William Ospina - América mestiza
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- Libro:América mestiza
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2013
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América mestiza: resumen, descripción y anotación
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WILLIAM OSPINA (Padua, Tolima, 1954) es autor de numerosos libros de poesía, entre ellos Hilo de Arena (1986), La luna del dragón (1992), El país del viento (Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura, 1992), y de ensayo, entre ellos Los nuevos centros de la esfera (Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas, La Habana, 2003), Es tarde para el hombre (1992), ¿Dónde está la franja amarilla? (1996), Las auroras de sangre (1999), La decadencia de los dragones (2002), América mestiza (2004), La escuela de la noche (2008).
Su primera novela, Ursúa (2005), da comienzo a una trilogía sobre la Conquista, que continuó con El País de la Canela (2008) y termina con La serpiente sin ojos.
Bonfil, Guillermo, México profundo, una civilización negada, Grijalbo, México, 1986.
Brading, D. A., Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 1980.
Bulmer-Thomas, Víctor, La historia económica de América Latina desde la Independencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.
Cae, Michael D., El desciframiento de los glifos mayas, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.
De Humboldt, Alejandro, Del Orinoco al Amazonas, Guadarrama Editores, Barcelona, 1982.
Del Paso y Troncoso, Francisco, Descripción histórica y exposición del Códice Borbónico, Siglo XXI, México, 1979.
Duby, Georges, Atlas Histórico Mundial, Ed. Debate, Barcelona, 1987.
Elliott, J. H., El viejo mundo y el nuevo, Alianza Editorial, Madrid, 1997.
Halperin Donghi, Tulio, Historia contemporánea de América Latina, Círculo de Lectores, Bogotá, 1981.
Henríquez Ureña, Pedro, Obra crítica, Fondo de Cultura Económica, México, 1960.
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Lucie-Smith, Edward, Arte latinoamericano del siglo XX, Ediciones Destino, Barcelona, 1994.
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Preuss Konrad, Theodor, Religión y mitología de los uitotos, vol. 2, Ed. Universidad Nacional, Bogotá, 1994.
Tzvetan, Todorov, La conquista de América. La cuestión del otro, Siglo XXI, México, 1987.
Agua, agua es el milagro secreto de la tercera gran región geográfica de nuestra América. Como ha dicho un investigador: «Agua en los ríos, en los suelos, en la vegetación y en la atmósfera». Aguas que declinan en torrentes desde las cumbres andinas y desde los macizos periféricos; aguas que desembocan en otras aguas; aguas que ascienden por la evaporación que obran los climas tropicales; nubes de la evaporación atlántica que vienen descargando sus lluvias desde el este, sobre las extensiones selváticas, y que se agotan en las vertientes andinas; aguas que se hacen verdes en el follaje incesante de la selva; suelos anegados de los que brotan las palmas del pantano; aires húmedos de los que se alimentan las plantas aéreas, los quiches a los que llaman los sabios Bromelias epíjitas; aguas en las que nadan los tapires, de las que se protegen los osos hormigueros adaptándose a una vida arbórea; aguas que drenan sin cesar en millones de pequeñas corrientes, desde los morichales y los suelos húmedos que hacen pensar, como en el verso de Víctor Hugo, en una tierra que «está todavía mojada y blanda del diluvio». Estas aguas forman una cuenca hidrográfica de 6’878.761 kilómetros cuadrados, que podría ampliarse a dos millones de kilómetros más si se incluye la hoya del Orinoco y las Guayanas, donde el territorio sigue presentando las mismas características del mundo amazónico.
Incontables arroyos van formando miles de corrientes y éstas centenares de grandes caudales que se vierten al fin en el gran río: el Amazonas, que arroja al Atlántico en su desembocadura 100.000 metros cúbicos de agua por segundo, y que avanza con sus aguas pardas, que han disuelto barrancos y montañas de un día, hasta trescientos kilómetros mar adentro durante las aguas altas, mientras que en los períodos de estiaje, o de mínimo caudal, puede percibirse el influjo de las mareas oceánicas hasta 700 kilómetros antes de la desembocadura. Esta lucha del mar y del río, del agua salada y del agua dulce, esta guerra de colores del azul y del pardo, produce la pororoca, la ola de estruendo y furia que se alza cuando la rompiente del océano logra sobreponerse al impulso del río.
El Amazonas fluye por un lecho oceánico, el brazo de mar primitivo que separaba los macizos brasilero y venezolano, y la presencia de una fauna afín a la fauna marina, como los delfines rosados, prueba esa condición singular de un mar vuelto río por los cataclismos geográficos. Y ésta es la otra región del continente, la gran selva, ese océano de vegetación aparentemente impenetrable que crece del tejido de aguas del mayor río del mundo y de su caudalosa red de tributarios.
Lejos de los grandes imperios indígenas de América, los habitantes de la selva amazónica fueron por siglos los más misteriosos y desconocidos seres de la tierra. Mantenían una secreta comunicación con los pueblos del Caribe, pero nadie sabía que, a lo largo de los miles de kilómetros que van desde las fuentes del río Coca, del río Ñapo o del río Marañón hasta la tempestad de aguas violentas que se ve desde Belem de Pará y que se precipita en el Atlántico, millones de seres humanos habitaban el universo de la selva equinoccial, y centenares de culturas, de mitologías y de lenguas llenaban de sentido humano su territorio. Todavía en nuestro tiempo emergen a veces ante los asombrados ojos del mundo pueblos desconocidos, como los Nukak-makú, que sobreviven desnudos y errantes por la inmensidad de la selva, que improvisan con destreza sus campamentos tejiendo lianas y follajes, que cazan monos y construyen moradas fugaces en los claros, y que retoman su camino, para vivir más lejos y permitir que esa pequeña fracción de selva se regenere después de que han tomado de ella lo que necesitan para vivir. Muchos miran con alarma sus costumbres, sin advertir que es precisamente en esa vida nómada, en esos campamentos transitorios, en la familiaridad con la selva y en el respeto por su integridad, donde se revela la sabiduría de estos pueblos y el profundo conocimiento que han llegado a tener del mundo en que habitan.
Los pueblos indígenas de la región acostumbran recitar en sus ritos de matrimonio el mito del origen del Amazonas. Es significativo que la memoria ancestral de los pueblos sea evocada en el momento en que nace una nueva familia: entendemos cuán cercano y cuán íntimo es para los habitantes de la selva ese universo, cómo se sienten depositarios de su memoria y se saben responsables de su destino. El mito habla de una hermosa mujer, a la que los Huitotos llaman Monaya Tiriza, que se hace amante de Kuio Buinaima, el Dueño de los frutos, la Serpiente sin ojos, el Dios dueño de los aromas. Descubierto su amor, porque ya la preñez de Monaya Tiriza se advierte, la madre de la joven se enfrenta con el Dios y, sin hacer caso de su promesa de alimentos y frutos en abundancia para la comunidad, promesa que es formulada en el lenguaje de los aromas, lo destruye o lo expulsa. A partir de ese momento comienza una época de privaciones en la cual los humanos se ven obligados a consumir solamente carne, lo que es visto por los indígenas como un descenso a la animalidad. «No somos tigres para comer sólo carne», dice uno de los caciques. La joven sigue alimentándose secretamente de los dones del Dios, de blanca yuca formada por las espumas de la quebrada, y su hijo es un árbol que crece lleno de flores diferentes y de frutos. Sólo su madre tiene acceso a los frutos incontables que produce el árbol, pero la comunidad, ávida de tantos alimentos, logra encontrar el hacha de metal que les permite derribarlo.
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