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Machado de Assis - Las memorias póstumas de Blas Cubas

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    Las memorias póstumas de Blas Cubas
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    Editorial Montesinos
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    2007
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Las memorias póstumas de Blas Cubas: resumen, descripción y anotación

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Sinopsis: Memorias póstumas de Blas Cubas relata las vicisitudes de un hombre empeñado en la estétil búsqueda de la eternidad. Su infructuoso intento lo conduce a la irremediable muerte, desde donde narra su agitada vida interior, la relación con sus semejantes y el paulatino descubrimiento de la vacuidad existencial que envuelve a los hombres.

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Joaquim Maria Machado de Assis

Memorias póstumas de Blas Cubas

Edición conmemorativa 70 Aniversario

Título original: Memórias póstumas de Brás Cubas

Joaquim Maria Machado de Assis, 1881

Traducción: Antonio Alatorre

Introducción: Lucía Miguel Pereira

Notas: Antonio Alatorre & Pero de Botelho


Introducción

No son, por fortuna, pocos los grandes hombres de origen humilde, ni —en países de población mestiza— los mulatos ilustres, ni los autodidactos de gran cultura, ni los individuos que, a despecho de su salud precaria, producen una obra abundante, ni los burócratas con ribetes de artistas, ni los tímidos que se consiguen imponer; pero cuando todo esto se reúne en una sola persona es de suponer que, para que se armonicen tantos elementos adversos, haya sido contradictoriamente dotada. Éste es el caso de Machado de Assis, la máxima figura de la literatura brasileña, cuyo enigma aún no ha sido descubierto, y tal vez no lo sea jamás. Tanto como su obra, su personalidad sugiere dudas e interrogaciones, cambia de aspecto según el ángulo desde el que se la contempla y se vela con reticencias e indecisiones.

La generación que sobrepasa hoy los cincuenta años recuerda haberlo visto, a principios de siglo, conversar por la tarde en la Librería de Garnier, que aún existe, en la Rua do Ouvidor; el cuerpo, alto y delgado, dentro de un frac oscuro, el gesto lento, la palabra rara —seguramente para disimular su tartamudez—, la actitud pulida y reservada se aliaban perfectamente con su condición de presidente de la Academia Brasileña de Letras y de director general del Ministerio de Comunicaciones. Todo en él concordaba con la gravedad del hombre distinguido y del alto funcionario, hasta el hecho de que ocultase bajo la barba y los bigotes grisáceos los signos más evidentes de su condición de mulato. Y nada en él ofrecía el vigor de los que se hacen a sí mismos, el ímpetu de los victoriosos, o la lucidez, rayana en el cinismo, con que examinaba en sus libros hombres y hechos. Siendo un inadaptado —inconforme con la suerte que le impusiera el nacimiento, inconforme con las miserias de la condición y de la naturaleza humanas—, su aspecto era el de un hombre perfectamente bien hallado.

Ciertamente que, en los misterios de su ser más íntimo, que siempre ocultó, se hallaría el motivo de esa disparidad, de ese don de no dejarse afectar, al menos visiblemente, por las vicisitudes. Pero todo cuanto las circunstancias influyen en el carácter podrá ser explicado en su comportamiento por los sucesos de su vida.

En nombre del emperador niño Pedro II, gobernaba el Brasil el regente Araújo Lima cuando nació, el 21 de junio de 1839, Joaquim Maria Machado de Assis, que fue bautizado el 13 de noviembre siguiente. Es del mayor interés registrar esta circunstancia, ya que, además de establecer la identidad del futuro escritor, lo supedita de algún modo al destino. Hijo del mulato Francisco José de Assis, pintor y dorador de oficio, y de la portuguesa Maria Leopoldina Machado de Assis, tuvo por madrina a doña Maria José de Mendoça Barroso, viuda de Bento Barroso, que fue brigadier, senador y dos veces ministro, y por padrino al funcionario del Palacio Imperial Joaquim Alberto de Sousa de la Silveira, comendador de la Orden de Cristo y oficial de la Orden Imperial del Crucero. La capilla de la Senhora do Livramento, donde se celebró la ceremonia, era un santuario privado, lujo de que entonces gozaban algunas casas ricas, y formaba parte de la vieja Quinta do Livramento, residencia de la madrina.

En ese primer documento de su existencia ya aparece Machado de Assis como repartido entre la clase popular, a la que pertenecía por el nacimiento, y la aristocracia, a la cual (si, en efecto, representaba a la gente mejor) debería pertenecer por su valor moral e intelectual. Tal dualidad justifica en buena parte su modo de ser: esa extraña mezcla de ambición y de respeto a las jerarquías sociales, de relativismo y de pesimismo, sus actitudes convencionales y su libertad interior.

Según la tradición, sus padres pertenecían en cierto modo a la Quinta do Livramento, esto es, eran personas que, aun siendo libres, se hallaban ligadas por lazos no sólo afectivos sino también económicos a unas familias opulentas que los protegían. De cualquier manera, es indudable que convivió de niño con su madrina, cosa que ciertamente contribuyó a infundirle cierta atracción hacia los ambientes distinguidos y también a hacerle sentir la igualdad fundamental de los hombres. Debe de haber tenido gran importancia en su formación esa infancia pasada en un hogar modesto, pero a la sombra de la Quinta señorial, cosa que evocaría más tarde, refiriéndose al “incentivo de la vida refinada” y a las “costumbres hidalgas”.

Se sabe muy poco acerca de los primeros años del novelista; por el tono nostálgico con que se refiere frecuentemente en su obra a la colina del Livramento y a los alrededores, debieron de ser felices. Perdió pronto a su única hermana y a su madre, debiendo de serle muy consolador en tales momentos el cariño de la madrina. Después, el padre volvió a casarse, y la madrastra, pobre mulata de gran corazón, fue para el niño una segunda madre, con la que se quedó solo en el mundo, cuando, pocos años más tarde, falleció Francisco José. Tal vez hubiera muerto ya por entonces la madrina, pues consta que fue muy difícil la situación de la viuda y del huérfano, consagrados entrambos a los más humildes menesteres para poder subsistir. Cómo halló Machado de Assis medios y modos de estudiar, mientras se ganaba duramente la vida, es hoy cosa imposible de esclarecer. Parece ser que fue algún tiempo a la escuela, viviendo aún su padre; que encontró en un panadero francés —de los muchos que había entonces en Rio— un profesor gratuito de esa lengua, y que frecuentó las bibliotecas públicas. Son, y no podría ser de otro modo, vagas e imprecisas las huellas de ese pobre muchacho perdido en aquel Rio imperial, con olorosas quintas y pregones cantarines, que después evocaría en sus libros. Por confesión suya sólo se sabe que fue preceptor suyo, por su propia voluntad, el padre Silveira Sarmento, cura de la capilla de la Quinta de la Buena Vista, el palacio del emperador. Así, por segunda vez, se aproximaba en cierto modo el joven mestizo a los grandes de la tierra y recibía sugestiones e impresiones que tal vez influyeran en él para siempre.

Pero ya antes de haber aprovechado las lecciones de dicho sacerdote, había comenzado a escribir el adolescente, que un adolescente era aún Machado de Assis cuando publicó, en enero de 1855, su primer poema: Ela. Lo dio a la estampa en la Marmota Fluminense, “diario de modas y variedades”, fundado y dirigido por Francisco de Paula Brito, hombre emprendedor y generoso, en cuya librería se reunían políticos e intelectuales de nota, junto con muchachos que soñaban en dedicarse a la literatura. Quizá por mediación de Paula Brito obtuviese Machado de Assis su primer empleo público: el de tipógrafo de la Imprenta Nacional, administrada antaño por Manuel Antônio de Almeida, el autor de las Memorias de un sargento de milicia, que no tardó en descubrir en aquel operario un valor que estaba muy por encima de sus funciones. Redactor del Correio Mercantil, uno de los mejores periódicos de la corte, hizo llamar poco después a Machado de Assis, como corrector de pruebas, labor que por entonces desempeñaba en la tipografía de Paula Brito. Con tan modesta situación es de suponer que el muchacho supo imponerse a los periodistas que iba conociendo, pues poco después fue nombrado redactor del Diário do Rio de Janeiro, diario de gran importancia política, donde escribía, además de artículos y crónicas de índole literaria, la reseña de las sesiones del senado.

Como cámara vitalicia, comprendía éste las figuras más representativas de la realización que las tentativas de un Parlamento a la inglesa y el influjo de la austeridad de Pedro II inspiraron a los hombres del Segundo Reinado. “Para apreciar bien mi impresión ante aquellos hombres, que veía allí juntos todos los días —escribió posteriormente Machado de Assis en un ensayo justamente famoso—, es preciso no olvidar que no pocos de ellos eran contemporáneos de la Mayoridad, alguno de la Regencia, del Primer Reinado y de la Constituyente. Habían hecho o visto hacer la historia de los tiempos iniciales del régimen, y yo era un adolescente asustado y curioso; hallábales un aspecto particular, entre marcial y triunfante; los veía un poco como hombres y otro poco como institución.” Aunque no se humilló ante los senadores el representante de un periódico liberal y de oposición, la dignidad que los revestía era aún más majestuosa para el mozo criado libremente en el arroyo, donde los negros semidesnudos se apartaban para dejar paso a los carruajes de las damas ricamente ataviadas. “Las visiones valen lo mismo que la retina en que se producen”, observó Machado de Assis; en la suya, efectivamente, todas aquellas imágenes tenían un doble sentido, e impresionaban al mismo tiempo al mestizo que iba ascendiendo de clase y al disector de almas para quien la vida fue sobre todo un espectáculo, un triste espectáculo que provocaba la repulsa más que el aplauso.

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