Los esclavos de Franco es un viaje por un tétrico universo, el de los trabajos forzados que desempeñaron los presos políticos del franquismo a cambio de una reducción de condena. Ya que, a diferencia de los esclavos de Hitler no han de recibir indemnización material alguna, valga este libro para forzar, cuando menos, su ingreso en la Historia en los adecuados términos de reconocimiento y honor que les corresponde.
Rafael Torres
Los esclavos de Franco
ePub r1.0
Titivillus 10.01.15
Título original: Los esclavos de Franco
Rafael Torres, 2000
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
PRÓLOGO
PRÓLOGO
Rafael Torres abre con su obra Los esclavos de Franco, la cerradura de un universo especialmente oscuro, el de los trabajos forzados que desempeñaron los presos políticos. El Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, dependiente del ministerio de Justicia, fue el organismo mejor estructurado, pero no el único, que canalizaba los trabajos forzados de los presos políticos en el régimen del general Franco. Éstos eran empleados en obras públicas, talleres penitenciarios y en las más variadas tareas, dependiendo directamente del Estado o de aquellas empresas privadas que obtuvieran la concesión. Todo ello conducía al enriquecimiento de un régimen que se consideraba bendecido por la mano de Dios y de la Iglesia Católica.
El autor, periodista y escritor de prolífica trayectoria en todos los medios, tiene tras de sí una larga estirpe de libros y artículos de investigación, y ello le permite presentar un mundo difícil y pedregoso con la pluma ágil del que está bregado en las lides periodísticas. En este libro lleva al lector con paso firme al conocimiento de un sistema bifronte: por un lado, la casaca propagandística que «vende» la magnanimidad de un régimen, que ofrece la posibilidad a un sector de los presos políticos de reducir su condena con un trabajo ínfimamente retribuido, contribuyendo al sostenimiento familiar fuera de los muros carcelarios. Por otro, la necesidad del Estado de aligerar el sostenimiento de las cárceles que previamente había llenado. A ello se añadía que el prisionero se veía embadurnado ideológicamente hasta las cejas y utilizado con fines propagandísticos.
Rafael Torres, que conoce el tema de atrás, vivido y sufrido, pero también elaborado en numerosos libros y artículos sobre el franquismo, lleva al lector al conocimiento de este mundo oculto donde los reclusos que penaban por su lealtad al régimen legal y democráticamente constituido, pagarían con su sudor y con la miseria familiar por ello. La cárcel no significaba sólo privación de libertad, sino también hambre física, carencias sanitarias —que diezmaban a los presos con el tifus exantemático y la tuberculosis— y vejaciones constantes. El adoctrinamiento forzoso conllevaba sanciones añadidas: si no se cantaban los himnos, si no se acudía a misa —obligatoria en los primeros tiempos— si se blasfemaba… Las coacciones y arbitrariedades eran tantas que sólo fuertes convicciones morales y políticas en el preso impedían que se convirtiera en un guiñapo, tal como quedan expuestas en «El pájaro de la celda 303». En ese capítulo sale a la luz la lírica del sufrimiento, si así la pudiéramos calificar, como también la importancia de los poemas y relatos como fuentes de este libro. La vida del prisionero, enmudecido por mandato superior, se llenaba con versos y sudor. En las líneas que recoge el autor, la poesía retoma su papel fundamental para expresar el espíritu de esos hombres esclavizados durante largos años.
El régimen envolvía con el celofán de una supuesta redención penal, religiosa y política, el uso de mano de obra carcelaria. Ésta había sido condenada por delitos creados por los golpistas para segar el futuro de los vencidos y hacer proselitismo, tanto político como religioso. Éstos eran, ya de por sí, supervivientes que habían conseguido librarse de las penas de muerte y que sorteaban a centenares los consejos sumarísimos de guerra durante la primera década tras la victoria militar. El derrotado, eso sí, constataría que el régimen les igualaba a todos: no había republicanos o socialistas, todos eran «rojos». Así en el capítulo «El alcalde hace muñecos» el autor recoge la memoria de cómo bregaban para sobrevivir jornaleros, alcaldes o diputados, todos en el mismo hoyo de la penuria y el encierro.
Los testimonios recabados hacen posible un acercamiento más humano a su conocimiento, a pesar de las dificultades de encontrar supervivientes entre los maltratados por la dureza de la represión y de lograrles sacar del pozo del miedo donde les había hundido el maltrato. Éste es, sin duda, uno de los grandes logros del libro. Los lectores pueden reconstruir el rico friso humano de la estructura penitenciaria, a través de su componente fundamental en aquellos años: los prisioneros políticos, que eran, además, trabajadores cualificados al servicio de las necesidades del Estado. Este sistema estaba destinado a beneficiarlo, utilizando los cientos de miles de presos que atestaban las cárceles, dedicando parte de ellos a los trabajos forzados que se establecerían allí donde los trabajadores «libres» no querían o podían acudir. La posibilidad de salir de las condiciones infrahumanas en que se vivía en las cárceles, de lo cual se da cumplido conocimiento en el capítulo titulado «Ni contrito, ni humillado, ni vencido», les hacía preferirlo a cualquier otra posibilidad, fuesen cuales fuesen las condiciones del trabajo a desempeñar, como las existentes en lo que el autor ha denominado «sarcófago de sus compatriotas», el Valle de los Caídos.
Cuando en el resto de Europa se han acordado indemnizaciones a las víctimas de los trabajos forzados del nazismo, su reproducción española, de amplia estructura y pervivencia, permanece aún oculta tras los intereses del Estado: sí, aquí también existieron trabajos forzados al servicio del franquismo. Mientras en Alemania y Austria ya se ha destapado la maquinaria infernal de la esclavitud de miles de trabajadores puestos al servicio del estado, en España el tema ni siquiera se asoma a los medios de comunicación.
Este libro, primera monografía que se atreve con ello cuando aún los muros de la investigación ni siquiera han establecido su profundidad y límites, se ha nutrido con el recurso a fuentes de variada naturaleza, desde archivos a bibliografía, relatos, ensayos y testimonios inéditos, con lo cual se evitan indigestiones académicas. La recuperación de testimonios perdidos en los libros del exilio es también mérito de este libro. La muerte, cárcel o destierro acabaron con la suerte de una vanguardia cultural y plástica, de cuya ausencia España no se ha recuperado. El conocimiento de la suerte de «los artistas de Valencia» es tratada por el autor en el epílogo del libro como expresión de la sevicia a que se vieron sometidos los que no pudieron escapar.
En el amplio espectro de esclavitudes que señala Torres en estas páginas también están presentes aquellas no comprendidas en el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. En los Batallones de Trabajadores se integraban los soldados prisioneros, en espera de los informes de todas las autoridades posibles: policía, ministerio de Justicia, Guardia Civil, Alcaldes, Falange Española, párrocos y personas adictas al régimen, que les permitieran salir de los campos de concentración, creados tras la victoria militar. En ellos, el trabajo no reducía la condena del recluso ni era remunerado en forma alguna.