Prefacio
La edición de Cubriendo el islam en español es un acontecimiento que se ha hecho esperar. Cuando se publicó por primera vez en 1981, inmediatamente después de la crisis de los rehenes en Irán, el libro pretendía en parte abordar el tema del escaso conocimiento que la mayoría de los estadounidenses tenía del nebuloso concepto de «islam» y el consiguiente tratamiento informativo que dicha ignorancia había engendrado. No es necesario señalar que, debido a los tintes trágicos y negativos de la experiencia iraní, los medios de comunicación de Estados Unidos procedieron a analizar tanto la religión islámica como el mundo árabe con un tipo de visión tendenciosa y desinformada que, entonces y ahora, sigue sin tener parangón en el resto del planeta. Parece una ironía que el hecho de que Irán sea una nación no árabe compuesta de múltiples facetas y estratos no modificara en nada ese punto de vista. De manera simple y directa se puede afirmar que actualmente en Estados Unidos uno puede ser considerado experto en campos relacionados, de una manera u otra, con el islam sin la formación cultural o académica ni el necesario conocimiento lingüístico que se consideran fundamentales en cualquier otra disciplina. El fantasma del terrorismo perpetrado por individuos equivocados en nombre del islam ha permitido la compartimentación de una increíblemente variada y diversa serie de civilizaciones que abarcan la fe de más de mil millones de personas en un concepto reduccionista y monolítico llamado «islam» que supuestamente actúa y piensa del mismo modo en cualquier cuestión. Quizá lo más relevante de este libro sea que todos los incidentes y episodios relatados, aunque a primera vista parezcan desfasados al lector actual, reaparecen con alarmante frecuencia bajo formas muy parecidas en nuestros días. En ciertos casos basta con sustituir los nombres y las fechas de los episodios de la historia moderna para apreciar que los paradigmas y las tendencias descritos en Cubriendo el islam siguen vigentes entre nosotros.
Aunque anteriormente he insistido en que el enfoque central de este libro es la cobertura informativa del llamado mundo islámico o musulmán en Estados Unidos, me gustaría señalar que el libro tiene una gran importancia para los lectores españoles, especialmente en estos tiempos preocupantes de la reciente historia del mundo. España es un país con una larga y compleja relación con la religión islámica y el mundo árabe, y la sombra de los recientes atentados terroristas en nombre del «islam» es solo la última de las manifestaciones de dicha relación. Al tiempo que la moderna y cada vez más plural España trata de asumir su papel como poder regional en el Mediterráneo —un poder que cada día atrae a emigrantes del norte de África y del mundo árabe— la a veces incómoda relación entre España y los musulmanes de todos los matices políticos puede evolucionar de manera positiva o negativa. Mi sincera esperanza es que Cubriendo el islam pueda servir de instrumento para que se cumpla la primera posibilidad y se evite completamente la segunda. Quizá dicha tarea resulte más difícil de lograr tras el 11 de septiembre y el 11 de marzo, cuando muchos de los desacreditados «expertos» mencionados en este libro han disfrutado de un inmerecido retorno a la preeminencia pública, pero el hecho de que el mensaje de mi padre esté disponible en español me da esperanzas para creer que es posible.
Junto con obras seminales como Orientalismo y The Question of Palestine, Cubriendo el islam completa la trilogía de textos esenciales escritos por mi padre a finales de los años setenta y principios de los ochenta que literalmente volatilizaron los mitos predominantes en el estudio de aquellas sociedades en las que el islam era un denominador común. Como cabía esperar, la causa palestina está muy presente en estas páginas y, dos años después de que mi padre falleciera de leucemia, sigue siendo la cuestión esencial presente en el origen de muchas de las crisis en el mundo árabe e islámico. Aunque la muerte de mi padre nos ha privado de una voz y un defensor irremplazable en pro de los derechos de los palestinos de manera específica y de un mundo más integrado y tolerante de manera más general, el pequeño consuelo que nos queda es que su mensaje sigue vivo en las páginas de sus libros y que Cubriendo el islam conserva su relevancia a pesar de que hayan pasado casi veinticinco años desde su publicación original.
No me gustaría acabar sin mencionar que el recuerdo de mi padre es honrado en la introducción a esta edición española escrita por Bernardino León, secretario de Estado de Asuntos Exteriores de España. Aunque muchos políticos buscaron el consejo de mi padre a lo largo de su vida, casi siempre fueron muy tímidos para transformarlo en hechos a pesar de coincidir con la solidez de su análisis. Bernardino León es uno de esos raros políticos que han reconocido el impacto de la obra de mi padre tanto de palabra como con las obras, y nunca ha padecido esa debilidad que afecta a otros políticos. Por ello cuenta con mi más profundo aprecio y agradecimiento.
W ADIE S AID
Prólogo
La profundidad, la inteligencia, el sentido crítico, la vitalidad y el humor más fino caracterizaban, entre otras cualidades, a Edward Said. Como demostraba su conversación, su personalidad era capaz de abarcar todos los temas de manera modesta pero segura, siempre con curiosidad y escepticismo. Fue así incluso en sus últimos meses de vida, cuando la conversación se detenía ante la dolorosa irrupción de su enfermedad, esa realidad a la que miraba de frente. La idea de traducir al español este libro surgió en el transcurso de una de aquellas largas conversaciones con Edward Said sobre la compleja evolución de las relaciones internacionales. Como hombre e intelectual comprometido perteneciente a mundos e identidades múltiples —muchos hoy dirían que antitéticas— veía con creciente preocupación el foso que se venía abriendo desde hace varias décadas entre Occidente y el mundo árabe musulmán. Edward creía que España constituía una excepción entre los países occidentales con respecto a sus visiones de Oriente, a las que su obra ha prestado tanta atención. Nuestro país tiene una particular historia, es cierto, y su mejor representación está en los autores que han comprendido nuestro pasado y especificidad «mestizos», como Américo Castro, Francisco Márquez Villanueva o Juan Goytisolo, a los que Said admiró en sus primeros años universitarios o pudo conocer personalmente en años posteriores.
Como expuso en Orientalismo, tan vasto objeto de estudio quedaba acotado por la voluntad de examinar la conexión entre imperio y orientalismo, entre un tipo especial de conocimiento y de poder imperial asentado sobre la hegemonía cultural, que se centraba en el caso francés, británico y estadounidense. En aquellas mismas páginas lamentaría no prestar más atención al caso español, algo que trató de remediar posteriormente en un prólogo para la edición española de 2002, donde escribiría: «El islam y la cultura española se habitan mutuamente en lugar de comportarse con beligerancia». Said siempre mostró un gran interés en la idea de la convivencia, y por ello dedicó tanto esfuerzo a las fuentes de la incomprensión.
En nuestras conversaciones pude explicar a Edward mi punto de vista: España constituye una excepción en la Europa medieval, y la experiencia de la convivencia de culturas y religiones en la península ibérica —a veces pacífica, en ocasiones conflictiva— le otorga peculiaridades culturales e identitarias que han pervivido a lo largo de los siglos. Pero la fuerza con la que en épocas posteriores se impuso un modelo homogéneo tiene enorme peso en nuestra cultura y en nuestro sistema educativo, no solo respecto a las comunidades religiosas medievales, sino también respecto a las distintas lenguas y culturas peninsulares. Aunque a partir del siglo XIX hemos conocido períodos más abiertos al reconocimiento de la aportación de esas otras culturas, y a pesar de que ha habido autores —escasos, pero influyentes— que han mostrado un genuino interés por ellas y les han dedicado buena parte de su obra, lo cierto es que su influjo en la producción cultural y en la vida del país es limitado. Por su parte, las corrientes orientalistas europeas del siglo XIX tuvieron un eco menor en España debido, entre otras razones, a su aislamiento y sus tradiciones.