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Chateaubriand - Memorias de ultratumba Tomo V

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Chateaubriand Memorias de ultratumba Tomo V

Memorias de ultratumba Tomo V: resumen, descripción y anotación

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Es difícil transmitir con palabras la sensación que se tiene ante la lectura de una joya de la literatura como son las ´Memorias de ultratumba´, escritas por Chateaubriand casi al final de su vida, y en las que se refleja un periodo de la historia de Francia que abarca desde los preliminares a la Revolución francesa hasta la llegada de nuevo al trono, pasando por la etapa napoleónica, de Luis XVIII y su sucesor, Carlos X, momento en el que Chateaubriand abandona su carrera política. Chateaubriand, haciendo gala de una memoria fuera de lo común, nos narra toda su vida en treinta y tres libros y varios apéndices, desde su misma venida al mundo hasta su infancia en Dieppe, en Bretaña y en el castillo de Combourg hasta su retirada de la política. Chateaubriand define su obra como ´un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos. Grave, melancólico, hábil, de una prosa ligera y sencilla de leer, el aristócrata analiza con reflexión y profundidad los acontecimientos que probablemente hayan marcado, en mayor medida que ningún otro, el destino de la humanidad moderna.

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Datos del libro
Título Original: Mémoires d'outre-tombe
©1841, Chateaubriand, François-René
©1850, Mellado, Editor
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.65
MEMORIAS DE ULTRATUMBA
POR EL VIZCONDE DE CHATEAUBRIAND
TOMO V
T RADUCIDA AL CASTELLANO.
MADRID, 1850
CONDICIONES DE SUBSCRIPCIÓN.
Todos los días se publican dos pliegos, uno de cada una de las dos secciones en que está dividida la Biblioteca, y cada pliego cuesta dos cuartos en Madrid y diez maravedíes en provincia, siendo de cuenta de la empresa el porte hasta llegar los tomos a poder de sus corresponsales. Las remesas de provincias se hacen por tomos; en Madrid puede recibir el suscriptor las obras por pliegos o por tomos, a su voluntad. Para ser suscriptor en provincia basta tener depositados 12 rs. en poder del corresponsal.
Los 12.000 francos de la señora duquesa de Berry.
«París, calle del Infierno, mayo de 1831.
La señora duquesa de Berry tiene su camarilla en París, como Carlos X la suya: en su nombre se recogían cortas sumas para socorrer a los realistas más pobres. Yo propuse distribuir a los coléricos la cantidad de 12,000 francos de parte de la madre de Enrique V. Se escribió a Massa, y la princesa no solo aprobó la distribución de los fondos, sino que hubiera deseado se repartiese una suma más considerable: su aprobación llegó el mismo día en que envié el dinero a las alcaldías. Así, pues, todo es rigurosamente cierto en mis explicaciones sobre el donativo de la desterrada. EL 11 de abril envié al prefecto del Sena la cantidad integra, para que la distribuyese a la clase indigente de París atacada del contagio. Mr. de Bondy no se hallaba en la casa de ayuntamiento cuando llegó mi carta. El secretario general la abrió y no se conceptuó autorizado para recibir el dinero. Trascurrieron tres días, y por último me contestó Mr. de Bondy, que no podía aceptar los 12,000 francos, porque bajo la apariencia de un acto benéfico, se vería una combinación política, contra la que toda la población parisiense protestaría con su negativa. Entonces mi secretario pasó a las doce alcaldías. De los cinco alcaldes presentes, cuatro aceptaron el donativo de 4,000 francos y uno no quiso admitirle. De los siete alcaldes ausentes, cinco callaron y dos le rehusaron. Al momento me vi asediado por una turba de indigentes: comisionados de las juntas de beneficencia y de caridad, obreros de todas clases, mujeres y niños. Polacos e italianos, proscriptos, literatos, artistas, militares, todos me escribieron, todos reclamaron una parte del beneficio. Si hubiese podido disponer de un millón, le habría distribuido en algunas horas. Mr. de Bondy había hecho muy mal en decir que todo, la población de París protestaría con su negativa: la población de París tomará siempre el dinero de todo el mundo. El temor del gobierno era digno de lástima y de desprecio: se hubiera dicho que aquel pérfido dinero legitimista iba a sublevar los coléricos, y a promover en los hospitales una insurrección de agonizantes para marchar al asalto de las Tullerías, con el féretro levantado, batiendo el fúnebre doble, y desplegado el sudario bajo el mando de la muerte. Mi correspondencia con los alcaldes se prolongó por la negativa del prefecto de París. Algunos me escribieron para devolverme mi dinero, o para pedirme sus recibos del donativo de la señora duquesa de Berry. Yo se los remití lealmente, y entregué este resguardo a la alcaldía del duodécimo distrito: «He recibido de la alcaldía del duodécimo distrito, la suma de mil francos, que había aceptado, y que me ha devuelto por orden del señor prefecto del Sena.»
París 22 de abril de 1832.
El alcalde del noveno distrito, Mr. Cronier, fue más intrépido; guardó los mil francos y fue destituido. Le escribí esta esquela:
«29 de abril de 1832.
«Caballero:
«He sabido con sumo disgusto la desgracia que os ha ocurrido, y de la cual ha sido causa, o por lo menos pretexto, el acto benéfico de la señora duquesa de Berry. Empero debe consolaros el haberos granjeado la estimación pública, el sentimiento de vuestra independencia y la felicidad de haberos sacrificado por la causa de los desgraciados. «Tengo el honor etc., etc.»
El alcalde del cuarto distrito es un hombre enteramente distinto, Mr. Cadet de Gassicourt, poeta farmacéutico, que hacía algunos versos y escribía en su tiempo el de la libertad y del imperio una agradable declaración clásica, contra mi prosa romántica, y contra la de Mad. de Staël, Mr. Cadet de Gassicourt, fue el heraldo que tomó por asalto la cruz de la portada San German, l'Auxerroij, y que en una alocución, con motivo del cólera, ha dado a entender que los picaros carlistas podrían muy bien ser los envenenadores del vino, a quienes el pueblo había hecho ya rigorosa justicia.
El ilustre campeón me escribió la carta siguiente:
«París, 18 de marzo de 1832.
«No me encontraba en el despacho de la alcaldía, cuando se presentó la persona que me enviasteis, y esto os explicará el retraso que ha sufrido mi respuesta.
«No habiendo aceptado el señor prefecto del Sena el dinero que teníais el encargo de ofrecerle, me parece que ha trazado la línea de conducta que deben seguir los individuos de la corporación municipal. Imitaré por mi parte el ejemplo del señor prefecto con tanto más gasto, cuanto que me parece participo enteramente de los sentimientos que han dado lugar i su negativa.
«Solo me ocuparé de paso del titulo de Alteza Real que dais con alguna afectación a la persona de quien sois representante: la nuera de Carlos X no es ya en Francia Alteza Real, como su suegro no es tampoco rey. No hay nadie, caballero, que no esté moralmente convencido de que esa señora obra con mucha actividad, y distribuye sumas mucho más considerables que la que os ha confiado, para promover turbulencias en nuestro país y hacer estallar la guerra civil. La limosna que pretende dar no es más que un medio para llamar la atención hacia sí y su partido, y conciliarse una benevolencia que sus intenciones están muy lejos de justificar. No debéis, pues, extrañar que un magistrado, firmemente adicto a la monarquía constitucional de Luis Felipe, rehúse unos socorros de semejante procedencia, y busque entre los verdaderos ciudadanos beneficios puros, dirigidos sinceramente a la humanidad y a la patria.
«Soy con la más distinguida consideración, caballero, etc.
«F. Cadet de Gassicourt.»
Esta rebelión de Mr. Cadet de Gassicourt contra una señora y su suegro es demasiado altiva: ¡cuánto han progresado las luces y la filosofía!... ¡Qué indomable independencia!... Mres. Fleurant y Purgon no se atrevían a mirar a las gentes cara a cara sino de rodillas: Mr. Cadet dice como el Cid:
...Entonces nos levantamos.
Su libertad es tanto más intrépida, cuanto ese suegro (por otro nombre hijo de San Luis) se halla proscripto. Mr. de Gassicourt se hace superior a todo eso: desprecia igualmente la nobleza y la desgracia. Con el mismo desdén trata mis preocupaciones aristocráticas, y cree haber hecho una conquista contra la hidalguía. ¿Pero no habría algunas rivalidades antiguas, algunas desavenencias históricas entre la casa de los Cadet y la de los Capetos? Enrique IV, abuelo de ese suegro, que ya no es rey, como esa señora M es Alteza Real, atravesaba un día la selva de San German: ocho señores se habían emboscado en ella para matar al Bearnais, pero fueron presos. Uno de ellos, dice l'Etoile, era un boticario que pidió hablar al rey: preguntole S. M. por su estado y profesión, y contestó que la de boticario. —¿Cómo, dijo el rey, se acostumbra a tener aquí por profesión el oficio de boticario? ¿Acecháis a los pasajeros para? Enrique IV era un soldado, el pudor no le embarazaba, y no retrocedía ante una palabra, como no volvía la espalda al enemigo.
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