Este libro es un ensayo interpretativo de varios aspectos importantes de la España actual a la luz de su historia moderna, así como una interpretación de historias pasadas a la luz de la España actual. La amplia visión general aquí presentada incluye resúmenes de varias investigaciones originales del autor y muchos nuevos argumentos y elaboraciones. También se han revisado todas las publicaciones que ha parecido que merecían ser revisadas y se cita una selección de observaciones, narrativas o postulados de apoyo de historiadores, politólogos, economistas, sociólogos y literatos. Todas las referencias de los datos y citas aparecen al final del libro, donde se indican los capítulos y las páginas a los que corresponden para facilitar su localización. Cabe esperar que algunas de las interpretaciones puedan motivar la revisión de algunos lugares comunes y ojalá se conviertan en nuevas hipótesis para futuras investigaciones.
La mayor deuda intelectual, como el lector observará, es con el siempre recordado Juan J. Linz, por sus conocimientos, análisis y perspicacia, así como por los extraordinarios fondos bibliográficos que donó a la Universidad de Georgetown cuando yo ocupaba la Cátedra Príncipe de Asturias en esa institución. Estoy también muy agradecido por comentarios, fuentes, críticas o sugerencias a Laia Balcells, Ashley Beale, John Carlin, Albert Carreras, Ángel Gil-Ordóñez, Blanca Heredia, Daniel Innerarity, Henry Kamen, Francisco LaRubia-Prado, Leandro Prados de la Escosura, Rocío de Terán, Joan Maria Thomàs, Enric Ucelay-Da Cal y Jenna Van Stelton. Por supuesto, toda la responsabilidad es mía.
J. M. C.
INTRODUCCIÓN
¿Cuándo se frustró España?
Nunca ha habido solidez de nada. Aquí no ha habido nunca nada estable. España no puede ser un gran país porque no hay continuidad. Los españoles sobreviven gracias a una tradición de amnesia, de olvidar, de vivir el momento. El carpe diem.
IAN GIBSON , escritor e hispanista, 2017
Mi impresión es que no sabemos qué queremos hacer con España. Es difícil identificar un proyecto de España. ¿Hay un proyecto de España que de verdad sea ilusionante para el conjunto de los españoles y atractivo para los catalanes en su conjunto, sean o no separatistas? ¿O de verdad está España ausente de sí misma?
FELIPE GONZÁLEZ , exjefe del Gobierno, 2018
¿Cuándo se frustró España? ¿Fue cuando explotaron las recientes burbujas inmobiliaria y bancaria? Debe de haber sido antes porque la impresión es que lo que regresó después fue la España de siempre, la de la laxitud legal y moral, la picaresca y la arrogancia tanto de los gobernantes como de los gobernados. ¿Fue, pues, con la Guerra Civil y Franco, que destruyeron tantas redes y normas sociales? ¿O con Primo de Rivera, que frustró una evolución hacia una monarquía parlamentaria al estilo británico y provocó la polarización posterior? ¿O incluso antes? Quizá mucho antes.
La pregunta inicial está inspirada en la obsesión de un personaje del novelista Mario Vargas Llosa: «¿Cuándo se jodió el Perú?» Hace algún tiempo me presentaron a un político peruano, Julio Guzmán, que había sido polémicamente eliminado como candidato en unas recientes elecciones presidenciales. Tras escuchar su crítica radical de los gobernantes del país, le pregunté cuál era su respuesta a esa pregunta. Sin dudarlo, dijo: «En 1513.» Es decir, al comienzo de la conquista por los españoles que destruirían la civilización incaica e impondrían un sistema centralizador e improductivo del que los peruanos nunca se han restablecido (sintetizo, más o menos, sus palabras). Mi respuesta fue: «Puede ser. De hecho, creo que España también se jodió en 1492.» El Imperio hizo a España, y el fracaso y la disolución del Imperio deshicieron España.
La aventura imperial española fue un desastre tanto para los colonizados como para los colonos y para los que se quedaron en España, del cual el país nunca se ha recuperado del todo. La Monarquía española se debatió, primero, entre el Imperio europeo, incluido el Sacro Imperio Romano-Germánico durante un tiempo, y el nuevo Imperio Americano –como continúa vacilando ahora entre la Unión Europea e Hispanoamérica– y desperdició sus escasos recursos en una múltiple empresa enorme y ruinosa. Los historiadores han escrito mucho sobre el coste del Imperio y las consecuencias económicas de su pérdida para España, pero mucho menos sobre el coste de oportunidad del Imperio mismo: qué otras cosas podrían haberse hecho si las aventuras imperiales no se hubieran emprendido tan temprano y tan rudamente y no hubieran durado tanto tiempo. Se suele reconocer que la plata y el oro de América no fueron fuentes importantes de inversión productiva, sino más bien de inflación, deuda y desperdicio. Pero la peor parte no fueron los escasos resultados, sino la ocasión perdida de crear una administración eficiente de un estado efectivo, así como una cultura integradora dentro de la Península, como otros países europeos comenzaron a hacer en esa época.
España nació con el Imperio y se quebró con él. Cuando en 1898 los españoles se enteraron de que ya no había colonias en América, donde Estados Unidos comenzaba a dominar, y que los Pirineos habían dejado la Península fuera de Europa, algunos empezaron a darse cuenta de que se habían perdido las mejores oportunidades para comenzar a construir un gran estado nacional moderno. Luego vino la generación intelectual de la depresión y la angustia por lo que podría haber sido y no fue. También el catalanismo y el vasquismo comenzaron la búsqueda alternativa de naciones y estados propios. La contrarreacción desesperada, más que nacionalista, pretendió regresar «Por el Imperio hacia Dios».
Comparémoslo con el recorrido histórico del Imperio británico. En Inglaterra, primero se deshicieron del Papa, luego la Corona fue subordinada al Parlamento, se desarrollaron una revolución industrial y una urbanización exitosas, y gradualmente los parlamentarios fueron sometidos a elecciones populares con amplio sufragio. Solo entonces, con una economía sólida y consistente y un estado nacional sólido, fue el Imperio capaz de expandirse y consolidarse. Las anteriores conquistas imperiales británicas en América, paralelas a las españolas, aunque más reducidas, no duraron mucho. Pero la enorme expansión imperial iniciada en el siglo XIX dejó un legado mucho más positivo y que aún permanece, de alguna manera, con la Commonwealth (¡hasta el punto de hacer creer a muchos británicos que pueden sobrevivir con él fuera del Imperio europeo!).
El temprano Imperio español, por el contrario, partía de una sociedad agraria, rural y pobre, dependía de débiles aparatos financieros, técnicos, organizativos y militares, tuvo que recurrir a la Iglesia, y en gran parte al saqueo y la violencia, y se desintegró en mil pedazos. Durante el período que algunos historiadores han llamado «la era del imperio», a finales del siglo XIX y principios del XX , el Imperio español ya estaba desmantelado. Cuando, a mediados del siglo XX , Estados Unidos y Europa occidental establecieron las bases de un nuevo orden global, España estaba completamente aislada. En Gran Bretaña, como en Francia, un Estado temprano fundamentó un Imperio tardío, mientras que en España un Imperio prematuro aplazó y frustró un Estado moderno.
El intento más serio de construir un estado nacional moderno en España comenzó tan tarde como a fines del siglo XX . Desde entonces, el número de funcionarios públicos y la recaudación de impuestos se han multiplicado. Pero a diferencia de las condiciones favorables que habrían existido en el pasado, el proyecto de estado nacional está lastrado actualmente por la inserción en la Unión Europea y en amplias relaciones internacionales y globales, así como por las tendencias centrífugas de la descentralización territorial. Una gran parte del legado del fracaso imperial se ha reproducido: una clase política incompetente, corrupta y arrogante que ni siquiera es capaz de formar un gobierno mayoritario, y un paisanaje que duda entre la apatía, el cinismo y la bullanga.