Prólogo a esta nueva edición definitiva
¿Qué leen los que no leen? se publicó por vez primera en marzo de 2003 y se reeditó en cuatro ocasiones: en julio de ese mismo año, y luego en 2004, 2007 y 2009. En febrero de 2014 apareció una edición revisada, la cual se agotó. Hoy lo vuelvo a dar a la imprenta, y lo pongo en manos de Editorial Océano de México, en la colección Ágora, el espacio más adecuado para un libro como éste, justamente por tratarse de una colección destinada a la reflexión sobre los asuntos relacionados con el fomento de la lectura y la formación de lectores.
En esta nueva edición, corregida y aumentada, que hoy considero definitiva, he mitigado algunas asperezas y he corregido unas pocas erratas (casi todo libro las tiene), pero también he incluido otras interrogantes y quizá algún nuevo convencimiento que hallé en los tres lustros transcurridos desde el año de su escritura en 2002.
El cambio más sustantivo es el que corresponde al apéndice sobre librerías, pues las cifras, los datos y las apreciaciones del apéndice original correspondían a la realidad mexicana de 2003. Eliminé el texto “La desaparición de las librerías en México” y en su lugar incluí “Pasado y futuro del libro en México”, tema que merece también un análisis detenido.
Mantengo el prólogo de la primera edición, pero añado un epílogo en el que reitero las motivaciones y la pasión que dieron origen a ¿Qué leen los que no leen? Y en el primer capítulo agrego dos textos como complemento y conclusión del mismo: “Ingenuidades y mentiras de la cultura libresca” y “Realidad y lectura”. Lo mismo hago en el tercer capítulo, donde añado los textos “Por un retorno de la poesía a las aulas” y “Colgarse de la lectura”. En todo lo demás, y a pesar de adiciones y revisiones, el libro es el mismo, porque creo que ni sus motivaciones ni sus planteamientos han caducado.
Los problemas sociales, económicos, políticos, educativos y culturales de la promoción y el fomento del libro y la lectura siguen siendo prácticamente los mismos, y continúa sin comprenderse del todo que no existen fórmulas mágicas ni recetas para incorporar a más personas a la lectura, y que lo que necesitamos no son eslóganes graciosos u ocurrentes ni campañas discursivas y hueras sobre el “tema de la lectura”, sino un trabajo arduo y desprejuiciado en todos los ámbitos, y un análisis amplio y una crítica sincera y profunda sobre lo que no hemos hecho o hemos hecho muy mal como consecuencia de nuestras pretendidas e ingenuas certidumbres.
No debo dejar de señalar que, en los últimos quince años, a los problemas preexistentes de la cultura del libro, se sumó uno más que, como absurda paradoja, se pretendió brillante solución, y es el siguiente: en la promoción y el fomento de la lectura las cosas se agravaron cuando las campañas y los programas fueron encargados a publicistas y a agencias de mercadotecnia o bien a instancias burocráticas sin ninguna experiencia en lectura, a personas faltas de sensibilidad y conocimiento, muy atareadas en sus despachos y en sus oficinas y, por lo general, siempre ocupadísimas en no leer.
Reafirmo el propósito de estas páginas. ¿Qué leen los que no leen? es un libro que invita a leer otros libros de los que se ha alimentado. Y no exige lector alguno ni pretende obligar a nadie. Es un libro hecho de otros libros y otras lecturas, como lo son todos los libros escritos por lectores.
Ahora que lo digo, recuerdo que, cuando se publicó por vez primera, un amigo y experto en lectura únicamente me reprochó una cosa: las “excesivas citas textuales”. Me recomendó que las evitara y que, a cambio de ello, parafraseara. Y añadió algo, para mí, escandaloso: “Si coincides con otros autores, usa esas coincidencias como ideas propias; ya son tan tuyas como de ellos. Tal es el fenómeno de la apropiación de la lectura”.
Esto último me parece un consejo inaceptable, por todo cuanto puede comprometer a la ética. En cuanto a lo primero, ¡justamente es lo que no quiero evitar! Las citas textuales están ahí para llevar a los lectores a las fuentes originales. ¿Qué leen los que no leen? lo que hace es sistematizar esas ideas que le dan sentido amplio a la argumentación. Es un libro para invitar a leer otros libros cuyos argumentos comparto; otros libros que me han hecho amar aún más la lectura.
La apropiación de la lectura es esto: emoción e inteligencia que nacen o se reafirman con las coincidencias y desacuerdos que están en las páginas leídas. Pero con demasiada frecuencia la gente le llama parafraseo a lo que en realidad es plagio. Montaigne, que no se andaba por las ramas, decía que citaba para expresar mejor su pensamiento. Nadie puede decir, con palabras mejores, lo que ya se ha dicho insuperablemente. Por ello, las citas textuales son en sí mismas la mejor invitación para leer o releer a los autores citados, ¡dignos, precisamente, de ser citados!
¿Qué leen los que no leen? celebra la lectura en su esencia cultural dialogante. Es una conversación, un diálogo sobre libros y lectores, con libros y con lectores. Hay personas a las que les gusta escuchar únicamente sus razones. Sólo escucharse. “Oírse o irse”, como dijera certeramente Octavio Paz.
De todos los libros que he escrito y publicado sobre la lectura (muchos; quizá ya demasiados), éste es mi predilecto, no sólo por ser el primero, sino también porque su impulso me permitió abrir una puerta que se mantenía cerrada: el de la reflexión, sin puritanismos, blasfema incluso, sobre el sacrosanto “tema” de la lectura: un tema lleno de mitos nobles, clichés, tópicos y lugares comunes de los que se alimentan muchos que han hecho de él su doctrina y su negocio, aunque, paradójicamente, no su comunión.
En este punto no puedo sino citar a Hermann Hesse: “Los enemigos de los buenos libros, y del buen gusto en general, no son los que los desprecian, sino los que los devoran”, porque, justamente, los engullen sin ganancia ninguna.
Después de tres lustros de su primera edición, confío en que este libro, que ahora acompañará a otros que también he publicado en Océano, siga dialogando con los lectores, en el acuerdo y en el desacuerdo: esos dos elementos de una bisagra indispensable sin la cual la cultura se anula porque todo se convierte en solipsismo y en monólogo: en necedad. Confío también en que su abierto desafío contra el dogma siga alentando la necesidad de dialogar y debatir sobre un fenómeno (el de la lectura) que es mucho más que un tema de manual y de instructivo.
Ciudad de México, 24 de junio de 2017
Prólogo a la primera edición
Se habla mucho de la lectura de libros y de los beneficios que produce. Y entre los varios argumentos que se ofrecen para desear que la gente lea con mayor frecuencia está, asombrosa y patrióticamente, el de las estadísticas: el bajo índice lector de México que se compara con el muy alto de otros países. Los europeos siempre están a la vanguardia, y además se ufanan de ello. Por tanto, los que somos culpables de bajar las estadísticas tendríamos que avergonzarnos.