Prefacio
E
L imperio español fue uno de los más extensos y, por sus actos, de los más decisivos de la historia del mundo. La historia de su ascenso a la cumbre del poder y de los hombres que participaron en él ha sido contada en numerosas ocasiones . En las páginas siguientes me propongo considerar, siquiera brevemente, la trayectoria de tan solo diez hombres de entre los muchos que influyeron en los sucesos que resultaron determinantes para la evolución del imperio. Diez hombres solo, ¡en dos siglos y medio! Puede parecer un número muy escaso, pero esos hombres tuvieron un papel excepcional, fueron héroes y dejaron su huella en la historia.
Y, recordémoslo una vez más, muchos de ellos no eran españoles. Lo cierto es que el imperio español (o la «monarquía hispánica», como algunos prefieren llamarlo) era una familia compuesta por muchas naciones y personas de culturas y razas muy distintas, y todas contribuyeron a los logros de los más afamados, de los escogidos. Si los diversos pueblos de la Península participaron en la forja del poder de España, muchos hombres que no eran oriundos de la Península contribuyeron a la conservación de ese poder. Los diez que he elegido son bien conocidos de los lectores familiarizados con la historia de España. Evidentemente, aparecen en estas páginas porque contamos con información fiable sobre su vida y porque están indisolublemente asociados con acontecimientos históricos concretos memorables por propio derecho. Podría haber escogido a otras figuras de la historia española :
Con mucho gusto hablaría de los valientes generales y capitanes de infantería de España, pero sería una tarea interminable, porque hubo tantos que mi crónica se alargaría y alargaría y acabaría aburriendo en lugar de entretener, porque esa nación siempre ha sobresalido en la práctica militar, como ha demostrado con todo lo conseguido en los cien últimos años.
La lamentable falta de información sobre los héroes militares de España afecta también a sus capitanes del mar, de quienes, a pesar de que surcaron casi todos los océanos del mundo, desconocemos la mayoría de sus hazañas. Con una excepción notable, ninguno de los almirantes del país ha recibido hasta la fecha la atención que merece de los historiadores profesionales .
¿Por qué elegir el término «héroe»? Resulta útil porque todas las personas de las que aquí me ocupo se transformaron con el paso del tiempo en hombres que a ojos de los demás contribuyeron de manera excepcional a la gloria de la nación. En sociedades como la estadounidense .
Tanto El Cid como Don Quijote fueron, naturalmente, figuras militares hasta cierto punto y fruto de una época en la que se adquiría estatus mediante las hazañas heroicas, hecho que excusa mi decisión de ocuparme en las presentes páginas solo de soldados, de hombres de armas cuyo papel de héroes trascendió las fronteras y les confirió una reputación internacional perdurable. El soldado español de la gran época del imperio ha sido objeto de muchos estudios eruditos, pero, por desgracia, la imagen que suele prevalecer en la mentalidad general es la de las novelas populares, que distorsionan el pasado y prestan muy escasa atención a los hechos. Da la casualidad de que ese tipo de distorsión ha afectado también a alguno de los personajes de este libro. Precisamente porque podría tenérseles por héroes, quienes los vieron bajo un prisma distinto prefirieron cuestionar su heroísmo, su papel y su significado históricos. Al final de cada capítulo y tras perfilar los logros militares de nuestros personajes, repasaremos imágenes artísticas relevantes con el fin de precisar para quién fueron unos héroes y veremos de qué modo esas imágenes se han empleado para exagerar o rebajar su reputación.
¿Qué tipo de «gloria» perseguían nuestros héroes? Un amigo de Ambrogio Spinola observó que este general «solo servía por ansia de gloria». Los diez hombres que aparecen en el presente volumen merecen su propia porción de gloria, pero la gloria nunca ha sido asunto sencillo y jamás el logro de un solo hombre. Todos ellos deben sus victorias y la forma en que se produjeron no solo a particulares virtudes heroicas (tal y como las describió Plutarco en sus Vidas de algunos personajes griegos y romanos), sino, sobre todo, a sus camaradas, a los recursos con que contaron y también a las circunstancias. Lógicamente, por tanto, he prestado atención al contexto militar relevante, es decir, a las batallas, las campañas y la estrategia. No hace falta decir que el verdadero significado de «gloria» siempre estuvo en tela de juicio y tanto los generales como los cronistas lo cuestionaron abiertamente. Los autores de las crónicas no disfrazan su disgusto por el alto precio de esa gloria y la miseria y la muerte que ocasionó. En 1535 (véase capítulo 4), el poeta Garcilaso de la Vega, amigo y compañero del duque de Alba, manifestó del modo siguiente sus dudas sobre la importancia de una victoria militar:
¿Qué se saca de aquesto? ¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimiento?
Sabrálo quien leyere nuestra historia;
veráse allí que como el humo al viento
así se deshará nuestra fatiga.
Evidentemente, no pretendo ofrecer en estas páginas un relato exhaustivo de la historia política y militar del periodo. Ni en el caso de hombres que fueron por propio merecimiento figuras de la política europea (como Carlos V o el duque de Berwick) me he aventurado más allá de las fronteras de España y de su imperio —o no, al menos, extensamente—, porque me interesa en especial estudiar el punto de vista de los españoles. Sin embargo, como el historiador Antonio de Herrera señaló en el año 1600, la dimensión internacional también es importante :
Lo que me ha movido a escrivir esta historia, ha sido el tratarse en mucha parte de la nación española, y ver que los historiadores forasteros que hablan della magnifican tanto los hechos propios y tratan tan tibiamente de los de los españoles, extendiendo tanto sus desgracias, he querido yo también, contra la costumbre de nuestros historiadores pasados, salir de los límites de España.
«Salir de los límites...». Con la notable excepción de la guerra de Sucesión del siglo XVIII, todas las guerras en que intervino España se libraron en el extranjero, de manera que, como el de Herrera, el presente estudio llevará al lector hasta rincones del mundo que no siempre le van a resultar familiares. Asimismo, he consultado para cimentar la presente narración fuentes que con frecuencia están en idiomas distintos del español.
Es posible que el lector quiera recordar algunas precisiones importantes del contexto histórico. Hasta la formación de ejércitos exclusivamente «nacionales», que en general se produjo a partir del siglo XVII, los estados reclutaban a sus soldados y oficiales en varias naciones. Incluso en fecha tan tardía como 1650, solo alrededor de la mitad de los soldados del ejército de Francia eran franceses. Y a España le sucedía lo mismo. Con frecuencia, los grandes generales y oficiales de la corona no eran españoles. De igual modo, los llamados ejércitos «españoles» contaban a menudo con muy pocos españoles entre sus filas. Valga este hecho para rescatamos del error de imaginar —como tantos han tenido tentación de hacer— que únicamente los españoles participaron en la vasta y compleja empresa de mantener el imperio español, o que solo los españoles fueron responsables de los logros y excesos del poder imperial. El lector también haría bien en recordar que los reinos de la Península no gozaron de unidad política o económica prácticamente en ningún momento del periodo que abarca este libro, cuando «España» (al igual que otros estados como «Alemania») era más una idea que una realidad administrativa. En consecuencia, empleo los nombres de las regiones políticas de España, y en especial de Castilla, la más importante, allí donde hacerlo resulta significativo. Asimismo, había partes de Europa que por aquel entonces todavía no habían fijado su identidad. Así pues, los términos «Países Bajos» o «Flandes» se emplean aquí para las diecisiete provincias de la zona hasta el año 1580, pero cuando aludo a acontecimientos ocurridos a partir de ese momento, llamo «Provincias Unidas» a las del norte y «Bélgica» a las del sur . Para evitar mayor confusión sobre las nacionalidades, he preferido dejar los nombres de muchos lugares y personas en su idioma original.