Annotation
Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Tomo IV: El Imperio de Oriente y las cruzadas (años 733 a 1261). Fin del Imperio de Oriente y coronación de Petrarca (años 1204 a 1430).
Cuarto y último de la nueva edición íntegra, en cuatro volúmenes, de este gran clásico de la historiografía concebido según los cánones del espíritu de la Ilustración. El cuarto tomo (años 733 a 1430) se ocupa, entre otros acontecimientos, de la desintegración del Imperio Romano de Occidente, las tres primeras cruzadas, la conquista de Constantinopla por los turcos y la consolidación de Estado eclesiástico.
Título original:
The History of the Decline and Fall of the Roman Empire
Primera edición en castellano: Turner, 1984
Traducción original de José Mor Fuentes
Esta edición, revisada y actualizada por Luis Alberto Romero:
© 2006 Turner Publicaciones S.L.
Rafael Calvo, 42
28010 Madrid
www.turnerlibros.com
Ilustración de cubierta:
Venus acicalándose, siglo III © Musée du Bardo, Túnez / The Bridgeman Art Library
ISBN (Obra completa): 978-84-15427-20-9
ISBN-13 (Tomo IV): 978-84-15427-19-3
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LIII
ESTADO DEL IMPERIO ORIENTAL EN EL SIGLO X - SU EXTENSIÓN Y DIVISIÓN - SU RIQUEZA Y RENTAS - PALACIO DE CONSTANTINOPLA - TÍTULOS Y FUNCIONES - ORGULLO Y PODER DE LOS EMPERADORES - TÁCTICAS DE GRIEGOS, ÁRABES Y FRANCOS - PÉRDIDA DE LA LENGUA LATINA - ESTUDIOS Y SOLEDAD DE LOS GRIEGOS
Un rayo de luz parece equilibrar la oscuridad del siglo X. Abrimos con curiosidad y respeto los volúmenes reales de Constantino Porfirogénito se explican el sistema de las tácticas romanas, la disciplina y el orden de la tropa y las operaciones militares de mar y de tierra. En la cuarta obra, sobre el régimen del Imperio, se revelan los secretos de la política bizantina en sus relaciones amistosas u hostiles con las naciones del mundo.
Las obras literarias de la época, el sistema práctico de leyes, la agricultura y la historia redundan en beneficio de los súbditos y en la honra de los príncipes macedonios. Los sesenta libros de los basileos, y cada ciudadano pudo aplicar a sus contemporáneos o a sí mismo las lecciones o advertencias de los tiempos pasados. Del augusto papel de legislador, el emperador de Oriente descendió al más humilde oficio de maestro y escriba, y si tanto sucesores como súbditos quedaron relegados de sus paternales desvelos, nosotros heredamos y disfrutamos su herencia eterna.
Un estudio más profundo reducirá, sin duda, el valor de su legado y la gratitud de la posteridad –aun en posesión de esos tesoros imperiales, debemos lamentar nuestra pobreza e ignorancia–, y el brillo declinante de sus autores se borrará con la indiferencia o el desprecio. Los Basílicos se reducirán a una versión en griego –rota, parcial y cercenada– de las leyes de Justiniano; el tino de los antiguos juristas será suplantado a menudo por la intolerancia, y la prohibición absoluta del divorcio, el concubinato y el préstamo con intereses esclavizarán la libertad de comercio y la felicidad de la vida privada. En los libros históricos, los súbditos de Constantino podían admirar las inimitables virtudes de Grecia y de Roma y aprender cuánta energía y elevación se habían alcanzado en la Antigüedad, pero una nueva edición de la vida de los santos que encargó el gran logoteta o canciller del imperio produjo el efecto contrario, y aquel caudal de supersticiones se enriqueció con las fabulosas y floridas leyendas de Simón Metafrastes. Los méritos y milagros de un calendario íntegro cuentan menos a los ojos de un sabio que el duro trabajo de un simple labrador que multiplica los dones del Creador y abastece a sus hermanos.
Todavía los autores reales de la Geoponics se abocaban más seriamente a exponer los preceptos del arte de la destrucción –que desde los tiempos de Jenofonte se enseñaba como el oficio de héroes y reyes–, pero las Tácticas de León y de Constantino se mezclaban con la aleación más baja de los tiempos en que vivían, pues carecía de genio original y copiaba sin reservas las reglas y máximas que se habían confirmado con las victorias. Carecía de estilo y de método, y confundían las instituciones más lejanas e inconexas: las falanges de Esparta y las de Macedonia, las legiones de Catón y de Trajano, de Augusto y Teodosio. Hasta el uso o, por lo menos, la importancia de aquellos rudimentos militares pueden cuestionarse: la razón dicta la teoría general, pero el mérito y sus inconvenientes residen en su aplicación. El soldado se disciplina y se forma con el ejercicio más que con el estudio; el talento de un comandante radica en una mente calma y rápida a la vez que produce la naturaleza para decidir la suerte de los ejércitos y de las naciones; lo primero es parte de los hábitos de vida; lo segundo, el disparo de un momento. Las batallas ganadas con lecciones de táctica están en los poemas épicos que se crean con las reglas de los críticos.
El libro de ceremonias es un recitado aburrido e imperfecto de la pompa despreciable que infestaba la Iglesia y el Estado desde la pérdida gradual de la pureza de aquélla y del poder de éste. Una reseña de las provincias podría prometer información auténtica y útil, como sólo las curiosidades de los gobiernos pueden dar, en vez de las fábulas tradicionales sobre el origen de las ciudades y de los epigramas maliciosos sobre los vicios de sus habitantes. El historiador habrá estado satisfecho de registrar tal información, y no se debe condenar su silencio si lo más interesante –la población de la capital y los temas, la cantidad de los impuestos y de los réditos, el número de súbditos y extranjeros que sirvieron bajo el estandarte del Imperio– pasó inadvertido para León, el filósofo, y su hijo Constantino.
Su tratado de la administración tiene idénticas deficiencias, aunque se rescatan algunos méritos: la antigüedad de las naciones podrá ser dudosa o fantástica, pero la geografía y las costumbres del mundo de los bárbaros se exponen con notable exactitud. Entre estas naciones, sólo los francos fueron capaces de observar y describir la metrópolis de Oriente. El embajador de Otón el Grande, obispo de Cremona, pintó la situación de Constantinopla a mediados del siglo X con lenguaje florido, narración viva y observaciones agudas; incluso los prejuicios y las pasiones de Luitprando fueron estampadas con libertad y originalidad. Por más que escaseen los materiales extranjeros y locales, investigaré la forma y la sustancia del Imperio Bizantino, sus provincias y riquezas, el gobierno civil y la fuerza militar, el carácter y la literatura de los griegos en un período de seis siglos, desde el reinado de Heraclio hasta la exitosa invasión de los francos o latinos.
Después de la división final entre los hijos de Teodosio, hordas de bárbaros escitas y germanos se extendieron por las provincias y extinguieron el Imperio de la antigua Roma. La debilidad de Constantinopla se ocultaba tras la extensión de sus dominios: sus límites permanecían inviolados o, por lo menos, íntegros, y en el reinado de Justiniano habían crecido con la espléndida adquisición de Italia y de África. Pero esas conquistas fueron transitorias y precarias, y las armas sarracenas arrancaron casi la mitad del Imperio de Oriente. Los califas oprimieron Siria y Egipto y, una vez sometida África, sus lugartenientes invadieron y sojuzgaron la provincia romana de España, que se había transformado en una monarquía goda. Su poderío naval les facilitó las islas del Mediterráneo, y desde sus apostaderos extremos –las bahías de Creta y las fortalezas de Cilicia– los emires, leales o rebeldes, insultaban la majestad del trono y la capital. Las provincias restantes, bajo la obediencia de los emperadores, se amoldaron a la nueva situación; y los temas o gobiernos militares, que prevalecieron con los sucesores de Heraclio y fueron descritos por la pluma del escritor imperial, reemplazaron la jurisdicción de presidentes, cónsules y condes.