Golding William - Pincher Martin
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Pincher Martin: resumen, descripción y anotación
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William Golding
Pincher Martin
Título original: Pincher Martin
Traducción: Carmen Ibañez Langlois
Editorial Zig-Zag
Narradores europeos
31 de octubre de 1969
Santiago de Chile
Luchaba; luchaba en todo sentido. Su propio cuerpo convulsionado era el eje que, anudado sobre sí mismo, se oponía a los elementos. Para él no existía ni el más allá ni el más acá. No había luz, no había aire. Sintió que su boca se abría por sí sola y que de ella emanaba una sola palabra, un grito:
— ¡Socorro!
Al escapárse l e ese grito, junto con un resto de aire, el agua llenó el vacío de su garganta; un agua dura, quemante, que caía y lo hería como si hubiera sido piedra. Revolcándose en el agua negra y ahogante, envolvió su cuerpo, sujetándolo donde se había escapado ese aire; pero cedió al pánico y su boca se dilató hasta que las articulaciones de sus mandíbulas le produjeron un intenso dolor. El agua le penetraba a borbotones y sin piedad, y durante un momento, mezclado con ésta, le llegó un poco de aire que se esforzó por respirar; pero el líquido lo redujo, haciéndolo girar y nublándole totalmente toda conciencia.
Un ruido como de turbinas desgarraba sus oídos, y chispas verdes se desprendían del centro de su ser. Sentía el sonido de pistones que, acelerando, sacudían el universo entero. Procuró enterrarle los dientes a una máscara de viento helado que cubría su cara. Agua y aire se confundieron, arrastrando a ese cuerpo hacia las profundidades como si hubiera sido un canto rodado. Músculos, nervios y sangre, pulmones que se esforzaban y un engranaje en la cabeza se aunaron durante un momento para volver a dar forma a su ser. Los tragos de agua dura le sacudían el gaznate, los labios se juntaban para separarse enseguida, la lengua se arqueaba y el cerebro se encendía como una estela de neón.
"Ma", alcanzó a exclamar; pero el hombre permanecía suspendido, alejado de toda esa conmoción, despegado de su cuerpo sacudido. Las imágenes luminosas desplegadas ante él estaban bañadas de luz; pero le eran indiferentes. De haber podido controlar los nervios de su rostro, o si ese rostro hubiera podido reflejar la actitud de su "yo" consciente, donde permanecía suspendido entre la vida y la muerte, ese rostro habría parecido más bien una mueca. La mandíbula estaba distorsionada en una contorsión hacia abajo, y la boca llena de líquido.
El arco verde que emergía del centro de su ser comenzó a girar hasta convertirse en un disco. La garganta, ya tan distante del hombre que gruñía, comenzó a vomitar agua y a absorberla nuevamente. Las masas de agua dura ya no le hacían daño. Se estableció una especie de — tregua; observaba su cuerpo no ya con un rostro, sino con una mueca.
Una imagen se fijó ante el hombre y éste la observó. Hacía muchísimos años que no le había sido dado ver algo semejante, de manera que la mueca se convirtió en curiosidad y perdió parte de su intensidad. Examinó la imagen.
Era un pote de jalea que estaba posado sobre una mesa brillantemente iluminada. Lo mismo podía haber sido un inmenso pote en el centro de un escenario, o uno muy pequeño que apenas le rozara la cara; de todas maneras le resultaba interesante, pues podía observar dentro de este pequeño mundo tan distante, y que le era posible controlar. El frasco estaba casi lleno de un agua transparente, y en él flotaba, perpendicularmente, una minúscula figura de cristal. La boca del pote estaba cubierta por una delgada membrana de goma blanca. Sin pensar ni moverse, observó su contenido, mientras su cuerpo distante se tranquilizaba y se relajaba. El placer que le brindaba el pote consistía en que la pequeña figura de cristal estuviera tan delicadamente equilibrada entre dos fuerzas opuestas. Si se dejaba caer un dedo sobre la membrana se comprimiría el aire interior, que, a su vez, haría mayor presión sobre el agua; entonces el agua penetraría más profundamente en un pequeño tubo dentro de la figurita y ésta comenzaría a hundirse. Al variar la presión sobre la membrana se lograba hacer lo que se deseaba con la figura de cristal, que, en esa forma, quedaba totalmente a su merced. Murmurándole se le podía decir: ¡Húndete ahora!, y entonces descendería, descendería, desce n dería; también estaba en su poder el ceder, enderezándola, darle casi una brizna de aire, verla luchar hacia la superficie, para después, sin titubeos , despacio, despiadadamente, hacerla hundirse y hundirse.
Relacionaba el equilibrio delicado de la figura de cristal con su propio cuerpo. En un instante de muda percepción se vio rozando la superficie del mar con una estabilidad igualmente peligrosa, suspendido entre el flotar o el irse al fondo. La mueca pensó palabras. No las articuló, pero allí estaban en forma tan luminosa como si hubieran sido una realidad.
Naturalmente. Mi salvavidas.
Este estaba sujeto por unas cintas que pasaban debajo de los brazos; ahora hasta las podía sentir, circundándole el pecho y amarradas adelante entre su cuerpo y el capote encerado. El salvavidas estaba casi totalmente desinflado, tal cual recomendaban las autoridades, pues un salvavidas con demasiado aire podía reventar al chocar contra el agua. "Aléjese del navío nadando y después infle su salvavidas."
Junto con concebir el salvavidas surgieron en su mente un torrente de imágenes entrelazadas: la tabla barnizada donde se exponían las instrucciones; las fotografías del salvavidas con su tubo y su válvula de metal insertada a través de las cintas. Súbitamente tuvo conciencia de quién era él y de dónde estaba. Se encontraba suspendido sobre el agua, igual que la figura de cristal; no luchaba; su cuerpo estaba fláccido, y un torbellino de agua barría su cabeza con regularidad.
Su boca se llenaba de agua, ahogándolo. Relámpagos de un proyectil luminoso atravesaron la oscuridad. Sintió que un peso lo arr astraba hacia las profundidades. Gruñó nuevamente ante el recuerdo de las pesadas botas de mar y entonces comenzó a mover las piernas. Logró apoyar un dedo del pie sobre otro y empujó; pero la bota no se desprendía; encogiéndose sobre sí mismo, sintió que sus manos estaban muy distantes, pero que aún le eran de utilidad. Oprimió sus labios al tiempo que ejecutaba una acrobacia resuelta dentro del a g ua y que el proyectil luminoso relampagueaba. Sintió el latir de su corazón, y durante mucho rato ése fue el único punto de referencia que tuvo d en tro de la oscuridad informe. Logró subir su pierna derecha sobre su mus l o i zq uie r d o y l a izó pen osamente con manos flojas. S u bota de mar se deslizó hasta la mitad de la pierna y c on u na sacudida se liberó de ella. Una vez mas sintió el contacto de la goma entre los dedos de sus pies, y después desapareció totalmente. Levantando su pierna izquierda, forcejeó con la otra bota hasta deshacerse de ella. Ya se había liberado. Desenroscándose, permitió que su cuerpo se soltara libremente.
Su boca sabía lo que precisaba. Se abría y se cerraba contra el agua en busca de aire. Su cuerpo también lo comprendía todo. De tanto en tanto se le hacía un nudo en el estómago y el agua salada brotaba sobre su lengua.
Nuevamente comenzó a sentir temor; no un pánico animal, sino ese temor profundo a una muerte prolongada y experimentada en el aislamiento. Otra vez se oyó el gruñido, pero ahora recobró su aspecto de rostro y el aire le entró por la garganta. Existía un propósito detrás de la mueca que no permitía desperdiciar aire en sonidos inútiles. Un propósito implacable que aún no había tenido tiempo de descubrir. No podía respirar con regularidad, pero sí aspiraba entre los instantes de esa sepultura que se cernía sobre él. A medida que tragaba el aire comenzó a pensar. Volvió a recor d ar sus manos, y allí estaban, distantes en la oscu ri dad. Las recogió y con ellas tanteó el material duro de su capote. El botón le hacía daño y apenas si le era posible lograr que pasara por el ojal. Dejándose estar, con pocos movimientos de su cuerpo, pudo sentir que el mar lo ignoraba, tratándolo como la imagen de cristal de un marino o, como un tronco a punto de hundirse, pero que aun flotaría unos momentos. El aire le llegaba con regularidad entre los pasajes de las olas del mar.
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