El placer de la lectura
Cuerpos, afectos, textos
Nattie Golubov
(editor)
Índice
Para Meri Torras,
con cariño y agradecimiento
por tantos años de inspiración y amistad.
Presentación
Hay libros que transitan sin traspiés de la idea al papel, otros se quedan a medio camino en el disco duro de una computadora desechada y otros más, como éste, son resultado de un esfuerzo colectivo y el afecto que se comparte por la literatura y la reflexión académica. Algunos de los trabajos aquí reunidos primero fueron resúmenes de propuestas para un congreso que no se llevó a cabo porque el sismo sacudió al país en septiembre de 2017, obligándonos a reorientar nuestra atención y energía. El 8 de mayo de 2018 tuvimos oportunidad de escuchar las ponencias en un coloquio que llevó el título que le he puesto a esta obra. Finalmente, el libro fue integrado durante el periodo de la cuarentena impuesta por la pandemia de la Covid-19, después de varias reuniones virtuales del seminario en las que discutimos los artículos, redactados en el encierro y en circunstancias personales muy diversas que modificaron nuestras formas de leer, pensar, escribir y conversar. Este proceso muestra que no leemos en aislamiento ni somos lectoras incorpóreas. La colección es evidencia del empeño de todas las participantes del Seminario de Teoría y Crítica Literarias convocado por Adriana de Teresa Ochoa, colegas a quienes agradezco su trabajo y amistad, y a quienes también participan en el Proyecto papime Teoría literaria y cultural para el siglo xxi : la lectura crítica en la Américas, del cual este libro fue inspiración y resultado. Quisiera reconocer en especial el apoyo brindado por las becarias del proyecto, Yetzi Cortés y Roxana Arroyo.
Nattie Golubov
Prólogo
Adriana de Teresa Ochoa
La reciente pandemia de la Covid-19 que asuela al mundo desde los primeros meses del año 2020, y cuyo fin todavía no se vislumbra, nos ha mantenido en un largo confinamiento que puso en suspenso las actividades sociales y alteró la mayor parte de los hábitos y rituales de la vida cotidiana. Parecía una oportunidad única para ponernos al día con el trabajo atrasado, descubrir los encantos de las actividades domésticas y entregarnos de lleno al mandato de la lectura, entre otras posibilidades para “aprovechar” el tiempo, ese tiempo que parece haberse condensado y detenido indefinidamente.
No obstante, y contra lo que cabría esperar, la expectativa de leer sin restricciones se ha visto frustrada en algunos casos, experiencia a la que la antropóloga francesa y experta en lectura, Michèle Petit, se refirió en la inauguración del Foro “Leer en tiempos de incertidumbre” y descubrir que muchas otras personas alrededor del mundo manifestaban esta misma dificultad a través de las redes sociales, quienes a pesar de pasar “gran parte de su tiempo recluidos leyendo artículos en Internet, escuchando noticias, devorando testimonios, todos relacionados con la pandemia, sin saber qué estaban buscando, leyendo lecturas fragmentarias en su mayor parte”, se sentían poco motivados para leer literatura.
Al recabar múltiples testimonios que incluían a escritores, profesionales y críticos, y reflexionar sobre las causas este fenómeno, Petit encontró que el simple hecho de disponer de tiempo no es condición suficiente para estimular el deseo de leer, menos si se acompaña por la presión implícita de hacerlo, ya que “las exhortaciones a leer son tan pesadas que termino con ganas de ir a nadar,” dijo con humor. Su hipótesis para entender algunas de las condiciones que motivan la lectura es que antes “leíamos durante tiempos robados, en las orillas de la vida, en el borde del mundo”, es decir que, paradójicamente, el deseo se ve estimulado por la dificultad de satisfacerse plenamente.
Aunque nunca se ha leído tanto como ahora gracias a Internet y los dis po sitivos electrónicos, la sociedad contemporánea padece una constante preo cupación por los bajos índices de lectura que reportan las encuestas especializadas.
Retomando a Michèle Petit, hay que reconocer que la obligatoriedad de leer aleja a muchos de los potenciales lectores, pues transforma esta práctica, que requiere del deseo y la libre elección como ingredientes fundamentales, en una pesada carga; además de que existe una enorme desigualdad en el acceso a los libros y a las obras valoradas culturalmente, lo que en muchas ocasiones se traduce en una sensación de inseguridad, vergüenza y rechazo al libro.
Además, resulta evidente que la sociedad contemporánea ha sufrido una profunda transformación con el vertiginoso despliegue de la tecnología y la diversificación de los medios de comunicación ocurrida en el último siglo, los cuales han multiplicado las opciones para el ocio y el entretenimiento, algunas de cuyas prácticas compiten con la lectura propiamente dicha, como sucede con el cine y las series de televisión, entre otras posibilidades. También es verdad que, debido a la jerarquización a la que están sometidos los productos culturales, el consumo de algunos de ellos se ha invisibilizado, debido a que en el campo cultural todavía tienen poco prestigio y legitimidad, como es el caso de los llamados “géneros populares”, como la literatura gótica, la ciencia ficción y, por supuesto, la novela rosa. Aunque las cosas están cambiando en la academia, afortunadamente.
Otro prejuicio profundamente arraigado en el imaginario colectivo es que la lectura es una actividad eminentemente intelectual, compleja y especializada. Desde 1968, en que el famoso texto de Barthes “La muerte del autor” declaró el nacimiento del lector, la teoría de la literatura se ha ocupado insistentemente en este tema, colocándola en un lugar central en el debate crítico, así como de algunos temas afines, entre los que destacan, por ejemplo, las condiciones de producción del sentido y los límites de la interpretación.
Las consecuencias de esta representación de la lectura y, por extensión del consumo artístico, han sido múltiples. En La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (1979), Pierre Bourdieu se refirió a la configuración de dos modelos antagónicos del gusto: el “puro” y el “bárbaro”, asociados a la jerarquía que opera entre el arte “culto”, el único legítimo, y el arte popular o “ingenuo”, cuyo público respectivo es uno “que entiende” y otro “que no entiende” por carecer de formación intelectual y limitarse a “lo fácil”. Como se desprende de esta caracterización, el arte considerado legítimo y la disposición estética que exige de su público expresan también los valores patriarcales de nuestra sociedad, ya que el desapego, la indiferencia y la apro ximación meramente intelectual a los productos culturales tienen connotaciones mas culinas frente a la feminización del arte popular, cuyos efectos estarían orien tados, predominantemente, a interpelar las pasiones, emociones y sentimientos de su público.
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