Una orgía macabra de esperpentos patrios y necropolítica a través de nuestra historia, comienza con el desastre de Cuba, la pérdida de las colonias, la literatura criminal (una orgía de sangre en papel) y la guerra de Marruecos, todo un bautismo de fuego legionario y nacionalismo militante que pronto dará paso a los grupos de asalto paramilitares tanto fascistas como ultracatólicos (algunos con el lema «Quien no está conmigo, está contra mí») y tradicionalistas. Tuvimos imitadores del fascio italiano, como Ramiro Ledesma y su lema con mucha y rica documentación visual, a través de nuestra historia y que «No parar hasta conquistar», o el matonismo de Onésimo redondo, que desarrollaron una estrategia de terror callejero y fascinación por la milicia, el puñal y la futurista «guerra como higiene del mundo». Nos quedaba, eso sí, la antigua colonia de Guinea, donde también protagonizamos otro capítulo más de esperpento patrio con los «falangistas morenos» y el sueño de ser lo que ya no éramos. El franquismo y la muerte convivieron tan de cerca que la dictadura fue un alarde de necropolítica y exaltación de los «caídos», marchas nocturnas, «liturgias de fuego» y hasta «Día del Dolor».
Pasen y vean. Lo sabemos, corta la respiración, pero ya va siendo hora de encontrarnos con aquello que fuimos y que quizás aún somos.
AA. VV.
España salvaje
Los otros Episodios Nacionales
ePub r1.0
Titivillus 01.02.2020
Título original: España salvaje
AA. VV., 2019
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
«¡Amemos la guerra y adelante!», lema publicado inicialmente en el número 58 de Libertad (18 de julio de 1932). Ilustración de Stefan Frank para Onésimo Redondo. Caudillo de Castilla (1937)
Nota editorial: Dios mío, «¿qué es España?»
NOTA EDITORIAL:
«DIOS MÍO, ¿QUÉ ES ESPAÑA?»
«A las masas, como a las mujeres, hay que ofrecerles fiestas, guerras, pasiones, botines, torbellinos, indecibles enbriagueces»
Los secretos de la Falange
Ernesto Giménez Caballero (1939)
E s posible que lo que leas aquí hable también ti. Es probable que, en cierta medida, esta orgía macabra te afecte. Al fin y al cabo es parte de la historia de un país. Se hizo en nombre de un país y hasta se proclamó, durante décadas, como necesario, justo, imprescindible. Ese país es… España.
Este libro, una antología sobre la cultura de la muerte en la que se dan cita lugares y personas, todos ellos esperpentos patrios que componen un retablo de violencias, discursos y fenómenos muy cercanos, tuvo un punto de partida. Ese origen fueron reflexiones, debates y lecturas que curiosamente comenzaron con un escritor estadounidense, el premio Nobel John Steinbeck, quien en 1962 publicó un espléndido libro, Viajes con Charley en busca de Estados Unidos (publicado en España en 2014 por Nórdica Libros). Steinbeck hizo 16 000 kilómetros, cruzando buena parte de su país, entablando conversación con toda clase de persona y viviendo numerosas aventuras y desventuras, un vasto viaje por el prácticamente inabarcable territorio de Estados Unidos con un objetivo que casi parece el sueño de un loco: determinar qué es eso de ser estadounidense, o si acaso existe algo semejante. No salió como esperaba. A mitad de trayecto surgieron los peligros propios de la acumulación y el exceso de estímulos. Aquel pasado, por su pesadez y carácter apabullante, le resultaba incomprensible. Había cruzado decenas de estados y hablado con centenares de personas, pero cuando el viaje comenzó a acercarse a su final se sintió desolado y abatido. También se reconcilió consigo mismo y, de paso, con aquella «loca» idea. No era posible. «No me sentía capaz de asimilar lo que me iba entrando por los ojos», confesó.
Jamás, salvo excepciones, nadie ha querido comprobar con honestidad si acaso existe eso de ser «español». Parece algo arcaico y tendencioso, posiblemente también inútil. Pero esa incapacidad también expresa algo sobre nuestra propia naturaleza. Nos embarcamos en esta idea de libro aún sin tener una respuesta. Contábamos con la pregunta o, mejor aún, las preguntas: ¿Existe acaso algo así como un ser «español» y una naturaleza «española»? ¿Es útil hacerse esa pregunta o por el contrario es un cierto esfuerzo prescindible? ¿Por qué, a diferencia de otros países y culturas, España no cuenta con un ensayo de definición más o menos aceptada al margen de consabidos tópicos? ¿Qué ha sucedido con nosotros y nosotras para que exista esa imposibilidad?
Ni idea, aunque lógicamente tengamos nuestras sospechas. Así que, a partir de la odisea frustrante de Steinbeck, llegaron otras obras y relatos que nos inspiraron, como el portentoso y magnífico ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro, un gran ensayo de Rafael Núñez Florencio y Elena Núñez González (Marcial Pons, 2014). Este libro nos abrió una puerta. A pesar de carecer de respuesta, sí que contábamos con algo común: el regusto y la fascinación por la muerte y la tendencia a la violencia atroz. Así que partiríamos, a falta de una respuesta clara, de algo que nos parece incuestionable, de un fragmento aún por construir de esa impresión: la cultura de la muerte en nuestro país.
Nos hemos centrado en el siglo pasado, desde el llamado «Desastre del 98» hasta la muerte de Franco, con especial atención a la mayor de las carnicerías, aún sin resolver del todo, como fue la Guerra Civil. Las violencias anteriores a esa guerra o la glorificación de la buena muerte fascista y legionaria tienen sus propias coordenadas y travesías. Pero es indudable que surgen de aquel clima de comienzos de siglo, con un país humillado, con ansias de regresar a tiempos mejores, desunido y en conflicto. Ese absoluto universo propio e hispánico que fue el fenómeno legionario, es el máximo grado de sublimación y mistificación de la violencia, en el que el fascismo y el franquismo también se reflejaron e hicieron suyo. El centro de gravedad a la hora de tratar estas verdaderas filosofías de la muerte, casi sin parangón (necrófilas, de exaltación de los que ya no están al grito de «¡Presente!» o de celebración del llamado «Día del Dolor», de bendición, crucifijo incluido, de matanzas, la producción literaria de aventuras guerreras donde predomina la sangre y la recreación mórbida en esta, de una cosmovisión donde la violencia era redentora y los asesinos absueltos de cualquier responsabilidad pues Dios y la Patria lo podían todo), no está en el extremismo, sino en la base teórica, en el programa político que fomenta y promociona esa voraz cultura de la muerte como la vivida en este país durante tantas décadas. Tal y como sostienen los autores de ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro
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