I. HECHOS
«¡Reclutas! Delante del servidor consagrado de Dios y delante de este altar, me habéis jurado fidelidad. Sois demasiado jóvenes para comprender el verdadero significado de esta palabra. Me habéis jurado fidelidad, es decir que, convertidos en mis soldados, os habéis dado a mí en cuerpo y en alma. No tenéis más que un enemigo: mi enemigo. Puede suceder que en estos tiempos de maquinaciones socialistas os ordene disparar contra vuestros propios parientes, contra vuestro padre o vuestra madre —Dios no lo quiera— pero habéis de saber que, aun en este caso, tenéis que ejecutar mis órdenes sin refunfuñar. Dios y yo hemos oído vuestro juramento de fidelidad a vuestro jefe de guerra».
Alocución de Guillermo II, emperador de Alemania, a los reclutas de Postdam. 23 de noviembre de 1895.
«No es cierto que nuestras tropas hayan brutalmente destruido Lovaina… No es cierto que hagamos la guerra despreciando el derecho de gentes. Nuestros soldados no cometen actos de indisciplina, ni crueldades».
Del Manifiesto remitido a las naciones neutrales por 93 sabios, escritores, artistas y catedráticos alemanes.
«Nada importa destruir todos los monumentos que se han creado, todos los edificios que se han erigido, si su destrucción favorece a la victoria de Alemania. La guerra es la guerra. La piedra más tosca puesta para indicar la tumba de un granadero alemán es un monumento más glorioso que todas las catedrales de Europa juntas. Nos llaman bárbaros. ¿Qué le hace? Los despreciamos y despreciamos sus injurias».
De un artículo del general retirado von Disfurth en el periódico Hamburger Nachrichten.
«En Lovaina, la tercera parte de la extensión edificada está destruida; 1074 inmuebles han desaparecido… El soberbio colegio de San Pedro no recobrará jamás su pasado esplendor; el antiguo colegio Saint Ives, la Escuela Municipal de Bellas Artes, la Escuela Comercial y Consular de la Universidad, secular edificio del mercado (Halles), nuestra rica biblioteca, con sus colecciones… Toda esta acumulación de riquezas intelectuales, históricas y artísticas, fruto de cinco siglos de labor, todo ha sido aniquilado».
De la pastoral del Cardenal Mercier (Navidad de 1914).
«Algunos pueblos, y aun la misma ciudad de Lovaina (exceptuando su magnífica Casa Comunal) Han tenido que ser destruidos, para la protección de nuestras tropas».
Del telegrama de Káiser al presidente Wilson. 4 de septiembre de 1914.
«El plan para la invasión de Francia estaba combinado de antemano. Debía ejecutarse por el Norte, a través de Bélgica, contorneando la poderosa línea de fuertes defensivos, por medio de los cuales el enemigo había protegido su frontera contra Alemania y que, para ser violentada, hubiera exigido un gran derramamiento de sangre. El plan ha tenido un éxito completo, como se puede ver por la posición de los distintos ejércitos».
De un artículo del general major Spohn, en servicio activo, titulado «La situación en Occidente» y publicado en Parole Deustche Krieger Zeilung, de Berlín, órgano oficial de la Liga Militar Alemana, año XXXVIII, número 70, página 701. 2 de septiembre de 1914.
Detrás de todo acontecimiento, por maravilloso que parezca, existe algo real, el hecho histórico. En esto debemos convenir todos, a no ser que estemos locos de remate (y, si todos a un tiempo estamos locos, la locura no existe). Es muy probable que, si yo prendo fuego a una casa, haré resaltar las debilidades de algunas otras personas, además de mi propia flaqueza. Podrá suceder que el propietario muera abrasado, por encontrarse borracho en aquel momento; podrá suceder que la propietaria perezca también, por su avaricia, que la hizo ahorrar los gastos de una instalación de salvamento o de una escalera de incendios.
Sin embargo, la verdad es que habrán muerto porque yo he prendido fuego a la casa.
Esta es la historia.
Los hechos escuetos de la presente conflagración europea son igualmente fáciles de reseñar.
Pero, antes de profundizar en los acontecimientos que han hecho de esta guerra la más sincera de la Historia de la Humanidad, resulta también facilísimo contestar a la pregunta de ¿por qué Inglaterra se encuentra metida en esta lucha?, tan fácil como el explicar por qué un hombre se cayó a una zanja o por qué faltó a una cita.
Los hechos no son toda la verdad. Pero los hechos son los hechos, pocos y muy claros en el caso presente.
Prusia, Francia e Inglaterra habían prometido no invadir Bélgica. Prusia, sin embargo, intentó atravesarla, por ser este el camino más cómodo para invadir Francia. Mas Prusia prometió que si se le dejaba atravesar aquel país, haciendo caso omiso de su propia promesa y de la de Inglaterra, lo allanaría, pero no lo robaría. En otros términos: se ofrecía a Inglaterra, simultáneamente, una promesa de fidelidad para lo futuro y una proposición de perjurio en lo presente.
Pueden consultarse los precedentes respecto al particular en un autor inglés de los viejos tiempos de la Reina Victoria, que dedicó el último y más sobrio de sus ensayos históricos a Federico el Grande, iniciador de la invariable política prusiana.
Después de narrar cómo Federico pisoteó las garantías que había dado a María Teresa de Austria, pasa a decir cómo el mismo Federico ofreció una componenda que era un insulto.
«Si la Emperatriz le concedía la Silesia, él ofrecía defenderla contra cualquier potencia que tratase de desposeerla de sus restantes dominios, como si no estuviese ya ligado a esta misma defensa por el antiguo compromiso, y como si la nueva promesa pudiese tener más valor que la anterior».
No cabe discutir racionalmente respecto al origen legal y lógico de los intereses ingleses. Pertenecen a un orden de ideas tan claro, que casi se puede demostrar con planos y diagramas, como un teorema geométrico.
Se podría formar una especie de calendario cómico con lo que hubiera sucedido si el diplomático inglés se hubiese dejado convencer cada vez por la diplomacia alemana.
24 de julio — Alemania invade Bélgica.
25 de julio — Inglaterra declara la guerra.
26 de julio — Alemania promete no anexionarse Bélgica.
27 de julio — Inglaterra desiste de la guerra.
28 de julio — Alemania se anexiona Bélgica, Inglaterra declara la guerra.
29 de julio — Alemania promete no anexionarse Francia, Inglaterra desiste de la guerra.
30 de julio — Alemania se anexiona Francia. Inglaterra declara la guerra.
31 de julio — Alemania promete no anexionarse Inglaterra.
1 de agosto — Inglaterra desiste de la guerra. Alemania invade Inglaterra.
¿Cuánto tiempo ha de durar un juego de esta índole? ¿Cuánto tiempo puede ir manteniéndose la paz a este incalculable e ilimitado precio? ¿Cuánto tiempo tendríamos que seguir por un camino en que los compromisos se levantan como fetiches intangibles delante de nosotros y en que todos se rompen en mil pedazos detrás de nosotros? No; basándose en los hechos escuetos, tal como han sido contados por cualquiera de los diplomáticos que han intervenido en ellos, no hay duda alguna respecto de esta historia.
Tampoco la hay sobre quien actúa en ella de traidor.
Esto en cuanto al final del asunto: a lo que arrastró a Inglaterra a la contienda. Los primeros hechos, los que interesan a Europa entera, no son mucho más complicados:
El príncipe que de hecho reinaba en Austria fue asesinado por unos individuos que el gobierno austríaco creyó conspiradores venidos de Serbia. El gobierno austríaco empezó a acumular armas y a preparar ejércitos, pero no dijo una sola palabra, ni a Serbia, contra la que se dirigían sus sospechas, ni a Italia, con quien la ligaba una alianza. De los documentos publicados parece deducirse que Austria disimuló con todo el mundo, menos con Prusia. Probablemente es mucho más cierto que Prusia disimuló con todos, incluso con Austria. Pero esto ya es cuestión de sentido común y es inútil tomar este sentido en cuenta.