Tahoces - Guía del Madrid mágico

Uno no puede hablar acerca del misterio,

debe ser cautivado por él.

R ENÉ M AGRITTE

Carpentum,Viseria, Ursarias, Osaria, Ursalias, Mantua Carpetana, Mayrit, Magerit, Magerid, Magerito, Majirit, Magderit, Maiorito, Madorico, Magerido, Mandrit, Matry, Majdrit, Maydrit, Matrice, Manjerit, Maiedrit, Majedrit, Madride, Madriles, Matrit, Madriz... Todos estos nombres, y posiblemente alguno más, han sido atribuidos a Madrid.

Como todas las grandes ciudades, su historia aparece entremezclada con lo legendario, de tal manera que es difícil establecer qué fue lo que ocurrió. Desde luego, se tienen datos arqueológicos suficientes como para saber a ciencia cierta que lo que hoy se denomina Comunidad de Madrid ya estaba habitada por el hombre desde el Paleolítico inferior.

Sin embargo, los amantes del misterio no quedarían satisfechos si no se hablara aquí del príncipe profeta Ocno Bianor, al igual que cuando visitamos otras ciudades esplendorosas como Roma, por ejemplo, se nos cuenta —sin ningún reparo— que Rómulo y Remo, tras ser amamantados por una loba, llegaron a ser los fundadores del Imperio romano.

Nadie duda del carácter mítico de estas narraciones, pero no por ello deberíamos desechar la posibilidad de conocerlas, porque podrían ayudarnos a despertar nuestra curiosidad y el lado mágico que todos —más o menos conscientes— anidamos en nuestro interior. Y desde luego, si de leyenda se trata, Madrid no desmerece de otras ciudades en derroche de fantasía e ilusión.

En la vida se repite todo: lo

único que se mantiene eternamente

joven es la fantasía; tan sólo aquello

que nunca sucedió en lugar alguno

no envejece jamás.

S CHILLER

Una vez acabada la terrible guerra de Troya, sus moradores sufrieron suertes bien distintas: unos fueron condenados a la esclavitud, otros murieron, mientras que los más afortunados pudieron huir por mar o por tierra, como fue el caso del príncipe Bianor, que después de recorrer un largo camino plagado de contratiempos alcanzó al fin lo que hoy serían tierras albanesas y fundó allí un reino.

Tras unos años murió, siendo heredero del reino su hijo Tiberis (también llamado Silvio), quien parece que alcanzó gran fama por su benevolencia. Tiberis tuvo dos hijos, uno de ellos ilegítimo, al que llamó como su abuelo Bianor, que fue enviado con su madre Manto al norte de Italia, donde fundaron una ciudad del mismo nombre, llamada hoy Mantua.

Un día, cuando Bianor ya había crecido lo suficiente como para reinar en Manto, su madre quiso entregarle las riendas del poder, a lo que él se negó, aduciendo que había tenido un extraño sueño en el que se le había aparecido el propio Apolo, explicándole que debía abandonar su reino o todos morirían a causa de una gran epidemia.

Debería dirigirse a un lugar indeterminado donde moría el sol, y allí recibiría nuevas instrucciones a través de los sueños. Su madre no dio crédito a sus palabras. Determinó que el sueño al que hacía referencia Bianor no tenía fundamento, hasta que comprobó días después que su hijo podía ser un oniromante, cuando fallecieron de un extraño mal tres personas del reino.

Rápidamente Bianor obtuvo el permiso para viajar que antes le había sido denegado. Además, su madre le cambió el nombre, indicándole que debía anteponer el prenombre Ocno, que daría cuenta de su talento para ver los acontecimientos del futuro en los sueños.

De este modo tan extraño, Ocno Bianor, a fin de salvar a su pueblo, se lanzó a la aventura, con tan sólo el interminable «mapa» de buscar una tierra donde muriera el sol. Su viaje resultó tan accidentado como lo fuera el de su antepasado Bianor cuando dejó Troya. Tras la guerra hubo de pasar varias noches en una cueva, con tan sólo la compañía de un oso, que le proporcionaba el calor necesario para no perecer de frío. Otros animales (para los que se desprende que tenía un don especial), como un cuervo y un jabalí, le ayudaron en su largo peregrinar, que duró más de diez años.

En este tiempo aprendió muchas cosas sobre la vida, la muerte y la naturaleza, hasta que finalmente llegó a un lugar donde se dispuso a pasar la noche. Durante el sueño tuvo una nueva revelación de Apolo, que le indicó que ese emplazamiento en el que reposaba era la tierra en la que debía fundar un reino, pues en el suyo su madre había fallecido y ya no le pertenecía, por haber sido ocupado por los romanos. No obstante, no sólo debía crear una ciudad, sino que tenía que dar su vida (en sacrificio) por ella, para que sus moradores pudieran ser felices.

Cuando a la mañana siguiente el oniromante despertó de su charla con Apolo, pudo ver con claridad la zona que le había sido destinada, que estaba repleta de madroños, tenía abundancia de agua y buenas tierras. Al adentrarse en ella descubrió algunas pequeñas chocitas habitadas por pastores que, al ser interrogados sobre su origen, se autodenominaron carpetanos.

Estos hombres «casualmente» esperaban una señal proveniente de los dioses desde hacía largo tiempo, aunque cuando Ocno Bianor los puso al corriente de sus sueños recelaron, creyendo que el forastero quería apropiarse de las tierras que tanto les había costado conseguir.

El príncipe explicó que debía morir por ellos y los carpetanos aceptaron su propuesta, alzando en poco tiempo una ciudad con un palacio y un templo. Tras terminar la obra, surgió una polémica, pues algunos de los poblados anteriores a la llegada del príncipe profesaban otros cultos y negaban la autoridad divina de Apolo. Ocno Bianor volvió a requerir la ayuda del dios a través de sus sueños. Se acostó después de hacer un ritual en busca de una respuesta que no se hizo esperar, ya que Apolo se presentó nuevamente y explicó que la ciudad en cuestión debía ser consagrada a la diosa Metragirta (también denominada Cibeles). Ordenó al príncipe que se autoinmolara, zanjando de esta forma la disputa surgida entre los carpetanos.