• Quejarse

Jorge Edwards - Los círculos morados. Memorias I

Aquí puedes leer online Jorge Edwards - Los círculos morados. Memorias I texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: Lumen, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Jorge Edwards Los círculos morados. Memorias I
  • Libro:
    Los círculos morados. Memorias I
  • Autor:
  • Editor:
    Lumen
  • Genre:
  • Año:
    2012
  • Índice:
    5 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 100
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Los círculos morados. Memorias I: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Los círculos morados. Memorias I" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Una lectura honesta, íntima y vibrante, un retrato literario de una vida y de una época.

«La conversación en la sombra, en la penumbra sucia, era siempre literaria hasta el extremo, hasta el agotamiento», escribe Jorge Edwards en este primer y brillante volumen de memorias que constituye una historia a la vez íntima y generacional del descubrimiento de la literatura, un hallazgo a contracorriente del Santiago conservador de su infancia y de su casa «burguesa, prudente, cuidadosa, temerosa del qué dirán, del exceso, de la espontaneidad de cualquier tipo, de casi todo».

La formación de un escritor en sus claroscuros queda magistralmente retratada en estas páginas, desde los recuerdos iniciales al cobijo de una madre, Picha -«la simpática, la estupenda, la dulce»-, y de una clase social inexpugnable, pasando por traumas infantiles, profundas heridas debidas a un cura, la formación jesuita en el Colegio San Ignacio (donde tuvo entre sus profesores al sacerdote Alberto Hurtado), las primeras lecturas reveladoras, el erotismo, hasta los personajes de los años cuarenta y vísperas de los cincuenta, el impacto del conocimiento de Pablo Neruda, y el encuentro con Alejandro Jodorowsky, Enrique Lihn y los surrealistas.

Los círculos morados, es decir las marcas del vino en las comisuras de los labios en los años de la bohemia y la rebeldía, es una lectura honesta, íntima y vibrante. Un retrato literario de una vida y de una época. Espléndidamente escrito.

Jorge Edwards: otros libros del autor


¿Quién escribió Los círculos morados. Memorias I? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Los círculos morados. Memorias I — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Los círculos morados. Memorias I " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Índice Ainsi Lecteur je suis moy-mesme la matière de mon livre ce nest pas - photo 1
Índice Ainsi Lecteur je suis moy-mesme la matière de mon livre ce nest pas - photo 2

Índice

Ainsi, Lecteur, je suis moy-mesme la matière de mon livre: ce n’est pas raison que tu employes ton loisir en un subject si frivole et si vain.

M ONTAIGNE

I
La casa de la Alameda

Conservo un frasco azul.

Dentro de él una oreja y un retrato…

Los recuerdos iniciales, infantiles, propios o ajenos, reales o ficticios, tienen una resonancia interna, borrosa, una vibración, un eco, algo así como una sombra, o como una doble sombra, que con la cercanía en el tiempo, con una precisión mayor, dentro de contornos más nítidos, tienden a perderse. Memoria cercana frente a memoria profunda. El lente desenfocado produce el misterio, o ayuda a producirlo. Permite que exista el misterio, por lo menos. Toco una nota, un punto sensible del pasado, un nudo, y su resonancia permanece vibrando durante un buen rato. Le pongo pedal a una nota: acorde prolongado. Salgo de mi casa de la Alameda frente a la entrada principal del cerro Santa Lucía, a sus escalinatas convergentes, sus enredaderas, sus fuentes de agua, sus grutas artificiales, sus cúpulas de fantasía, en compañía de mi madre, que va vestida de traje de sastre gris, apenas maquillada, con un sombrero negro discreto, y cruzamos la calle, mirando de reojo las peligrosas góndolas, los buses del Santiago de aquel tiempo, hasta llegar al convento del Carmen, que se encuentra en la esquina opuesta, en el lado del oriente, el de la cordillera. En la amplia avenida, la Alameda de las Delicias, como dice mi madre, antiguo lecho del otro brazo del río Mapocho, frente a la entrada ceremonial del cerro concebida por don Benjamín Vicuña Mackenna, el alcalde grafómano e inventor, hay un movimiento de góndolas llenas de gente que cuelga de las pisaderas y hasta de las ventanas, como racimos humanos, de tranvías que trituran rieles y avanzan tocando una campanilla, de carretelas arrastradas por caballos flacos, de carretones cargados por hombres que parecen no tocar el suelo con sus chancletas o sus pies desnudos, de uno que otro automóvil, un Ford de bigote, un Hudson gris en forma de acorazado, de niños harapientos, llenos de mocos, que corren por todos lados, pero no tienen zapatos ni trajes de marinero, de beatas encorvadas, escondidas bajo velos negros, que dan pasos cortos apresurados para alcanzar la misa de nueve de San Francisco. En el aire se cruzan las campanadas de San Francisco, las del Carmen, las de la iglesia de la Merced, más lejanas, las de la Veracruz, débiles, dispersadas por los ventarrones, por el revoloteo de abejorros y de zorzales, de uno que otro matapiojo, de picaflores. Mi madre tiene una tía encerrada en el convento, en estricta clausura. No me acuerdo si se llamaba Teresita, o Rosa, o Carmencita, como la santa, y como mi madre. Preguntamos por ella —Teresita, Carmencita—, y ella nos recibe, al cabo de un rato, detrás de un tupido enrejado de madera. Antes no había nadie detrás de las rejas, y ahora hay un bulto humano que no alcanzamos a distinguir, y una voz que mi madre parece que entiende, pero que yo no alcanzo a entender: una voz gangosa, tomada por los efluvios de los espacios interiores, por el pasado, por los años de silencio, y que, sin embargo, conserva acentos curiosamente familiares, inmediatamente reconocibles, del lado paterno de la familia de mi madre, de parientes lejanos.

—¿Es —pregunta la voz de la sombra— un niño bueno?

Mi madre contesta que sí. Sí, Teresita, o Carmencita, contesta. El niño saca muy buenas notas, y reza mucho, y comulga todos los días, o casi todos los días, Carmencita. A veces entro a su pieza y lo encuentro hincado junto a su crucifijo, de manos juntas, rezando, llorando.

—¡Mentira, mamá!

—¡Cállese, hijito!

La tía monja —Teresita, Bernardita, Carmencita— da señales de íntima satisfacción. Suspira detrás del enrejado. Mueve su cabeza, de la cual solo divisamos la sombra, con entusiasmo. Yo me sorprendo de la exageración de mi madre, de sus ganas de dejar contenta a la tía monja medio invisible, de darle en el gusto. ¡Qué buena cosa! Mi madre, entonces, y yo nos ponemos de pie, nos despedimos, retrocedemos de espalda, contagiados por algo, por un misterio, y nos retiramos. Mi madre irá caminando, cruzando todo el centro de la ciudad, saludando a gente, ignorando a otra, hasta el Mercado Central, el del barrio de la Estación Mapocho, el de don Benjamín (el mismo del cerro), porque le gusta escoger los productos a ella misma, con sus propias manos, las frutas de temporada, los espárragos, y discutir con los puesteros y las puesteras gordas, que la tratan de casera, de caserita, con los vendedores de pescado, con los de hierbas, condimentos, ajíes rojos y amarillos, pimentones verdes y rojos, azafrán, camotes, lúcumas. La he acompañado hasta la plaza de Armas, pero de repente le he dicho algo vago y he regresado a la casa a la carrera. Supongo que entré y me puse a caminar por todo el primer piso, entre el balcón del salón, el que da sobre los árboles de la Alameda, y el patio trasero, donde se divisa ropa colgada en las ventanas de las casas vecinas, y empecé a aburrirme como enfermo.

—La gente inteligente no se aburre —dice mi madre.

—Pero yo sí, mamá —digo—. Me aburro tanto, que me dan ganas de tirarme por el balcón.

—No diga tonterías, hijo —dice mi madre, que pasa del tú al usted cuando se molesta.

Mi madre, la Picha, o la señora Picha, y esa palabra, en Chile, significaba la simpática, la estupenda, la dulce, no era demasiado alta, más bien mediana de estatura, y yo la encontraba bonita, perfecta, aunque tuviera la nariz un poco larga. Mi placer superior era acompañarla a caminar, aun cuando esa mañana se me ocurrió darme vuelta y regresar a la casa. La acompañaba por el centro de la ciudad, por el Parque Forestal, por el cerro Santa Lucía, por la plaza Italia y la avenida Providencia, por donde fuera. A veces, sobre todo los 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, me llevaba a comulgar a San Francisco y después a tomar desayuno en el café Astoria, que estaba al comienzo de la calle Ahumada o de la calle Estado. Me acuerdo de los maravillosos sándwiches de jamón con palta en pan de miga, o de ave con pimentón rojo, o de carne molida con mayonesa, de los cafés fríos con helado de bocado y crema de chantilly, cuyo fondo se exploraba con una pajita, delicia pura. Era un niño santificado, aureolado, que se confesaba y comulgaba al alero de su madre, y que se alimentaba bien, demasiado bien (como un cerdito, aunque era un cerdito delgado, que no engordaba con la comida), en el café Astoria de la primera cuadra de Ahumada, en el Torres, en otros lados. Mi abuelo Valdés, mi tata, Luis Germán Valdés, en el antiguo hotel Alcázar de Viña del Mar, a pasos de la parroquia y de la estación, me vio devorar un pollo asado entero, adobado de salsa, acompañado de papas hilo, con tan saludable gusto, que llamó al mozo y le pidió que me sirviera otro (¿Entero, señor? Sí, entero), que tampoco tardé mucho en despachar. Mi tata contaba después la historia de los dos pollos y se reía. Al comienzo de algunas tardes, no en todas, mi madre, en su dormitorio en penumbra, antes de dormir una siesta, me pedía que le rascara un brazo, para lo cual se subía la manga respectiva. Después me pagaba por tiempo de rasquido, un peso por cada media hora, por ejemplo, dos pesos por hora. Se podría decir que el rascado, el rasquido, decíamos, era una costumbre de mi familia materna, de los Valdeses. Mi tata, sentado en un sillón de los que llamaban confortables, de cretona, estilo Reina Ana (¿quién sería esa Reina Ana?), me pedía que me pusiera detrás, armado de una lima, y que le rascara la cabeza calva. No era lo mismo que rascar los brazos de mi madre en la penumbra, desde luego: era una tarea más áspera, más aburrida. En el caso de mi tata, reconozco que rascaba por el dinero y que su calvicie huesuda, algo grasa, con caspa adherida a lo que habían sido raíces de pelo, me producía repugnancia. Rascar el brazo más bien rollizo y regordete de mi madre, la famosa Picha Valdés, era, desde luego, otra cosa.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Los círculos morados. Memorias I»

Mira libros similares a Los círculos morados. Memorias I. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Los círculos morados. Memorias I»

Discusión, reseñas del libro Los círculos morados. Memorias I y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.