Justin Trudeau - Todo aquello que nos une. Mi autobiografía

El 19 de octubre de 2015, más de 17,5 millones de canadienses votaron en las 42.a elecciones generales. El resultado arrojó la derrota del Partido Conservador gobernante, que llevaba en el poder desde 2006. También señaló el resurgimiento del Partido Liberal, que pasó de 36 escaños en la Cámara de los Comunes a tener 184, alcanzando la mayoría gubernamental y eligiendo a Justin Trudeau como el vigésimo tercer primer ministro de Canadá.

El 19 de octubre fue un día importante en Canadá. Los canadienses eligieron un gobierno muy diferente al que llevaba diez años en el poder. Y la elección no pudo ser más clara.

Nuestros principales adversarios en las elecciones de 2015 presentaban una visión que desde entonces ha pasado a ser prevalente y familiar en demasiados lugares. Se trataba de una visión desconfiada y cerrada que incitaba a la división e intentaba que aumentara la inquietud de la gente por su seguridad, sus trabajos y su futuro.

Ofrecimos a los canadienses una opción radicalmente distinta. Desde el principio, edificamos una visión positiva de Canadá, basada en la creencia fundamental de que la diversidad es una ventaja y no un inconveniente; que la apertura al comercio y la inmigración puede generar crecimiento económico que puede beneficiar a la gente común; y que Canadá puede ser una fuerza de cambio comprometida y constructiva en el mundo.

Y los canadienses respondieron, eligiendo la esperanza en lugar del miedo, la diversidad en lugar de la división. Escogieron ser un país abierto y comprometido, no uno cerrado y aislado. Pero sobre todo, a pesar de los desafíos, expresaron su optimismo respecto a nuestro futuro, así como su confianza en nuestra habilidad colectiva para construir un país mejor y más próspero para nosotros y para los demás.

Desde entonces, y por diversos motivos, gente de todas partes del mundo parece interesarse de un modo poco habitual en nuestro gobierno. Toman nota de un país que tiene la positiva confianza para rechazar una preocupante tendencia mundial. Como dije en el mayor mitin de nuestra campaña, siempre es posible algo mejor.

En la medida de nuestras modestas posibilidades, esperamos que nuestro mensaje encuentre un hueco en los corazones de la gente del mundo entero.

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Llevo poco más de once meses como primer ministro cuando escribo estas líneas. El ritmo y las exigencias de mi tiempo son más o menos lo que uno esperaría, pero eso sólo ha servido para poner aún más de relieve uno de los mayores desafíos de este trabajo: mantener los pies en el suelo, en contacto con la gente, y centrarse no sólo en lo que es urgente, sino en lo que es importante.

Y para mí la solución es doble: en primer lugar, creo que hay que salir de la burbuja de Ottawa y hablar con gente de verdad acerca de sus vidas. Ya sea charlar durante unos minutos con algún recién llegado a un evento, participar en una mesa redonda con pequeños empresarios sobre los desafíos a los que se enfrentan, o responder a las preguntas de los jóvenes en un instituto o universidad, o poder escuchar directamente de la gente por la que fui elegida para servirles es un recordatorio útil de que no todo el mundo presta especial atención a lo que se haya debatido en el Parlamento aquel día.

Y en segundo lugar, hacer del tiempo en familia una prioridad. Veréis, realmente siento que el hecho de estar presente, comprometido y allí para Sophie y los niños no sólo me hacer ser un mejor padre y marido, sino que hace que sea mejor en mi trabajo como primer ministro. Las tardes en las que superviso los deberes y meto a mis hijos en la cama, o los apacibles domingos por la mañana en los que la decisión más importante que hay que tomar es decidir si vamos de excursión a pie o en canoa después de desayunar, me procuran la descansada claridad mental necesaria para actuar con buen criterio.

También me ayuda a recordar que, en términos ideales, no estoy desempeñando esta labor a pesar de mi joven familia, sino gracias a ellos.

Desde luego, el reto adicional es que este primer año ha estado repleto de viajes internacionales, además de tener que cruzar el país de un lado a otro, lo cual forma parte del puesto. Sólo diez días después de la ceremonia de toma de posesión en Ottawa, acudí a la reunión del G20 en Antalya, Turquía. Y de ahí a Manila, para asistir al Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. Una semana más tarde, Sophie y mi hija Ella-Grace se unieron a nuestra misión en Londres. Cerré el mes con visitas a Malta, para un encuentro de jefes de gobierno de la Commonwealth, y a París, para las negociaciones finales del acuerdo internacional de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Desde entonces, también he dirigido delegaciones en Suiza, Japón, Polonia y Ucrania, he llevado a cabo múltiples visitas a Washington y Nueva York, y realizado mi primera visita oficial a la República Popular China.

Algunos han criticado tan ocupada y temprana agenda de viajes en mi mandato del gobierno, pero sé que era lo que había que hacer. El lugar de Canadá en el mundo —tanto en términos de nuestros compromisos militares y de ayuda humanitaria, nuestras balanzas comerciales o nuestra reputación internacional— tiene una repercusión real y significativa en la vida de los canadienses. Si bien a activistas y políticos les gusta decir que «el mundo necesita más Canadá», es ésta una relación que funciona en ambos sentidos. Necesitamos al mundo tanto como él a nosotros.

A menudo oímos que la gente se muestra escéptica respecto a la política, que no creen en la habilidad de los políticos para representarlos; sin embargo, cuanto más hablaba con la gente durante nuestra campaña, y ahora en el gobierno, más evidente era que los canadienses están cansados de ser cínicos. Que quieren creer en los ángeles que llevamos dentro. Para estar a su altura, nos arriesgamos a llevar a cabo una campaña que creía en las personas.