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Jules Michelet - El mar

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Jules Michelet El mar

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El nombre de Jules Michelet está asociado imperecederamente a su monumental Historia de Francia, que le mantuvo ocupado a lo largo de toda su vida, y a su no menos importante Historia de la Revolución Francesa, que contribuyó como pocos libros a forjar la identidad nacional de sus lectores. Se suele ignorar, sin embargo, que el autor de esos ingentes compendios historiográficos fue también un tratadista capaz de elevar las ciencias naturales al rango de la poesía. Al acercarse a la vejez, cansado quizá de historiar el destino de los hombres, Michelet emprendió una serie de ensayos deslumbrantes en los que la naturaleza es descrita con lírica erudición. El más memorable de ellos, por la elocuencia poderosa con que se ajusta a la vastedad del tema, es sin duda El mar.

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El nombre de Jules Michelet está asociado imperecederamente a su monumental Historia de Francia, que le mantuvo ocupado a lo largo de toda su vida, y a su no menos importante Historia de la Revolución Francesa, que contribuyó como pocos libros a forjar la identidad nacional de sus lectores. Se suele ignorar, sin embargo, que el autor de esos ingentes compendios historiográficos fue también un tratadista capaz de elevar las ciencias naturales al rango de la poesía.

Al acercarse a la vejez, cansado quizá de historiar el destino de los hombres, Michelet emprendió una serie de ensayos deslumbrantes en los que la naturaleza es descrita con lírica erudición. El más memorable de ellos, por la elocuencia poderosa con que se ajusta a la vastedad del tema, es sin duda El mar.

Jules Michelet El mar ePub r10 Titivillus 110817 Título original La Mer - photo 2

Jules Michelet

El mar

ePub r1.0

Titivillus 11.08.17

Título original: La Mer

Jules Michelet, 1861

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

La bibliografía del mar no tendría fin Todas las bibliotecas me han procurado - photo 3

La bibliografía del mar no tendría fin. Todas las bibliotecas me han procurado datos. Complázcome en citar entre otros libros excelentes, los Manuales y Guías de los señores Guadet, Roccas, Cochet, Erns, etc. Helos encontrado rarísimos (por ejemplo Russell) en la Escuela de Medicina; muchos especiales, en lengua extranjera, en el Depósito de la Marina (tales como el Mediterráneo, de Smith, 1854). Nunca me cansaré de elogiar las atenciones que me prodigaron tanto el director coco el bibliotecario, quien me señaló varias veces obras poco conocidas.

Sobre la degeneración de las razas, véanse Morel (1857); Magnus Huss, Alcoholismus (1852), etc.

A mi ilustro amigo Montanelli y a los preciosos artículos de M. dall’Ongaro debo el tener noticia del folleto del doctor Barrellay (Ospizi marini).

Mi sabio amigo el doctor Lortet, de Lyon, al acusarme recibo de un ejemplar de la primera edición de mi libro, me escribe: «En los niños lánguidos y descoloridos he obtenido buenos resultados por medio de una exposición prolongada a la luz (luz viva, excitante), Convendría una playa mediterránea, donde el niño pudiera vivir desnudo, sin otra cosa abrigada que la cabeza, y unos calzoncillos, y que rodara por el mar y sobre la cálida arena. Junto a la orilla un sotechado, una especie de invernadero que, con ventanas para cerrarse los días fríos, recibiese el sol por todos costados».

P. S. Acabo de saber con alegría que la administración parisiense de la Asistencia pública ocúpase en este momento en crear un establecimiento de la clase antedicha. Séame permitido, pues, explanar mis súplicas.

La primera es, que no se centralice a los niños en un mismo sitio; que no se haga un Versalles, una fundación ostentosa, sino varios pequeños establecimientos en estaciones distintas, donde puedan repartirse los jóvenes enfermos según sus diversas enfermedades y temperamentos.

Mi segunda súplica se reduce a que esa instalación, para ser duradera, aproveche al Estado en vez de serle onerosa; que los niños expósitos que en ella se asilaran, los convalecientes válidos, los enfermos restablecidos, sean ocupados, según los lugares, en los trabajos menos penosos de los puertos y de la navegación, en los oficios que de ellos dependen, tomando los hábitos y el gusto a la vida del mar. Cuando míseras poblaciones, asaz pobladas de pescadores y marineros, apartan los ojos del mar, hácense industriales, necesario es reemplazar a los desertores. Débense criar hombres nuevos, que no hayan oído discutir en la choza paterna el provecho y ventajas de la vida prudente, abrigada del interior.

Preciso es que la adopción de la Francia cree un pueblo de marinos que, adicto anticipadamente a su heroico oficio, lo profiera a otro cualquiera; y el cual, desde los primeros años, mecido por el Mar, no ame más que a esa gran nodriza, y no sepa diferenciarla ni aun de la misma Patria.

Notas

[*] Para los distintos nombres del mar, véase Ad. Pictec, Orígenes indoeuropeos.—Respecto del agua, Introducción del Anuario de las aguas de Francia (por Deville); Aimé, Anales de química, II, V, XII, XIII, XV; Morren, ibidem, I, y Acad. de Bruselas, XIV, etc. —Tocante a la salobridad del mar, Chapmann, citado por Tricaut An. de hidrografía, XIII, 1857, y Thomassy Boletín de la Sociedad geográfica, 4 junio 1860.

[*]S. Michel-en-Grève. No me hice cargo como es debido de esta playa y de los asuntos a ella anejos sino después de haber leído en la Revue des Deux Mondes los magníficos artículos de M. Baude, tan instructivos, llenos de detalles, y de ideas elevadas. En otro sitio me he ocupado de sus excelentes conocimientos sobre la pesca.

[*] Al hablar de la Bretaña hubiera debido encomiar el libro de Cambry, al que debo mis primeras impresiones sobre aquel país. Ha de leerse la edición que Souvestre ha enriquecido (y doblado su valor, no hay que dudarlo) con notas y comentarios excelentes que hicieron prever desde aquel momento Los últimos Bretones, del mismo autor. En varias novelitas, de una exactitud admirable, nos ha dado Souvestre los mejores cuadros que se poseen de nuestras costas del Oeste, especialmente tocante al Finisterre y a las comarcas inmediatas al Loire. Gran satisfacción hubiera tenido en citar algún pasaje de escritor tan galano e inolvidable amigo; empero hice el propósito de no hacer ninguna cita literaria en mi obrita.

[*] La notable frase de Elías de Beaumont se encuentra a la cabeza de un artículo que constituye un gran libro, su artículo Terrenos, en el Diccionario de M. d’Orbigny.

[*] Lo que digo de Royan y Saint-Georges, encontraráse más elegantemente expresado en los eruditos libros de Pelletan, Nacimiento de una población y el Pastor del Desierto. Sábese que ese pastor es el abuelo de Pelletan, el ministro Jarousseau, admirable y heroico para salvar a sus enemigos. La casita que aún existe es un templo de la humanidad.

[*] Sobre el arenque, véanse el anónimo holandés traducido por De Resto, tomo I; Noël de la Morinière, en sus excelentes obras, impresas e inéditas: Valenciennes, Peces; etc.

[*] Bory de Saint-Vincent. Dic. clásico, artículos Mar y Materia; Zimmermann, el Mundo antes de la creación del hombre. Este precioso libro popular corre en manos de todos. En la pág. 87 sigo la obra de M. Bronn, premiada por la Academia de Ciencias.

[*] Sobre la inocuidad de las plantas del mar, véase la Botánica de Pouchet, libro de primer orden. Para las plantas metamorfoseadas en animales, Vaucher, Confervas, 1803; Decaisne y Thuret, Anales de las ciencias naturales, 1845, tomos III, XIV, XVI y Cómputos de la Academia, 1853, tomo XXXVI; artículos de Montagne, Dic. d’Orbigny.

[*] Sobre los volcanes, véanse Humboldt, Cosmos, parte IV, y Ritter, traducción de Elíseo Reclus, Revista germánica, 30 noviembre 1859.

[*] He citado en el texto los maestros, Ehrenberg, Dujardin, Pouchet (Heterogenia). A la larga, vencerá la generación espontánea.

[*] Para remontarme en todo este libro a la vida superior, he tomado por hilo conductor la hipótesis de la metamorfosis, sin intentar construir seriamente una cadena de seres. La idea de metamorfosis ascendente es natural al ánimo, siéndonos impuesta en algún modo por la fatalidad. El mismo Cuvier confiesa (fin de su introducción a los Peces), que si esta teoría carece de valor histórico, a lo menos «es lógica».

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