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Edward Gibbon - Los cristianos y la caida de Roma

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Edward Gibbon Los cristianos y la caida de Roma
  • Libro:
    Los cristianos y la caida de Roma
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  • Año:
    1776
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Los cristianos y la caida de Roma: resumen, descripción y anotación

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La descripción subversiva e iconoclasta que Gibbon realizó del ascenso del cristianismo suscitó la más encendida indignación cuando vio la luz a finales del siglo XVIII y continúa siendo una de las más elocuentes e irrefutables críticas de la naturaleza engañosa de la fe.

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La descripción subversiva e iconoclasta que Gibbon realizó del ascenso del cristianismo suscitó la más encendida indignación cuando vio la luz a finales del siglo XVIII y continúa siendo una de las más elocuentes e irrefutables críticas de la naturaleza engañosa de la fe.

Edward Gibbon Los cristianos y la caída de Roma ePub r10 Trips 150814 - photo 2

Edward Gibbon

Los cristianos y la caída de Roma

ePub r1.0

Trips 15.08.14

Título original: The Decline and Fall of The Roman Empire (Extracto)

Edward Gibbon, 1776

Traducción: José Sánchez de León Menduiña

Retoque de cubierta: Trips

Editor digital: Trips

Corrección de erratas: Trips

ePub base r1.1

EDWARD GIBBON Putney Gran Bretaña 1737 - Londres 1794 Fue un historiador - photo 3
EDWARD GIBBON Putney Gran Bretaña 1737 - Londres 1794 Fue un historiador - photo 4

EDWARD GIBBON (Putney, Gran Bretaña, 1737 - Londres, 1794). Fue un historiador británico, hijo de una familia de holgada posición económica, cursó estudios en la Westminster School y en el Magdalen College, tras los cuales fue enviado a Lausana, en parte debido a su inclinación hacia el catolicismo, religión de la que posteriormente renegó.

En 1763 emprendió un viaje que lo llevó a París, donde estudió a Diderot y a D’Alembert, y a Roma, donde pudo conocer in situ las ruinas del Imperio Romano, que posteriormente estudiaría. En 1770 regresó a Londres, ciudad en la que publicó varios escritos que le dieron cierta fama. Esa popularidad se incrementó notablemente tras la publicación, en 1776, de los primeros volúmenes de Historia del ocaso y caída del Imperio Romano, su obra magna, en la que estuvo ocupado hasta 1788 y en la cual trazó un pormenorizado estudio del Imperio Romano desde el siglo II a. C. hasta la caída de Constantinopla en 1453. Esta obra, así como los demás libros que escribió, lo convirtieron en el más importante historiador británico de la época.

Notas

[1] Una secta judía que se permitía un tipo de conformidad transitoria derivó de Herodes el nombre de herodianos, por cuyo ejemplo y autoridad habían sido seducidos. Pero sus miembros fueron tan insignificantes y su duración tan corta que Josefo no los ha considerado dignos de su atención.

[2] «¿Cuánto tiempo me provocará este pueblo? ¿Y cuánto tiempo transcurrirá antes de que crean en mí, con todas las señales que he hecho entre ellos?». (Números XIV, II). Sería fácil, aunque indecoroso, justificar la queja de la Divinidad a partir de todo el contenido de la historia mosaica.

[3] Durante esta ausencia ocasional, el obispo y la iglesia de Pella mantuvieron todavía el título de Jerusalén. Del mismo modo, los romanos pontífices residieron setenta años en Aviñón y los patriarcas de Alejandría habían trasladado hacía mucho tiempo su sede episcopal a El Cairo.

[4] De todos los sistemas del cristianismo, el de Abisinia es el único que todavía se adhiere a los ritos mosaicos. El eunuco de la reina Candace podía sugerir algunas sospechas, pero, como se nos asegura que los etíopes no fueron convertidos hasta el siglo IV, es más razonable creer que respetaban el sábado y distinguían las carnes prohibidas a imitación de los judíos, que, en una época muy anterior, estaban establecidos en ambas orillas del mar Rojo. La circuncisión había sido practicada por los etíopes más antiguos por motivos de salud y limpieza.

[5] Agustín es un ejemplo memorable de su gradual progreso desde la razón a la fe. Estuvo, durante varios años, atrapado en la secta de los maniqueos.

[6] El senado romano se reunía siempre en un templo o lugar consagrado. Antes de que entraran en materia, cada senador derramaba algo de vino e incienso sobre el altar.

[7] Si un amigo pagano (en el caso, por ejemplo, de estornudar) usaba la expresión familiar de «Júpiter te bendiga», el cristiano estaba obligado a protestar contra la divinidad de Júpiter.

[8] La preexistencia de las almas humanas, hasta donde al menos esa doctrina es compatible con la religión, fue adoptada por muchos de los padres griegos y latinos.

[9] Esta expectativa estaba contenida en el capítulo 24 de san Mateo y en la primera epístola de san Pablo a los tesalonicenses. Erasmo disipa la dificultad con la ayuda de la alegoría y la metáfora, y el docto Grocio se atreve a insinuar que, con propósitos acertados, se permitió que sucediera la decepción piadosa.

[10] La Iglesia primitiva de Antioquía calculaba casi seis mil años desde la creación del mundo hasta el nacimiento de Cristo. Africano, Lactancio y la Iglesia griega han reducido ese número a cinco mil quinientos y Eusebio se ha contentado con cinco mil doscientos años. Estos cálculos se formaron en la Septuaginta, que fue universalmente recibida durante los seis primeros siglos. La autoridad de la Vulgata y del texto hebreo ha determinado que los modernos protestantes y católicos prefieran un período de cerca de cuatro mil años, aunque en el estudio de la Antigüedad profana a menudo se encuentren constreñidos por esos estrechos límites.

[11] En el concilio de Laodicea (alrededor del año 360), el Apocalipsis fue tácitamente excluido del canon sagrado por las mismas iglesias de Asia a las que iba dirigido y podemos saber por la queja de Sulpicio Severo que su sentencia había sido ratificada por el mayor número de cristianos de su tiempo. Entonces, ¿a partir de qué causas el Apocalipsis es hoy tan generalmente aceptado por las Iglesias griega, romana y protestante? Se pueden considerar las siguientes: I. Los griegos fueron dominados por la autoridad de un impostor que, en el siglo VI, asumió el papel de Dionisio el Areopagita. II. Un justo temor de que los gramáticos pudieran ser más importantes que los teólogos comprometió al Concilio de Trento a fijar el sello de su infalibilidad sobre todos los libros de la Escritura contenidos en la Vulgata latina, entre los que afortunadamente se encontraba el Apocalipsis. III. La ventaja de que esas misteriosas profecías se volvieran contra la sede de Roma inspiró a los protestantes una veneración poco común por un aliado tan útil. Véanse los discursos ingeniosos y elegantes del actual obispo de Lichfield sobre esta materia poco prometedora.

[12] Los críticos modernos no están dispuestos a creer lo que los padres afirman casi unánimemente, que san Mateo compuso un evangelio hebreo del que solamente existe la traducción griega. Sin embargo, parece arriesgado rechazar su testimonio.

El progreso de la religión cristiana, las opiniones, costumbres, número y estado de los primitivos cristianos
Importancia de la investigación y sus dificultades

Una investigación sincera, aunque racional, del progreso y establecimiento del cristianismo debe ser considerada como una parte muy esencial de la historia del Imperio Romano. Mientras esa gran organización fue amenazada por una abierta violencia y socavada por una lenta decadencia, una religión pura y humilde se insinuó suavemente en los ánimos de los hombres, creció en el silencio y el anonimato, obtuvo nueva energía de la oposición y finalmente levantó la bandera triunfante de la cruz en las ruinas del Capitolio. La influencia del cristianismo no se ciñó al período o a los límites del Imperio Romano. Después de una revolución de trece o catorce siglos, esa religión es aún profesada por las naciones de Europa, la parte más distinguida del género humano en artes, conocimiento y armas. Mediante la industria y el celo de los europeos ha sido ampliamente difundida por las costas más lejanas de Asia y África y por medio de sus colonias se ha establecido firmemente desde Canadá a Chile, en un mundo desconocido por los antiguos.

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