Datos del libro
Título Original: Mémoires d'outre-tombe
©1849, Chateaubriand, Francois-René
©1850, Mellado, Editor
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.65
MEMORIAS DE ULTRATUMBA
POR EL VIZCONDE DE CHATEAUBRIAND
TOMO IV
T RADUCIDA AL CASTELLANO.
MADRID, 1850
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MADAMA RECAMIER
P ARÍS, 1839.
Pasemos a la embajada de Roma, ocupémonos de esa Italia, sueño de toda mi vida. Antes de proseguir mi relato debo hablar de una mujer que ya no perderemos de vista hasta el fin de estas Memorias. Entre ella y yo va a entablarse una correspondencia desde Roma a París, por lo tanto es necesario saber a quien escribo, cómo y en qué época conocí o madama Recamier.
Hallo esta en las diferentes clases de la sociedad, personajes más o menos célebres, que todos la rindieron homenaje. Su hermosura liga su existencia ideal a los hechos materiales de nuestra historia, semejante a una luz serena que ilumina un cuadro borrascoso.
Volvamos de nuevo a los tiempos pasados; intentemos al ya débil resplandor de mi estrella, bosquejar un retrato de la mujer que se apareció en el cielo de mi juventud, antes que la cercana noche de mi vida esparza sus densas sombras.
Una carta publicada en el Mercurio Después de mi regreso a Francia en 1800, llamó la atención de Mad. Staël: aun no me habían borrado de la lista de los emigrados, y Atala me sacó de la oscuridad. Mad. Bacciochi (Elisa Bonaparte) a ruego de monsieur de Fontanes, solicitó y obtuvo mi rehabilitación, de la cual se había ocupado asimismo Mad. Staël, a quien pasé a dar las merecidas gracias. No recuerda ya si fue Cristian de Lamoignon o el autor de la Corina quien me presentó a Mad. Recamier su amiga, que vivía a la sazón en su casa de la calle de Montblanc. Al abandonar mis bosques y al salir de la oscuridad de mi vida, era yo aun tan huraño que apenas me atrevía a fijar los ojos en una mujer rodeada de adoradores.
Como un mes después, encontrábame una mañana en casa de Mad. de Staël quien me había recibido en su tocador, estándola vistiendo la señorita Oliva, mientras hablaba y distraídamente enlazaba entre sus dedos una ramita verde. Entro de repente madama Recamier vestida de blanco y se sentó en me dio de un sofá de seda azul, Mad. Staël, que permaneció de pie, continuó su animada conversación y hablaba con elocuencia, más yo sin apartar la vista, de Mad. Recamier, apenas prestaba la menor atención. Yo no había ideado jamás nada tan hermoso, y entonces más que nunca roe sentí humillado, trocándose mi admiración en enojo contra mi mismo. Salió Mad. Recamier y no la volví a ver hasta dos años más tarde.
¡Doce años! ¡qué poder enemigo corta y malvierte así nuestros días, y los prodiga irónicamente a todas las indiferencias llamadas afectos, a todas las miserias que llevan el nombre de felicidades! Para, más burla, aun después de marchitar la parte más preciosa de la vida, conduce nuevamente al hombre al punto de partida de su carrera. ¿Y de qué modo le conduce? Dominada la imaginación por ideas raras, por importunos fantasmas y por mentidos o incompletos sentimientos de un mundo que nada dichoso os ha dejado. Estas ideas, estos fantasmas, estos sentimientos se interponen entre el hombre y la dicha, que aun podría gozar. Vuelve el desdichado a su primitivo punto de salida con el corazón lleno de pesares y marchita el aliña por los desengaños de la juventud, de tan penosos recuerdos en el pudor de los años. De este modo regresé yo a Siria Después de haber estado en Roma, Después de haber visto pasar el imperio, Después de haber llegado a ser hombre de gran reputación, y Después de haberse salido de mi silencio. ¿Qué habría hecho entre tanto Mad. Recamier? ¿Cuál habría sido su vida?
Siéndome desconocida la mayor parte de la existencia brillante y retirada a la vez de que voy a tratar, me veo precisado a recurrir a otras autoridades que la mía, pero que serán irrecusables. Mad. Recamier me refirió hechos de que fue testigo y me comunicó preciosas cartas. Me permitió que consultara el testo de las notas que había escrito sobre lo que viera durante su vida, más solo consintió en que le citara muy rara vez. Además, Mad. de Staël en su correspondencia, Benjamín Constant en sus recuerdos, impresos unos, manuscritos otros, Mr. Balanche en una noticia sobro nuestra común amiga, la duquesa de Abrantes en sus bosquejos, y Mad. de Genlis en los suyos también me han suministrado con prodigalidad abundantes materiales para mi narración; yo no he hecho sino anudar unos a otros tan celebres nombres, llenando con mi relato los huecos que pudieran resultar de algún eslabón roto en la cadena de los acontecimientos.
Dice Montaigne que se arroban los hombres pensando en el porvenir: yo tengo la manía de arrobarme pensando en el pasado. Todo es placer, sobre todo cuando se vuelve la vista a los primeros años de los objetos queridos; se prolonga una existencia amada; se extiende el afecto existente a tiempos que ignorados se les hace resucitar; se engalana lo que fue con lo que es; se forma una nueva juventud.
Infancia de Mad. Recamier.
Vi el jardín botánico de Lyon establecido en las ruinas del anfiteatro antiguo, y en los jardines de la antigua abadía de la Desierta, demolida al presente; elévase a lo lejos la más alta montaña de Europa, primera columna miliaria de Italia con su manto blanco por encima de las nubes. En aquella abadía fue encerrada Mad. Recamier, donde pasó su infancia dentro de una verja que daba a la iglesia exterior, y que solo se abría durante la celebración de la misa. Entonces se veía en la capilla interior del convento a numerosas jóvenes prosternadas. El día del santo de la abadesa era la fiesta principal de la comunidad; la más linda pensionista cumplimentaba a la superiora, presentándose bien ataviada, cubierta con un velo y coronada por mano de sus compañeras. Todo esto se verificaba con el mayor silencio, porque la hora de levantarse era una dé las llamadas en los monasterios de gran silencio. Escusado es decir que Julieta era la encargada de hacer los honores de la fiesta. Establecidos sus padres en París, llamaron cerca de sí a su hija. De algunos borradores escritos por madama Recamier, tomo la siguiente nota:
«La víspera del día que mi tía debía ir a buscarme, fui conducida al aposento de la señora abadesa para recibir su bendición. Desecha en llanto, traspuse al día siguiente aquella puerta que, no recordaba se hubiese abierto para darme entrada, me hallé en un carruaje con mi tía y partimos hacia París.
«Dejo con sentimiento una época tan pura y tranquila para entrar en la agitada; aquella se me presenta a veces en la imaginación como un grato e incierto sueño, con sus nubes de incienso, sus infinitas ceremonias, sus procesiones en los jardines, sus cánticos y sus flores.»
Aquellas horas que se deslizaron en un piadoso retiro, descansan ahora en otra soledad religiosa, sin haber perdido nada de su frescura ni de su armonía.
Juventud de Mad. Recamier.
Benjamín Constant, el hombre que después de Voltaire ha tenido más imaginación, trata de dar una idea de la primera juventud de Mad. Recamier, y sacó del modelo cuyos rasgos trataba de describir una gracia que no le era natural.
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