ALAN WILSON WATTS (Chislehurst Kent, 6 de enero de 1915 - Mt. Tamalpais California, 16 de noviembre de 1973) fue un filósofo británico, así como editor, sacerdote anglicano, locutor, decano, escritor, conferenciante y experto en religión. Se le conoce sobre todo por su labor como intérprete y popularizador de las filosofías asiáticas para la audiencia occidental.
Escribió más de veinticinco libros y numerosos artículos sobre temas como la identidad personal, la verdadera naturaleza de la realidad, la elevación de la conciencia y la búsqueda de la felicidad, relacionando su experiencia con el conocimiento científico y con la enseñanza de las religiones y filosofías orientales y occidentales (budismo Zen, taoísmo, cristianismo, hinduismo, etcétera).
Alan Watts fue un conocido autodidacta. Becado por la Universidad de Harvard y la Bollingen Foundation, obtuvo un máster en Teología por el Seminario teológico Sudbury-Western y un doctorado honoris causa por la Universidad de Vermont, en reconocimiento a su contribución al campo de las religiones comparadas.
1. LA AUTORIDAD ÚLTIMA
Me tomaré la libertad de empezar hablando de mí y de mi papel de experto en materias filosóficas, porque quiero dejar perfectamente claro que no soy un gurú. En otras palabras, hablo de «esas cosas» que abarcan una multiplicidad de asuntos relacionados con la filosofía oriental, la psicoterapia, la religión y el misticismo porque me interesan, disfruto comentándolas y me ofrecen una explicación sobre mí mismo. Al decir que no soy un gurú, quiero decir que no intento salvarles ni hacerles mejores. Les acepto a ustedes tal como son. No voy por ahí intentando salvar el mundo. Por supuesto, cuando de la montaña manan un riachuelo o una fuente que borbotea cumplen con su propósito; y si un viajero sediento puede aliviar en ellos sus fatigas, eso es bueno. Cuando un pájaro canta, no lo hace en interés de la calidad musical. Sin embargo, si alguien se detiene a escucharlo y sabe apreciarlo, eso es bueno también. Las palabras que les dirijo van imbuidas del mismo espíritu.
No intento crear discípulos. Me rijo más bien según los principios del médico que de los del clérigo. Un médico cura a sus pacientes y, al sanarlos, se libra de ellos. Un clérigo, en cambio, intenta convertirlos en miembros de su organización religiosa. Así se garantiza que el clero siga cobrando, se paguen los plazos hipotecarios de un edificio carísimo, se consolide e incluso se dispare el número de fieles en la iglesia y, por consiguiente, se demuestre la veracidad de sus tesis por la aplastante victoria numérica de sus habituales. Mi objetivo, en realidad, es librarme de ustedes para que no me necesiten nunca más ni necesiten tampoco a ningún otro profesor. Temo, sin embargo, que algunos colegas no aprobarán mi actitud: es sabido que la opinión generalizada dice que para evolucionar en nuestra vida, llamémosla espiritual o como queramos, es esencial tener un gurú y mostrarle perfecta obediencia.
A menudo me pregunto, «¿es realmente necesario tener un gurú?», y solo puedo responder diciendo: «Es necesario si así lo creemos». Lo digo con el mismo ánimo con que se afirma que a todos los que van al psiquiatra tendrían que examinarles la cabeza. Este dicho es mucho más profundo de lo que parece, porque, si de verdad estás tan preocupado y confundido que crees que tendrías que ir al psiquiatra para hablarle de tu salud, no lo dudes y acude a un especialista. Del mismo modo, si precisas que alguien te diga cómo practicar la meditación o cómo alcanzar un estado de liberación, nirvana, moksha o lo que sea, y sientes una necesidad imperiosa de hacerlo, hazlo, porque, y en palabras del poeta William Blake, «El loco que persista en su locura se convertirá en sabio». No obstante, me gustaría preguntarles a ustedes cuál es la fuente de autoridad del gurú. Él les dirá que habla por experiencia, que ha vivido estados de conciencia que lo han transformado en alguien profundamente feliz, comprensivo, piadoso, etcétera. Ustedes tienen su palabra, y quizá también la de otras personas que coinciden con él; pero todas ellas, y ustedes a su vez, basan sus estimaciones en su propia opinión y capacidad de juicio. Es decir, son ustedes la fuente de autoridad del maestro. Esta idea es cierta tanto si el maestro habla como individuo o como representante de una tradición o una iglesia en concreto.
Quizá ustedes me dirán que la Biblia es la autoridad, o la iglesia católico-romana, y a menudo el practicante católico suele mostrarse contrario a confiar en la experiencia mística individual, dada su tendencia a ser interpretada con argumentos estrictamente personales; las tradiciones objetivas y substanciales de la iglesia son las que nos protegerán de estos excesos. Sin embargo, esas tradiciones resultan substanciales y objetivas solo porque sus practicantes así lo creen. Así lo afirman, y al observarlas ustedes también, con su actitud, les dan la razón. La cuestión radica en ustedes. ¿Por qué creen?, ¿cómo han llegado a formarse esta opinión?, ¿cuáles son los fundamentos de esta teoría?
Casi todos buscamos ayuda, salvo «When I was younger, so much younger than today, I never needed anybody’s help in any way». Sin embargo, se tiene la sensación de sufrir una cierta impotencia, de estar solo y de algún modo confuso en un impredecible y caprichoso mundo externo de acontecimientos que contiene grandes dosis de sufrimiento y tragedia. Nos preguntamos por qué estamos aquí, cómo llegamos y, en resumen, qué hacer con el «problema de la vida», al cual deberíamos añadirle el dilema de la muerte, porque es seguro que todos moriremos, y los que amamos morirán, y que la muerte y el morirse pueden ser procesos dolorosos. ¿Hay algún modo de dominar esta situación?
Existen muchas maneras de intentar escapar de la difícil situación humana, que es la de una conciencia solitaria y aislada en medio de un enorme no-yo. Podemos intentar ganar el juego en el plano material, convirtiéndonos en alguien muy rico o muy poderoso. Podemos recurrir a todo tipo de tecnología para librarnos de nuestros sufrimientos: hambre, dolor, enfermedad, etc. Veremos, no obstante, que aun logrando nuestro propósito, no conseguimos estar satisfechos. Por decirlo con otras palabras, si ahora piensan ustedes que unos ingresos superiores solucionarían sus problemas y consiguen ese aumento, les embargará un sentimiento de felicidad durante unas cuantas semanas. Luego, sin embargo, y como bien saben los que han pasado por esta experiencia, la sensación deja de ser una novedad. Quizá entonces ya no les preocupe el pagar sus deudas, pero empezarán a inquietarse por si caen enfermos. Siempre hay algo de lo que preocuparse. Incluso cuando se es muy rico, se sigue uno angustiando por la enfermedad y la muerte, y por si Hacienda se llevará todo nuestro dinero, descubrirá que hemos falseado la declaración o nos meterá en la cárcel sin razón que lo justifique. Siempre existe esta preocupación.
En ese momento nos damos cuenta de que el problema vital, en realidad, no consiste en cuáles sean nuestras circunstancias externas. De hecho, seguiremos preocupándonos con independencia de ellas. Más bien el problema radica en lo que conocemos como mente. ¿Podríamos, con algún método adecuado, controlar la mente para no inquietarnos? ¿De qué forma y manera? Hay quien dice que la mejor respuesta es pensar en cosas positivas, vivir en paz, respirar despacio y murmurar bajito hasta que nuestro estado anímico se tranquilice a fuerza de repetir frases como «Todo es luz», «Todo es Dios» o «Todo es bueno». Por desgracia, no siempre funciona, porque igual nos asalta la sospecha de que estamos hipnotizándonos y fingiendo que todo va bien; así de simple. Es lo que en alemán se llama