestra del resultado logrado al darle curso a aquel impulso.

Creo que pecaría de ingrato si no hiciera aquí merecida mención de lo útil que me ha sido la lectura meditativa de las pautas y recomendaciones que sobre el oficio de cuentista ofreciera el escritor dominicano Don Juan Bosch en su breve ensayo titulado “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, incluido en la tercera edición de sus “Cuentos Escritos en el Exilio”, que contiene consejos puntuales, los que recomiendo leer a todo el que sueñe con dedicarse a la escritura de este tipo de textos. Su lectura ha sido para mí una excelente guía.

Cuando alguien escribe una historia, un poema, un relato, en fin; cuando trae a la luz una de sus ocurrencias literarias, entonces ya ha experimentado el mayor de los placeres derivados del hecho. En consecuencia, lo que resta es, si se quiere, procurar que otros puedan leerlas, brindando así a contemporáneos y a futuras generaciones una fuente de entretenimiento. Es ese el sencillo motivo que tengo para hacer pública la colección que ahora tiene usted en sus manos. ¡Disfrútela!

El autor

Ocubre del 2014

INDICE

1. Crónica de una absurda obsesión... 09
2. Cosas de esas que pasan... 28
3. La ocurrencia de Mundito... 31
4. El resignado... 37
5. Un sentido asesinato... 45
6. La mujer de los ojos de sapo... 50
7. Don Pancho y la muerte... 58
8. La incompleta... 66
9. El eterno recuerdo de Doña Ernestina... 71
10. El encargo... 77
11. El ciclo roto... 84
12. Ernesto y la dama de la bella sonrisa... 91
13. Los recuerdos de un viejo can... 98
14. A la hora del café... 120

Crónica de una absurda obsesión

Pío Antonio Cerda

I-. Crónica de una absurda obsesión

El día en que me enteré de lo ocurrido yo había salido de casa justo cuando el viejo reloj de la plaza pública contaba sus siete campanadas matutinas. Iba rumbo a mi lugar de trabajo ubicado en la misma calle en que resido, a unas cinco cuadras en dirección sur. Llegué a la segunda y busqué con la mirada al canillita. El viejo Alvarado me pasó el periódico sin responderme el saludo y extendió la pálida palma de su diestra para pedirme el cobro, petición a la que accedí con similar mutismo y proseguí mi camino.

Decidí echar una ojeada al diario mientras avanzaba. Justo en primera plana, mis ojos tropezaron con una fotografía que me resultó familiar. Leí el titular: “Muere joven que en la pasada semana fue atropellado por un auto.” Como se comprende, hube de pasar de inmediato a los detalles. Al finalizar la lectura yo era ya presa de la tristeza al saber con certeza que había perdido a uno de mis mejores amigos de infancia y, aunque comprendí que no quedaba nada por hacer, aquella noticia alteró mis ánimos. Pasé todo el día tenso, nervioso, desconcentrado. Me sentí culpable por no haberlo buscado en algo más de una década y recordé uno por uno los buenos momentos que habíamos compartido durante niñez. La jornada laboral me supo a eternidad. Cuando finalizó no lo pensé dos veces: tomé un taxi y me fui a visitar a la viuda.

Al arribar encontré cerrada la puerta frontal. Un silencio pesado y triste arropaba el entorno, evocando con nostalgia el vacío generado por la ausencia de un ser querido que se ha marchado para no volver. Atravesé el patio y me paré en el umbral de la puerta trasera. Dos veces tuve que pronunciar mi saludo para poder ser escuchado. Una mujer alta, de piel clara y atractivas facciones salió a recibirme, sosteniendo entre sus brazos un bebé. Nunca olvidaré aquel rubor de timidez y pena impreso en su rostro, que denunciaba con claridad meridiana el sufrimiento que a la sazón padecía. Se veía pálida, extenuada y con pocas fuerzas. Tenía puesta una bata gris que le llegaba hasta los tobillos y su abundante cabellera negra, entubada sobre la nuca y un tanto alborotada, acentuaba su imagen de mujer sufrida. Después de intercambiar una tenue expresión solidaria y no hallando cómo continuar, fijé mi vista en la tierna criatura para preguntar:

—¿Cómo se llama?

—Alfonsina —me dijo.

Me invitó a tomar asiento y se sentó frente a mí. La miré de frente y percibí un leve destello de consuelo en sus ojos.