ROBERTO Matías APARICI Marino (España, 2013). Dr. en Ciencias de la Educación (UNED). Lic. en Ciencias de la Educación (UBA-Argentina). Es director del Máster de Comunicación y Educación en la Red y profesor de la UNED. Dirige el Máster de Periodismo Transmedia en un proyecto con la Agencia EFE. Sus líneas de investigación se centran en educomunicación, cultura digital y transalfabetizaciones.
David García-Marin (España). Investigador en formación-doctorando en Sociología (rama medios de comunicación) en el programa de Cambio Social en Sociedades Contemporáneas por la UNED. Licenciado en Periodismo (Universidad Complutense Madrid), Máster de Radio (Universidad San Jorge de Zaragoza) y Máster de Comunicación y Educación en la Red (UNED). Profesor del Máster de Comunicación y Educación en la Red y del Máster de Periodismo Transmedia UNED-Efe. Últimos libros publicados (en coautoría junto a Roberto Aparici): Comunicar y educar en el mundo que viene y ¡Sonríe, te están puntuando! Narrativa digital interactiva en la era de Black Mirror. Miembro del Grupo de Investigación de Análisis de pedagogías digitales: Comunicación, Redes Sociales y Nuevas Narrativas. Forma parte de la Red de Excelencia en Educación Mediática EDUMED. Líneas de investigación: nuevos medios, narrativa digital interactiva, periodismo transmedia y cultura digital.
Historia de la mentira: más allá de Derrida
Roberto Aparici
En el año 1995, el sociólogo y filósofo Jacques Derrida pronunció en la Universidad de Buenos Aires una conferencia bajo el título de «Historia de la mentira». Esa charla impactó a aquellos que trabajaban en el campo de la manipulación informativa y sirvió para enfocar este objeto de estudio desde una perspectiva diferente, ya que en lugar de hablar de manipulación, Derrida situaba su análisis en la construcción de mentiras intencionadas desde el poder político y otros ámbitos. Desde su visión, todas las mentiras tienen su origen y su razón de ser. Se configuran a partir de fábulas que se construyen a su alrededor y que encantan a los que se aproximan a esa mentira que, a su vez, debe cumplir unos requisitos y presentar unas características determinadas que atrapen al lector y al espectador. En aquel momento, los estudiosos de este fenómeno cargaban el peso de la manipulación informativa exclusivamente en los medios de comunicación. No se le prestaba una dimensión filosófica ni de cualquier otra naturaleza que no fuese la comunicativa e informativa. En ese contexto, Derrida expresaba algo diferente, algo que toma enorme vigencia en estos momentos. La aproximación a la mentira que él planteaba en 1995 se convirtió en palabra del año en 2016.
En aquella disertación, Derrida hizo referencia a Nietzsche en El ocaso de los ídolos:
En El ocaso de los ídolos, Nietzsche llama Historia de un error a una especie de relato en seis episodios que, en una sola página, narra en suma, nada menos que el mundo verdadero, la historia del «mundo verdadero». El título de este relato ficticio anuncia la narración de una afabulación: «Cómo el mundo verdadero terminó por convertirse en una fábula». Por consiguiente, no se nos contará una fábula sino, en cierto modo, cómo llegó a tramarse una fábula. Tal como si fuera posible un relato verdadero acerca de la historia de esa afabulación y de una afabulación que, precisamente, no produce otra cosa que la idea de un mundo verdadero, lo que amenaza arrastrar hasta la pretendida verdad del relato: «Cómo “el mundo verdadero” terminó por convertirse en una fábula» (Derrida, 1995a).
Sin embargo, la historia de la mentira no es la historia de un error. Aquí no debemos hablar de errores, sino de mentiras intencionadas. Existen diferentes conceptos que pueden asociarse a la mentira, pero que no son exactamente sinónimos de mentir. El error, el fraude, la astucia, la invención poética, la construcción de una historia ficticia no son equivalentes a la mentira. La mentira no es incompetencia ni falta de lucidez, ni ausencia de ignorancia. Tampoco es un error accidental. El problema viene cuando todas estas dimensiones aparecen, de alguna forma, mezcladas de tal manera que resulta imposible diferenciar cada una de ellas.
Estas categorías son irreductibles entre sí, pero ¿qué pensar de las situaciones tan frecuentes donde de hecho, en verdad, se contaminan tan recíprocamente y no permiten una delimitación rigurosa? ¿Y si este contagio marcara a menudo el espacio mismo de tantos discursos públicos, sobre todo en los medios? (Derrida, 1995b).
Estas reflexionas de Derrida resultaron absolutamente proféticas y sirven para entender la realidad del sistema mediático-político de la actualidad, donde hechos y ficción, mentiras y verdades, contenidos contrastados y bulos circulan en régimen de isonomía (es decir, con una igual apariencia) no sólo en las redes, sino también en los medios tradicionales. Nos encontramos rodeados de mentiras y de mentirosos. En los últimos 20 años, la desinformación ha tomado unas dimensiones desproporcionadas. La mentira y las falsas noticias ya no son propiedad exclusiva de los medios, sino que se reúnen en una serie de combinaciones que sirven al acto mismo de mentir, que resulta siempre intencional. Para eso, la mentira recurre a diferentes técnicas, siendo una de las más sutiles la fusión de datos verdaderos con informaciones falsas. Los diferentes actores de la mentira (los políticos, las grandes corporaciones, los medios, algunos usuarios de las redes sociales, etcétera) deben armar una serie de elementos que los protejan, es decir, que hagan verosímil la mentira. Si la mentira no es verosímil, no funciona, deja de ser posverdad y se convierte en una mentira descubierta de entrada. La cuestión es hasta qué punto en esta sociedad de la información y la comunicación somos continua e intencionadamente engañados y en qué dimensión la posverdad forma parte del paradigma de nuestra época. En palabras de Gómez de Agreda (2018):
La mayoría de las falsas noticias pretenden principalmente eliminar los distingos entre el artículo y la línea editorial, entre la opinión y el paper académico, entre lo contrastado y lo especulativo. A partir de ahí, una vez suplantado el papel de la información rigurosa, cualquier cosa vale.
De la conferencia de Derrida, una primera idea sobre la mentira queda contundentemente clara. La mentira debe ir acompañada de intencionalidad. Se trata de una fabricación imposible sin el concurso de la intención; es decir, sin la determinación de mentir. Continúa Derrida (1995c) afirmando que:
Se puede estar en el error, engañarse sin tratar de engañar, y por consiguiente, sin mentir. […] Si según parece, la mentira supone la invención deliberada de una ficción, no por eso toda ficción o toda fábula viene a ser mentira; y tampoco la literatura. Ya se pueden imaginar mil historias ficticias de la mentira, mil discursos inventivos destinados al simulacro, a la fábula y a la producción de formas nuevas sobre la mentira, y que no por eso sean historias mentirosas.
El propio Derrida (1995d) concluye su conceptualización de la mentira señalando que:
En su figura prevaleciente y reconocida por todos, la mentira no es un hecho o un estado: es un acto intencional, un mentir. No hay mentiras, hay ese decir o ese querer decir al que se llama mentir: mentir será dirigir a otro (pues sólo se miente al otro, uno no se puede mentir a sí mismo, salvo sí mismo como otro) un enunciado o más de un enunciado, una serie de enunciados (constatativos o realizativos) que el mentiroso sabe, en conciencia, en conciencia explícita, temática, actual, que constituyen aserciones total o parcialmente falsas; hay que insistir desde ahora en esta pluralidad y en esta complejidad, incluso en esta heterogeneidad. Tales actos