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Chateaubriand - Memorias de ultratumba Tomo I

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Chateaubriand Memorias de ultratumba Tomo I

Memorias de ultratumba Tomo I: resumen, descripción y anotación

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Es difícil transmitir con palabras la sensación que se tiene ante la lectura de una joya de la literatura como son las ´Memorias de ultratumba´, escritas por Chateaubriand casi al final de su vida, y en las que se refleja un periodo de la historia de Francia que abarca desde los preliminares a la Revolución francesa hasta la llegada de nuevo al trono, pasando por la etapa napoleónica, de Luis XVIII y su sucesor, Carlos X, momento en el que Chateaubriand abandona su carrera política. Chateaubriand, haciendo gala de una memoria fuera de lo común, nos narra toda su vida en treinta y tres libros y varios apéndices, desde su misma venida al mundo hasta su infancia en Dieppe, en Bretaña y en el castillo de Combourg hasta su retirada de la política. Chateaubriand define su obra como ´un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos. Grave, melancólico, hábil, de una prosa ligera y sencilla de leer, el aristócrata analiza con reflexión y profundidad los acontecimientos que probablemente hayan marcado, en mayor medida que ningún otro, el destino de la humanidad moderna.

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Datos del libro
Título Original: Mémoires d'outre-tombe
©1841, Chateaubrian, Francois-René
©1849, Mellado, Editor
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.65
MEMORIAS DE ULTRATUMBA
FRANCOIS-RENÉ DE CHATEAUBRIAND
TOMO I
C ONDICIONES DE SUBSCRIPCIÓN.
Todos los días se publican dos pliegos, uno de cada una de las dos secciones en que está dividida la Biblioteca, y cada pliego cuesta dos cuartos en Madrid y diez maravedíes en provincia, siendo de cuenta de la empresa el porte hasta llegar los tomos a poder de sus corresponsales. Las remesas de provincias se hacen por tomos; en Madrid puede recibir el suscriptor las obras por pliegos o por tomos, a su voluntad. Para ser suscriptor en provincia basta tener depositados 12 rs. en poder del corresponsal.
Traducida al castellano
MADRID, 1849
MELLADO, EDITOR
Calle de Sta. Teresa, nº 6
PRÓLOGO
P ARÍS 14 de abril de 1846.
Revisado en 28 de julio de 1846.
Sicut nubes... quasinaves... velut umbra...
Job.
Como no es posible prever el momento de mi fin, y como los días concedidos a personas de mi edad, son días de favor, o más bien de castigo, debo ya explicarme.
El 4 de setiembre próximo cumpliré setenta y ocho años: tiempo es de que deje a un mundo que me deja, y del cual me separo sin pesar.
Las Memorias, a cuya cabeza ha de leerse este prólogo, siguen en sus divisiones las divisiones naturales de mis diferentes vicisitudes.
La triste necesidad, cuyo pie ha oprimido constantemente mi garganta, me ha obligado a vender estas Memorias. Nadie puede comprender el dolor que me ha causado la precisión de hipotecar mi tumba; pero mis juramentos, y la unidad de mi conducta, exigían de mí este supremo sacrificio. Un cariño pusilánime tal vez, me hacia considerar mis Memorias como unos confidentes, de los cuales no hubiera querido separarme jamás. Mi intención era legarlas a Mme.de Chateaubriand, para que las diese al público, si así era su voluntad, o para que las conservase inéditas, que es lo que yo desearía hoy más que nunca.
¡Oh! ¡si me fuera posible, antes de dejar el mundo, hallar una persona suficientemente rica, y que hubiera en mi la confianza bastante para rescatar las ficciones de la sociedad; una persona que no tuviera como esa sociedad, la precisión de dar mi obra a la prensa, en el instante que doblen por mí las campanas! Algunos accionistas son amigos míos, y otros personas serviciales que solo han querido serme útiles; pero las acciones al fin, pueden haber pasado a manos de gente que no conozco, y para lo cual lo mas importante es el buen éxito de los negocios de su casa. Natural es que la prolongación de mi vida cause a estas personas, sino disgusto, perjuicio al menos. En fin, si todavía fuese yo dueño de estas Memorias, las conservaría manuscritas o retardaría cincuenta años su publicación.
He compuesto estas Memorias en diferentes épocas y en diferentes países: esto ha dado ocasión a prólogos que descubren los sitios en que a la sazón me hallaba, y los sentimientos de que estaba animado, cada vez que se reanuda el hilo de mi narración. Así so han enlazado unas con otras las diferentes fases de mi vida, viéndome precisado a hablar de mis periodos de prosperidad, de mis, tiempos de miseria, y a trazar mis días felices en mis días de tribulación. Mi juventud ha penetrado en mi vejez; la gravedad de mis años de experiencia, ha entristecido mis años de frivolidad; hanse cruzado y confundido los rayos de mi sol desde la aurora hasta el poniente, y esto ha producido en mi relato una especie de confusión, o si se quiere, de unidad indefinible; en mi cuna hay algo de mi tumba, y en mi tumba algo de mi cuna; mis padecimientos se convierten en placeres, mis placeres en pesares, y al acabar de leer estas Memorias, no sé si son obra de un joven de cabellos negros o de una cabeza cana.
Ignoro si agradará o si disgustará esta mezcla, que no está en mi mano remediar; es fruto de la inconstancia de mi suerte; las tempestades no me han dejado muchas veces otra mesa para escribir que el escollo de mi naufragio.
Me han instado para que publique antes de morir algunos fragmentos de estas Memorias: pero prefiero hablar desde el ataúd: entonces acompañarán a mi narración esas voces que tienen algo de sagradas, porque salen del sepulcro. Si he padecido en este mundo lo bastante para ser una sombra feliz en el otro, algún destello de los Campos Elíseos derramará su luz protectora sobre mis últimos cuadros: la vida me cae mal; acaso la muerte me estará mejor.
Estas Memorias han sido objeto de mi predilección: San Buenaventura obtuvo del cielo permiso para continuarlas suyas después de su muerte: no espero yo el mismo favor; pero desearía resucitar en la hora de las fantasmas para corregir al menos las pruebas. Pero al fin, cuando la eternidad me haya tapado los oídos con sus dos manos, nada oiré de la tierra, confundido entre la pulverizada familia de los sordos.
Si alguna parte de este trabajó ha obtenido mi preferencia, es la que se refiere a mi juventud, época la mas ignorada de mi vida. Al hablar de ella, he tenido que revelar un mundo únicamente conocido de mí; solo he encontrado recuerdos y silencio al transitar por entre aquella multitud que ya se ha desvanecido; ¿cuántas personas existen hoy de las que he tratado en el discurso de mi vida?
Los habitantes de Saint-Malo se dirigieron a mí en 25 de agosto de 1828, por conducto del maire, con motivo de cierta presa que deseaban construir para, aquel puerto. Secundé sus deseos, solicitando como una señal recíproca de benevolencia, algunos pies de terreno para mi sepulcro en el Grand Bé . La oposición del cuerpo militar de ingenieros suscitó algunas dificultades. En 27 de octubre de 1831 recibí por fin una carta del maire Mr. Hovius, que me decía: «La piedad filial de los naturales de Saint-Malo preparará el lugar de descanso que deseáis, a orillas del mar, y a algunos pasos de distancia de vuestra cuna. Un triste pensamiento acompañará a este acto. ¡Ah! ¡Plegue a Dios que el monumento permanezca vacío muchos años! Pero el honor y la gloria sobreviven a todo lo que pasa sobre la tierra.» Cito con reconocimiento estas hermosas palabras de Mr. Hovius; solo sobra en ellas la de gloria.
Descansaré, pues, a orillas de ese mar que tanto he querido. Si muero lejos de Francia, deseo que no se traslade mi cuerpo a mi patria hasta que hayan pasado cincuenta años desde su primera inhumación. Sálvese a mis restos de una autopsia sacrílega: omítase el buscar en mi cerebro helado y en mi apagado corazón el misterio de mi existencia. La muerte no revela los secretos de la vida. Un cadáver viajando en posta me horroriza; pero los huesos blancos ya y ligeros se trasportan fácilmente: menos se cansarán en esté postrer viaje que cuando yo los arrastraba a la ventura cargado con el peso de mis enojos.
MEMORIAS PRIMERA PARTE
Sicut nubes... quasi naves... velut umbra.
Job.
La Vallée-aux-Loups, cerca de Aulnay 4 de octubre de 1811.
H ACE cuatro años, que al regresar de la Tierra Santa, compré junto a la aldea de Aulnay, y a las inmediaciones de Sceaux y Chatenay, una casa de recreo, escondida entre algunas colinas cubiertas de árboles. El terreno desigual y arenoso, que de esta casa dependía, era solo un vergel inculto, terminado por un barranco y un bosque de castaños. Aquel estrecho recinto me pareció capaz de albergar mis dilatadas esperanzas; spatio brevi spem longam reseces. Los árboles que en él he plantado, prosperan; pero son aun tan pequeños, que cuando me interpongo entre ellos y el sol les doy sombra. Algún día devolviéndome esa sombra, protegerán mi ancianidad, como yo he protegido su juventud. Los he escogido con todo el cuidado, que me ha sido posible en los diversos climas por los que he andado errante: ellos me recuerdan mis viajes, y alimentan en mi corazón otras ilusiones.
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