Debo la escritura de este texto a dos importantes apoyos. La mayor parte la escribí durante mis dos estancias como investigador visitante asociado en la Universidad de Oxford (Gran Bretaña), primero en el New College y luego en Merton. A ambos colegios les estoy profundamente agradecido: sin el primero, no habría comenzado a escribir el libro, y sin el segundo, probablemente no habría llegado a terminarlo. Agradezco también a Stewart Spencer, quien generosamente se prestó para leer el primer esbozo. Como sus conocimientos acerca de los estudios sobre Wagner son mayores que los míos, me libró de cometer muchos errores. Además, me ayudó con su crítica constructiva y sus sugerencias, que en la mayoría de los casos me sirvieron para tomar una dirección u otra; incluso cuando yo no estaba de acuerdo con algún comentario en particular, éste me descubría un punto débil del manuscrito, que luego intentaba remediar. Así, incluso aquellas críticas que yo no aceptaba resultaron provechosas para el libro. Es enorme la ayuda que de este modo le prestó un investigador independiente a otro en su mismo campo de estudio. En la medida en que no tomé en cuenta todas sus sugerencias, sería un error suponer que él está de acuerdo con todo lo aquí escrito; por ello mismo, es completamente mía la responsabilidad de los errores que puedan encontrarse. Con todo, las deficiencias que el libro pudiese tener hubieran sido mucho peores, y mucho más numerosas, sin su ayuda.
Prefacio
Cuando empecé a trabajar en este libro tenía la intención de escribir sobre la influencia de la filosofía en las óperas de Wagner. Éste fue el único de los grandes compositores que estudiara seriamente filosofía durante un periodo considerable de tiempo, y no se trataba de un interés pasajero, pues los filósofos que tenían particular importancia para él también ejercieron una influencia destacada en su obra. Esta influencia en las óperas de su madurez fue tan grande que es probable que, sin ella, Tristán e Isolda, Los maestros cantores y Parsifal no hubieran adquirido los rasgos que nos permiten reconocerlas, lo cual es igualmente cierto para El anillo del nibelungo.
Mi intención original era tomar en cuenta a cada uno de los filósofos en cuestión y mostrar cómo sus ideas impregnaron la obra wagneriana. Éste fue mi principal objetivo, pero a medida que avanzaba en la redacción del libro creí necesario tratar también otros temas. La postura política de Wagner adquiere asimismo una gran relevancia, pues es el elemento central en el libreto de El anillo, además de que sus obras están íntimamente imbricadas con sus ideas filosóficas. Luego, la decepción que Wagner experimentó en la política hizo que se encerrara en sí mismo, hecho que contribuyó a que aceptara una filosofía que difería radicalmente de sus primeras creencias y que tuvo una enorme incidencia en su obra. Nada de todo ello puede comprenderse sin tomar ampliamente en consideración su concepción política, que incita a que sean discutidas algunas de sus actitudes sociales más generales. Con el tiempo descubrí que aquello sobre lo que estaba escribiendo era su “filosofía”, en el sentido común y académico del término; es decir, su actitud hacia la vida y hacia las cosas en general, su Weltanschauung o visión del mundo. Sin embargo, mi investigación se limita a la influencia que ejerció esa visión en sus óperas. A modo de ejemplo diré que no me he ocupado del proselitismo vegetariano de Wagner; en cambio, abordo su creencia en la unidad de todas las cosas vivas y su concomitante compasión hacia los animales, en la que se basaba su vegetarianismo, como queda expresado en Parsifal.
Puesto que trato acerca de las ideas y creencias wagnerianas en un sentido filosófico general, no intento entrar en cuestiones tales como los estudios de Wagner sobre leyendas medievales de origen germánico y nórdico, ni sus experiencias con la música de otros compositores o sus ideas sobre la dirección, el canto, la actuación y la producción en escena, aun cuando Wagner haya tenido al respecto puntos de vista que defendía acérrimamente y que nutren a fondo su obra. Exponer sus “ideas”, en el sentido familiar del término, es lo que constituye la preocupación esencial de este libro, aunque de ninguna manera sea lo único importante para la comprensión y valoración de las óperas wagnerianas.
Para muchos resultaría más cautivador abordar el tema a partir del interés de Wagner por la política. Es el típico ejemplo del joven revolucionario de izquierda, activo y comprometido, que en su madurez se desilusiona de la política y la abandona. Los antiguos camaradas que conservan sus compromisos con la izquierda suelen considerar que una persona en esa situación “da un giro hacia la derecha”, y por supuesto algunas lo hacen y pasan a engrosar las filas de los conservadores. Pero en la mayoría de los casos esta perspectiva no permite comprender lo que realmente está en juego. Para muchos no se trata del cambio de una preferencia política por otra, sino de una desilusión de la política como tal. Ya no creen que los problemas humanos más importantes tengan una solución política; se han forjado otra visión de la vida, en la cual las cuestiones político-sociales han dejado de ser prioritarias. Esto es exactamente lo que le ocurrió a Wagner. No “dio un giro hacia la derecha”, esto es, no pasó a ser un conservador; en ningún momento de su vida manifestó ideas ni actitudes conservadoras; hasta el fin de sus días mantuvo una posición radicalmente crítica respecto de la sociedad que conoció, y jamás desde una perspectiva de derecha. No obstante, experimentó una muy amarga decepción en lo tocante a las posibilidades de un cambio idealista. Desde una perspectiva psicológica, la implacable amargura del izquierdista frustrado es un fenómeno muy distinto del mal genio del reaccionario, aunque a menudo en la vejez ambos manifiestan algunos de los mismos síntomas. Uno sufre la amargura que significa la pérdida del pasado, y el otro la sufre por la pérdida del futuro; pero ambos comparten la aversión hacia el presente. En el primer caso se basa en la pérdida de los valores tradicionales, mientras que en el segundo descansa en la pena por haber renunciado a la esperanza de un futuro radicalmente distinto. Sea como fuere, lo cierto es que en los últimos años de su vida Wagner dejó de ser un revolucionario, un socialista o algo distinto de quien muestra una devoción atávica e intermitente hacia los valores residuales de un izquierdismo fracasado (sin convertirse por ello en alguien de derecha, en un conservador o un reaccionario; ninguno de estos tres últimos calificativos pudieron jamás atribuírsele). El giro tan significativo que dio a su pensamiento no fue de izquierda a derecha, sino de la política a la metafísica.