Nos enfrentamos a la mayor recesión económica desde el crac de 1929 y la crisis financiera del 2008, pero solo será así si reaccionamos dejando que el miedo guíe nuestras decisiones y actuando de forma individual. «Por miedo a que me despidan, dejaré de consumir», piensa el ciudadano; «Por miedo a que los ciudadanos no consuman, reduciré plantilla», piensa el empresario.
Este libro revela una posible estrategia económica para evitar una recesión prolongada y profunda a causa de la pandemia del COVID-19. Trías de Bes la ha bautizado como la solución Nash.
El premio nobel de Economía John Nash defendió que hay situaciones en las que la mejor opción individual de los agentes económicos conduce al peor de los escenarios para el conjunto. La economía está ahora en tal situación. La solución Nash consta de dos medidas: la compra de tiempo por parte del Estado y la orquestación entre agentes económicos.
Está en manos de todos que la crisis del COVID-19 quede en un tiempo muerto económico. Y algo todavía más importante: si superamos el miedo y el Estado compra tiempo, demostraremos que, gracias a la comunicación digital, la unión del interés individual y el colectivo puede lograrse conservando a su vez la libertad individual de decisión.
Introducción
Este libro parte de una idea que va a ser muy controvertida: la prolongada recesión económica que nos han dicho que, a raíz del COVID-19, va a producirse es totalmente evitable.
Puede convertirse en larga y verdadera, claro está. No soy idiota. De no tomar las medidas adecuadas, puede producirse una gran recesión. La mayor recesión desde el crac de 1929, mucho peor que la crisis del 2008, se ha escrito. Sí, eso puede suceder. Y será lo más probable, a la vista de la incapacidad y descoordinación de la mayoría de los gobernantes.
Pero es salvable.
Podemos evitar una catástrofe económica de consecuencias impredecibles. Entre esas consecuencias, está el retorno de cualquier forma de totalitarismo o la inminente oportunidad histórica que los populismos tienen de nacionalizar las economías. Una debacle económica puede desembocar, finalmente, en un regreso al proteccionismo, en la desaparición de organismos internacionales y, a la postre, en algún tipo de revuelta o revolución interna o en un enfrentamiento entre naciones, sea diplomático o bélico.
Ese riesgo existe.
Pero, como digo, es algo que podemos superar si actuamos con determinación, valentía e inteligencia.
¿Cómo?
Una gran recesión solo se va a producir si creemos que es inevitable, si todos damos por buena la peor de las predicciones. ¿Os estoy hablando de la «profecía autocumplida», esa conocida idea de que, si todos pensamos que todo va a ir mal, al final vamos a provocar lo que tememos?
No.
A las recesiones producidas por una creencia de que las cosas pueden empeorar se les llama recesiones psicológicas. Son casos en que las expectativas individuales producen, a nivel general, lo que todos temen. Por ejemplo, imaginemos un país con estabilidad económica. De pronto, una noticia o una época pasajera de bajada de ventas lleva a pensar que las cosas van a ir peor y unas cuantas empresas importantes empiezan a tomar decisiones restrictivas, como ajustes de plantilla. Ese ligero repunte del desempleo contrae algo más la economía, pues son numerosas las familias que ven reducidos sus ingresos y, lógicamente, reducen su consumo privado. Esa bajada de consumo genera peores ventas a las empresas. Al empeorar los datos económicos, las compañías ven confirmada su creencia de que las cosas iban a ir mal, y vuelven a tomar más decisiones a la baja, las cuales ya adoptan no solo algunas, sino la mayoría de las empresas: se desinvierte, no se contrata y se reduce la producción. Al final, las propias expectativas individuales son las que han creado la crisis general. Esto sí que es la profecía que se autocumple.
Pero esta no es nuestra situación.
En nuestro caso, las cosas ya han empezado a torcerse. Los datos de caída de producción de todos los países y las dificultades de muchas empresas, comercios y profesionales son reales y, además, preocupantes. Así que no podemos decir que la crisis es de corte psicológico. Es real. Esto no es un asunto de expectativas que se transforman en reales al cabo del tiempo.
El riesgo al que nos enfrentamos es que esta crisis repentina e imprevista que, como digo, ya ha arrancado, acabe por convertirse en una gran recesión mundial, global y duradera. No sería, por tanto, una recesión psicológica fundamentada en unas expectativas negativas, sino que sería la consecuencia de una actitud fóbica a una parada de la economía de naturaleza pasajera.
¿Por qué digo «actitud fóbica»? ¿Y por qué digo que el parón económico tiene una naturaleza temporal o pasajera?
Porque las decisiones tomadas desde el miedo son casi siempre decisiones equivocadas. O, por lo menos, no suelen ser las óptimas. El miedo nubla el pensamiento, no permite pensar con claridad. La información que procesamos está sesgada por nuestras percepciones. Es decir, fruto del miedo, damos por buenos criterios para la toma de decisiones que, en realidad, no son los oportunos. El miedo nos lleva a dos cosas. Por un lado, a tomar decisiones cortoplacistas, solo pensando en la supervivencia individual y, en segunda instancia, a la inacción, una conducta que, por definición, frena la actividad económica.
Como demostraré, la parada económica tiene una naturaleza pasajera. El motivo es que existe un horizonte temporal para una solución farmacológica, y ese horizonte es asumible para sostener buena parte de la economía, con las políticas económicas adecuadas.