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Jacques R. Pauwels - El mito de la guerra buena

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Jacques R. Pauwels El mito de la guerra buena
  • Libro:
    El mito de la guerra buena
  • Autor:
  • Editor:
    Hiru
  • Genre:
  • Año:
    2004
  • Índice:
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status quo, es decir la división de Alemania en las demarcaciones de zonas fijadas en Yalta. Después de todo esta división daba a los americanos (junto con los británicos y los franceses) el control de la parte más importante del país, que incluía los grandes puertos del norte, las regiones altamente industrializadas del Ruhr y del Saar, la prospera Rhineland y la Texas alemana, Baviera. Por casualidad la mayoría, no todas, las sucursales de empresas americanas estaban localizadas en esa parte de Alemania, que más tarde sería la RFA.

El privilegio de dominar el corazón de Alemania y poder hacer negocios allí, y como consecuencia negarle todo esto a la URSS, merecía la pena el pequeño precio que los Estados Unidos tenían que pagar permitiendo a los soviéticos, al menos temporalmente, hacer lo que quisieran en su zona de ocupación, lo que incluía recuperar reparaciones por los daños de guerra sufridos. Este precio era realmente razonable, porque la zona soviética, más tarde la RDA, además de ser la que más daño había sufrido en la guerra, era también la más pequeña, la menos densamente poblada y económicamente mucho más débil que la zona occidental. (Una parte considerable de lo que había sido Alemania Oriental antes de la guerra —la parte oriental de los ríos Oder y Neisse— fue cedida, según lo acordado, a Polonia, para compensar a este país por los territorios al este de la Línea Curzon, que recuperó la Unión Soviética). Durante las últimas semanas de hostilidades los americanos habían ocupado una parte considerable de la zona soviética, Turingia y gran parte de Sajonia. Cuando la abandonaron, en junio de 1945, se llevaron al oeste más de diez mil vagones de ferrocarril llenos del mejor y más nuevo material, patentes, etc. de la empresa Carl Zeiss de Jena y de las factorías locales de empresas como Siemens, Telefunken, BMW, Krupp, Junkers e IG-Farben. Este botín incluyó el saqueo de las factorías nazis de las V-2 en Nordhausen, no sólo los cohetes sino documentos técnicos por un valor aproximado de 400 a 500 millones de dólares, así como unos 1.200 expertos alemanes en la tecnología de los cohetes, una de los cuales era el famoso Wernher von Braun. Finalmente los americanos también rapiñaron una considerable cantidad de oro, una parte relativamente pequeña pero importante del llamado Totengold der Juden, el oro robado a los judíos por parte de las SS que no había podido trasladarse a Suiza antes del final de la guerra. Este tesoro lo descubrieron los soldados americanos en una mina de sal en la ciudad de Merkers, en Turingia, y en el campo de concentración de Buchenwald. Está claro que estos traslados de tecnología, y toda clase de material valioso, incrementaron la ya considerable asimetría entre las zonas de ocupación alemanas.

Podríamos decir que los americanos se aseguraron de no dejar nada de valor en esas empresas de Turingia y Sajonia. Pero el mayor perjuicio económico lo produjo el hecho de que los americanos se llevaran a miles de dirigentes, ingenieros, expertos y científicos de todas clases, los cerebros del este de Alemania, sacándolos de sus factorías, universidades y hogares en Sajonia y Turingia para ponerlos a trabajar para ellos en occidente, o simplemente para sacarlos de allí. Un historiador alemán menciona esta operación, en la que muy pocos de los deportados no fueron coaccionados, como la “sangría” americana de la zona soviética, como una “deportación forzada” (Zwangsdeportation) y como un “secuestro” (Menschenraub); compara esta acción, de forma algo incorrecta indudablemente, con las deportaciones de “Noche y Niebla” (Nacht und Nebel) de la Gestapo de los oponentes del régimen nazi a los campos de concentración. En cualquier caso no se puede negar que este traslado de recursos humanos y materiales fue extremadamente ventajoso para los americanos y la RFA, pero extremadamente perjudicial para la RDA.

Abandonando a manos de los soviéticos la parte más pobre y más pequeña de Alemania, los americanos se quedaban con la más grande y rica del país. Pero había otras razones por las que una Alemania dividida era más ventajosa para Washington. El nazismo, como el fascismo en general, había sido un fenómeno de extrema derecha que no solamente respetaba el orden socio-económico capitalista existente, sino que prestaba sus servicios al capital eliminando los sindicatos así como los partidos socialistas, comunistas y de izquierdas en general. Esta era la razón por la que el capital alemán, que tenía su ejemplo en una serie de grandes empresas, como IG-Farben, Thyssen, Krupp, etc, había suministrado una ayuda financiera generosa a los nazis durante su marcha hacia el poder, se había asociado con ellos cuando llegaron al mismo y había cooperado, sacando beneficio, en las iniciativas típicamente fascistas como la persecución de los oponentes al régimen, la expropiación a los judíos, el rearme y la agresión internacional. Max Horkheimer dijo una vez que los que quieren hablar de fascismo tienen que hablar necesariamente de capitalismo, porque en un análisis final el fascismo es una forma de capitalismo, una manifestación del mismo. En Alemania y en el resto de Europa en 1945 todo el mundo estaba al tanto de la conexión entre fascismo y capitalismo, del lugar que ocupaba el fascismo dentro del orden capitalista. O, como dice Edwin Black en su estudio sobre el papel de IBM en el holocausto, “el mundo sabía que la connivencia de las empresas [había sido] la pieza clave del terror de Hitler”. Esta idea esencial, este Erkenntnismoment, fue olvidada poco más tarde, cuando empezó a presentarse el fascismo —al estilo americano— como si hubiera emergido de un vacío socio-económico, como la obra de individuos malvados, criminales, dictatoriales, como Hitler, que había aparecido en la escena histórica aparentemente viniendo de ninguna parte. La famosa biografía de Hitler de Alan Bullock, publicada por primera vez en 1952 y destinada a ser imitada por otros incontables psico-biógrafos y psico-historiadores, contribuyó en gran medida a este proceso de “desplazamiento”, a promocionar la “teoría del gángster” del nazismo y el fascismo en general. Aún cuando los estudios sobre el nazismo intentaban aclarar el entorno histórico de la llegada al poder de Hitler, la influencia que en ella tuvieron los intereses comerciales alemanes se obvió a favor de factores tales como los rasgos peculiares de la historia alemana, los injustos términos del Tratado de Versalles y, por supuesto, el aparente apoyo del pueblo alemán.

Después de la caída del nazismo alemán y del fascismo europeo en general, el Zeitgeist era (y seguiría siéndolo durante unos cuantos años) decididamente antifascista y a la vez más o menos anticapitalista. Casi en toda Europa surgieron asociaciones radicales —como los grupos antifascistas alemanes, o Antifas— que se hicieron bastante influyentes. Los sindicatos y los partidos políticos de izquierdas también renacieron con éxito, especialmente en Alemania, y esto se reflejó claramente en el resultado de las elecciones regionales, por ejemplo en la zona de ocupación británica y en el Land central de Hesen. Los partidos de izquierdas y los sindicatos contaban con un amplio apoyo popular cuando denunciaron a los banqueros e industriales alemanes por su apoyo a los nazis y su colaboración con el régimen de Hitler, y cuando propusieron reformas antifascistas más o menos radicales, como la socialización o nacionalización de ciertas empresas y ciertos sectores industriales. Incluso la conservadora CDU (que más tarde se metamorfosearía en la gran defensora alemana de la libre empresa estilo americano), fue forzada a ajustarse al Zeitgeist anticapitalista; en su llamado Programa Ahlen de principios de 1947 criticaba el sistema capitalista y proponía un nuevo orden económico-social. Sin embargo estos planes de reforma (Neuordnungspläne) violaban los dogmas americanos respecto a la propiedad privada y la libre empresa.

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