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SINOPSIS
La idea es subversiva. Juntar a cuarenta jóvenes españoles para hablar bien de España. No para glorificarla, como tanto se hizo en el pasado, pero tampoco para denigrarla, como ha sido de buen tono hacer desde que se recuperaron las libertades en 1978. En tiempos de derrotismo colectivo, alzar la voz y decirnos la verdad: que vivimos no sólo en un país normal, sino en un buen país, un país que posiblemente sea de uno de los mejores sitios del mundo donde poder haber nacido en el último tercio del siglo XX .
Aunque para algunos participantes de este libro España pueda no ser una nación —este término puede ser problemático—, para todos ellos es una realidad. Todos ellos, en suma, se ven reflejados en el verso que encabeza la segunda parte del díptico español de Luis Cernuda: «Bien está que fuera tu tierra». Porque si esto lo pudo decir un poeta homosexual en una época represora y homófoba que conoció guerra y exilio, sería una frivolidad imperdonable que no podamos decirlo también aquellos que no hemos conocido otra cosa más que la libertad y la prosperidad.
La España de Abel
40 jóvenes españoles
contra el cainismo en el 40 aniversario
de la Constitución Española
COORDINADO POR
JUAN CLAUDIO DE RAMÓN
Y AURORA NACARINO-BRABO
Introducción
Bien está que fuera tu tierra
“… densa como una lágrima cayendo, brotó de pronto una palabra: España. ”
L UIS C ERNUDA
La idea ha sido juntar a cuarenta jóvenes españoles para hablar bien de España. No para glorificarla, como tanto se hizo en el pasado, pero tampoco para denigrarla, como ha sido de buen tono hacer desde la recuperación de las libertades en 1978. En tiempos en los que es fácil dejarse llevar por el derrotismo, hemos creído importante alzar la voz y decirnos la verdad: que vivimos no sólo en un país normal, sino en un buen país, un país que, sin negar ninguno de sus problemas, posiblemente sea de uno de los mejores sitios del mundo donde poder haber nacido en el último tercio del siglo XX .
Nos hemos querido juntar gente joven, unida en el pañuelo de una generación y media. El punto de anclaje ha sido 1975, año de la muerte del dictador, pero hemos sido flexibles: algún joven carroza nacido antes de esa fecha y de cuya voz no queríamos privarnos ha sido invitado a decir la suya. Tampoco hemos querido prescindir del testimonio de dos personas que, aunque carezcan del pasaporte, son ya españoles de corazón y dan color a nuestro crisol con las voces de Europa y de América.
A los participantes les hemos dado completa libertad artística. Aquí han cabido desde evocadores de esa patria que es la infancia hasta piezas analíticas basadas en hechos y cifras. Sólo hemos puesto una condición: que la pieza rehuyese el tono lastimero con el que los españoles solemos hablar de nuestro país. Lo que queremos es oponer a un relato otro relato, a una visión otra visión; contra la triste salmodia de una España cutre, oscura y opresora, la balada de la España que hemos conocido: alegre, libre y pluralista (y, como cualquier otra democracia, imperfecta). Queremos celebrar nuestra normalidad. De los defectos de España, que los tiene y no son pocos, nos ocupamos el resto de los días del año.
Hemos buscado la máxima pluralidad geográfica. En las páginas que siguen desfilan españoles y españolas de todas la Españas, hablantes de todas sus lenguas. Hemos buscado la también amplitud ideológica. Las ideas de España de los participantes de este libro pueden diferir, y sus planes de reforma, si los tienen, caminar en sentidos diversos y puede que contrarios. Unos son monárquicos; otros republicanos. A algunos les apasiona la historia; otros miran al futuro. La mayoría siente en su vida esa condición que ha sido una constante en nuestra historia: la doble pertenencia a España en general y a una de las Españas en particular. Sólo están unidos en algo: se reconocen como españoles y se encuentran a gusto siéndolo, sin énfasis superfluos ni afectados lamentos.
Otra manera de decirlo sería ésta: aunque para algunos participantes de este libro España pueda no ser una nación —sabemos que este término puede ser problemático—, para todos ellos es una realidad. No cualquier tipo de realidad, sino una realidad valiosa, disponible para quien la sepa apreciar como un tesoro común. Se reconocen como conciudadanos. Son la España de Abel. No quieren que España vuelva a ser ese «triste trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín» cantado melancólicamente por Machado, ni que sea cierto que en nuestro país todas las historias terminen mal, como vaticinó Gil de Biedma. Sí se ven reflejados, en cambio, en el verso de otro querido poeta español, el que encabeza la segunda parte del díptico español: «Bien está que fuera tu tierra». Porque si esto lo pudo decir Luis Cernuda, un poeta homosexual que conoció guerra y exilio en una época de represión y de homofobia, sería una frivolidad imperdonable que no podamos decirlo también aquellos que no hemos conocido otra cosa más que la libertad.
A URORA N ACARINO -B RABO
J UAN C LAUDIO DE R AMÓN
La tierra amada
Daniel Capó
“De España amo, sobre todo, esa tradición humillada que puebla con su dignidad el pasado y exige al presente el empeño común de la pluralidad y la libertad. ”
Graham Greene escribió en una ocasión que «sólo durante la infancia los libros ejercen una influencia profunda en nuestras vidas». El autor inglés apelaba, de este modo, a una gramática universal: el inicio de la vida supone fijar una mirada virgen sobre un mundo ancestral que nos precede y nos conforma. En este sentido, la niñez, la adolescencia, los primeros años en la universidad actúan como una red de pasadizos que desembocan en un espacio más amplio, inmerso en el misterio de la historia. La antropología clásica se refiere a los ritos de paso para delimitar este camino que forja el carácter y nos amolda socialmente. En realidad, nos descubrimos leyendo, amando, poniéndonos a prueba, enfrentando retos, adquiriendo soltura y confianza, fracasando también, viajando y explorando. Es la época de las intuiciones básicas que se asientan en las emociones y establecen un diálogo con la razón. Mentiría si dijera que conocí España a través de los libros —mi formación como lector fue otra, muy escorada hacia la literatura nórdica y las novelas de aventuras anglosajonas—, pero también faltaría a la verdad si hablara de mi país sin referirme a ese basamento primero de la experiencia. Diría que descubrí España solo y a pie. Tenía veinte años. O, mejor, dicho, cumplí los veinte aquel verano de 1993. Y no es cierto que estuviera solo, aunque así empecé y así terminé. Recuerdo de aquel viaje un río y un prado verde, un puente medieval que atravesaba el pueblo y el vuelo de una libélula, condensados en una escena: era un mundo antiguo que se me mostraba desnudo en todo su esplendor. Supe en aquel instante que la belleza de las naciones fermenta con el latir solidario de los siglos.
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