HEINRICH BÖLL. Nacido en Colonia en 1917, hijo de una familia de artesanos. Heinrich Böll trabajó como librero al finalizar sus estudios de segunda enseñanza (1937). Llamado a filas, luchó como soldado raso en diversos frentes durante la Segunda Guerra Mundial. Finalizada la contienda, se instaló de nuevo en su ciudad natal, donde empezó a publicar sus primeros relatos, que tienen por marco la etapa bélica o la inmediata postguerra: Viajero si vas a Spa…, El tren llegó puntual, ¿Dónde estabas, Adán? Posteriormente configuró en títulos como Casa sin amo (1954), Billar a las nueve y media (1959), La aventura y otros relatos (1962), Opiniones de un payaso (1963), Retrato de grupo con señora (1971) y El legado/La herida (1982) una de las obras más coherentes de la narrativa europea de posguerra, cuyas raíces se encuentran en la novela inicial, pero de aparición póstuma, El ángel callaba (1992).
Escritor católico, su credo no le ha impedido sostener un progresismo a ultranza, que le ha llevado a criticar a la Iglesia y los aspectos más controvertidos de nuestra sociedad, y muy especialmente a defender a los marginados y a las víctimas del sistema imperante: todo ello a través de un lenguaje sencillo, lúcido, irónico y moralizante. Por su actitud y combatividad se le ha comparado con el soviético Alekxandr Solzhenitsin.
En 1972 obtuvo el premio Nobel de literatura.
Esta Irlanda existe:
el que vaya y no la encuentre,
que no le venga al autor
con reclamaciones.
Título original: Irisches Tagebuch
Heinrich Böll, 1957
Traducción: Víctor Canicio
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] «Kan nit verstan» significa en holandés «no comprendo» y es lo que le respondían los vecinos de Ámsterdam al curioso menestral protagonista de uno de los cuentos de Johann Peter Hebel (1760-1826).
[2] Gontscharov: escritor ruso (1813-1891). El protagonista de «Oblomov», su obra más característica, deja vagar constantemente su imaginación sin moverse jamás del lecho. La novela dio origen a la expresión «oblomovismo», hoy en desuso.
[3] El hurling, muy popular en Irlanda, se parece al hockey sobre hierba.
[4] Órgano del partido nacionalsocialista alemán.
Prólogo del traductor
El Francisco Candel había pedido una tortilla de ajitos verdes y no llegaba. El Francisco Candel tenía, por lo visto, que firmar libros a las cuatro en unos grandes almacenes, eran menos cuarto y se impacientaba.
—¡Me voy, oye, que no llego!
—¡Espérate un poco, hombre! —le decía la Maruja, que es su esposa—. Estará al caer.
No caían aún los dichosos ajos y andábamos los de la casa metidos hasta los codos en charlas de manteles y otras hierbas, muy del ramo todas y del Día del Libro.
—¿Y tú no tienes miedo, Paco, de que se te acaben los temas?
El Francisco Candel no tenía todavía ni miedo ni tortilla. Sólo prisa.
—Es que hay dos clases de escritores —dijo—. El observador y el intelectual; Baroja y Joyce, si tú quieres. A los observadores, me parece a mí que no se nos va a acabar nunca el tema.
—Y al Heinrich Böll del que hablábamos, tampoco —dije—. Al paso que va el país ahora, mucho menos.
—¿Tú lo has traducido al castellano, verdad? —preguntó la Maruja.
—Pues, sí —expliqué—. Lo he intentado.
Al traductor, entonces, le pidieron que explicara algo más del traducido.
—Bueno, ya sabéis que Böll, después de la Guerra Mundial, fue uno de los principales representantes de lo que se llamó «Trümmerliteratur», es decir, «literatura de los escombros».
«Trümmerliteratur» resonó en la mesa —gente más bien apacible— con cierto impacto.
—¿Tú hablarás bien el alemán, no? —le preguntaron al traductor desde una resguardada esquina.
—Lo suficiente para ganarme la vida.
—¿Traduciendo para esta santa empresa? —se asombró un experto.
—No sólo traduciendo para esta santa empresa —dije—. Traduciendo para esta santa empresa aporto, yo también, mi granito de arena…
A los señores comensales se les notaba en seguida que habían aportado ya —personal, ilimitada y solidariamente— cantidades industriales del producto.
—Sin cultura no hay socialismo, Víctor —dijo el Alfonso Carlos—. Y a empujar todo ayuda.
El Francisco Candel, harto de no comer, se marchó resoluto a echar sus firmas. Al salir del restaurante llevaba por lo menos —además de los laureles consuetudinarios— una hojita verde de ensalada en la boca.
A la izquierda de la presidencia, en la posición teórica del medio volante, un hermano en sopas recordaba, por orden cronológico, títulos y más títulos del Heinrich Böll:
—El tren llegó puntual, Y no decía una sola palabra, Casa sin amo, El pan de los años mozos…
—… y el Diario Irlandés —proseguí—. Luego, con el «milagro económico», publica «Los silencios del Doctor Murke», que es su primera sátira. Böll se convierte en un escritor «incómodo» y aparecen sucesivamente «Billar a las nueve y media», «Opiniones de un payaso» y «Acto de servicio».
—«Opiniones de un payaso» creo que es la que más se ha vendido en España —dijo el señor gerente de la editorial—. De ahí debe venirle a Böll la fama de escritor católico.
—El «ferviente catolicismo» de Böll es un sambenito discutible —dije—. Le viene estrecho y lo lleva, hoy por hoy, ligeramente deteriorado. Tal vez fuera válido en su día para «Opiniones de un payaso», que es una novela tan renana como el propio Böll, pero si has leído «Acto de servicio» podrás hablar con el mismo derecho del Böll antimilitarista, en «Fotografía de grupo con señora» del Böll feminista y en «Billar a las nueve y media» del Böll preocupado por los conflictos intergeneracionales.
—… y encima le dieron el premio Nobel —dijo la Maruja.
—Le dieron el Nobel y no frenó lo más mínimo —dije—, cosa que, en mi opinión, no deja tampoco de tener su mérito. Las dos últimas obras, El honor perdido de Katharina Blum y el Informe sobre él modo de pensar de la nación, resultan todavía más comprometidas. Katharina Blum es una reflexión sobre la violencia y el Informe una sátira amarga y esperpéntica, escrita con la loable intención de sacar a la luz del día la subterránea caza al disidente —«oposición extraparlamentaria»— y los grotescos métodos de que se sirve el «Verfassungsschutz» («Defensa de la Constitución»), que es la policía política alemana. Y Böll, dentro de una ética muy personal, respaldado por la indudable autoridad moral de que disfruta en su país, no ha dudado tampoco en defender a la anarquista Ulrike Meinhof (Salvoconducto para Ulrike Meinhof) cuando le pareció oportuno.
—¿Y el Diario Irlandés? —preguntó Ignasi—. ¿Dónde lo sitúas?
—El Diario Irlandés viene a ser una especie de punto de inflexión, una licencia nostálgica a caballo entre dos épocas: más allá de los «escombros» y en vísperas inmediatas del «milagro». Entre 1954 y 1957 Böll hace varios viajes a Irlanda —donde reside actualmente largas temporadas— y la sublima a su manera con un «Diario» como pretexto. Y digo como pretexto porque algunos capítulos («Los pies más hermosos del mundo», «El indio muerto de la Duke Street») son, en realidad, narraciones intercaladas, y otros («Llegada», «Despedida»), ejercicios de estilo. En «Despedida», por ejemplo, hay un cálido homenaje a Joyce disfrazado de pesadilla dublinesa. También se incluyen apuntes costumbristas («Cuando a Seamus le entran ganas de echarse un trago») y hasta un estupendo capítulo de práctica política («Sacando muelas»). Con todo y ello el