1. «La Semana Festiva» (Semana Santa. Las tiples. Las empresas y los periodistas)
He resuelto por mí y ante mí, yo, cronista inédito, humorista que va de incógnito, tan de incógnito que nadie le conoce, «organizar» esta especie de artículo dominical, que hará «pendant» a las «Semanas» del «Mundo diario», como una caricatura hace «pendant» a un retrato. Todo entrará en este rosario de acontecimientos que han dado en llamar Crónica, todo, menos la seriedad. La seriedad es ridícula, es atentatoria, es…
«Pídeme lo que tú quieras,
Menos la formalidad»,
dice Angelita la del «Chateaux Margaux» y lo mismo dije, digo y diré yo, humilde servidor de ustedes. «Lo cual que» bastando de preámbulo, entro en materia, que es como entrar de turno.
La Semana Santa pasó con su desfile de payos. Hubo payos para todos los albergues, para todas las posadas, para todos los mesones y para todos los hoteles. Aquello fue el «desprovinciamiento». Los Estados se trasladaban a la capital de la República, con todos sus consiguientes e implementos.
Ya no se sabía quién era de aquí y quién no era de aquí.
Esta naturaleza es tan poco variada y tan poco original. Apenas ha fabricado cincuenta mil personas y se fatiga y empieza a reproducir con ligeras variantes, y todas las caras que se exceden de las cincuenta mil, se parecen.
—Di, viejecito, aquella que va ahí es Lola o un «facsímil» de Lola.
—Espérate, si corre para que no la atropelle la calandria que viene ahí, no es Lola.
Y Lola número 2 corría y por ende era una Lola de Apizaco, de Irapuato o de Cuernavaca, pero no de México.
—Diga, Pulido, no ha visto usted a Prieto.
—No soy Pulido, señor, está usted en un error, soy criollito de Celaya, ya sabe usted, la ciudad de las cajetas, y vine a la Semana Mayor.
Aquello era el caos; un caos sin más luz que la de los focos, porque los aparadores estaban cerrados. Todo estaba cerrado, hasta las tiendas de abarrotes, para que los paisanos revolotearan los ahorros del año en los dos únicos días de esparcimiento exclusivo covadonga.
Pero todo eso pasó y ahora entran las tiples en acción.
¡Vaya si hay tiples! ¡Y vaya si habrá competencia! Ayer entrevisté a la Obregón con motivo de la próxima batalla campal y me dijo con esa gracia y ese «ángel» que luego le da Dios:
—Mire, yo estoy dispuesta a todo. Si la Pata sale de «Charivari», yo salgo de Eva, antes de lo de la manzana. Vamos a ver quién se exhibe mejor.
—¿Y usted cree en el triunfo?
—Hombre… el estímulo será grande.
—Ya lo creo, en eso de estímulos, Don Luis se pinta solo…
Y diga usted ¿todas las tiples aceptarán cenas?
—Hombre, según el local. ¡Pero son muchachas de muy bonitos sentimientos!
La Pata está encantada. ¡Qué me vengan a mí con revoltosas! —dice— Para revolver al público, yo. Pero la Fuertes no se duerme y canta. ¡Vaya si canta la Fuertes! Como no hay tiple que se contrate sin dos beneficios, uno a medias y otro en su totalidad, vamos a tener más funciones de gracia de las que necesitamos. Yo lo siento por los del club.
Bien quisiera hablar del debut de la Collamarini, pero ustedes comprenderán fácilmente que esta Semana fue escrita antes de que empezara el «Sábado teatral», y cuando me meto a adivinador, salgo mal librado. Por lo demás, hoy todo el mundo va al teatro, inclusive los payos rezagados que usufructúan todavía el boleto redondo, y no habrá quien no vea, lo que se haya de ver. Si yo fuera repórter, haría, sin embargo, una intentona de adivinación, describiendo el espectáculo con la misma exactitud con que los reporters describen un «monumento» de Jueves Santo sin pararse en la iglesia. Pero tengo poca fantasía. Necesito ver y, en viendo, eso sí, no hay quien me ponga los ojos adelante. Sí, parece que mis ojos están en la punta de dos antenas como las de ciertos cangrejos, según van y vienen.
Naturalmente las empresas se han servido hacer a la prensa, la distinción usual, enviándole tarjetas. Pero tarjetas sin número, es claro. ¿Qué fuerza es que se sienten los periodistas? ¿Se sientan acaso alguna vez? ¿Pueden sentarse? Pues el «rey que rabió» no podía… y ¡era rey! Si no hay lleno, se sentarán. Si hay lleno, se divertirán viendo entrar a la gente. Lo cual es muy divertido. Las empresas y los periodistas son de casa entre sí. Para qué han de andar con esos cumplimientos que enfrían las buenas amistades. ¡Qué se sienten donde Dios les dé a entender!, bien que a juicio del empresario, muchos periodistas aguantan todo con tal de que les den algo. Y Dios les ha de dar a entender que en cualquier parte, con tal de que no sea en una bayoneta calada. Con razón los pobres se van al foro. Y luego hablan que se «entusiasman» con las coristas. ¿Qué han de hacer, pues?
Y no costea ahora ser periodista, porque todo el mundo quiere ir al Simulacro y quiere ir con tarjetas de prensa. En la calle los enemigos más recalcitrantes lo saludan a usted con cara de Pascua de Resurrección y le invitan la copa. Después insinúan tímidamente:
—¿Qué no le sobra a usted por ahí una tarjetita para el Simulacro?
—Hombre, regularmente eso no sobra.
—Qué lástima, figúrese usted que he prometido a mi novia que la llevaría.
—Creo que «moviéndose» le sería a usted fácil conseguir las dos tarjetas.
—Ni lo permita Dios. Pues qué se figura usted, que mi novia está de non en el mundo.
—No señor, debe estar de par, puesto que está con usted.
—Pues amigo, a más de eso, tiene madre y dos hermanitas y padre putativo y un chamaquito hermano menor, que está en la escuela de don Saturnino Andrade.
—Pues amigo, no verá usted el Simulacro.
Y el interlocutor se aleja murmurando: «¡Ay!, quién fuera prensa, aunque fuera de mano…».
TICK-TACK
2. «La Semana Alegre» (Los suicidios. «Usted dispense» y la paz lograda. Turistas norteamericanos y la fotografía. Despedida de su Ilustrísima)
En la administración de un hotel, el encargado y un señor vestido de riguroso luto.
—¿Desea usted un cuarto…? si no soy indiscreto ¿piensa usted?, ¡pum! Se lo pregunto, porque de ser así, le daré el número 13 que está aislado, tiene adrede puerta de madera y no de cristales, recado de escribir, copa graduada, y está junto al de un reporter que nos paga en anuncios.
—Me es igual.
—¿Su nombre?
—Pérez o González, ponga usted Pérez.
—Pérez, me permito advertir a usted que está prohibido el uso de armas de fuego, porque ya usted sabe, el escándalo…
—No abrigue usted temor, no soy mitotero. Buenas noches.
—Que usted la pase bien. Atilano —al mozo— así que acabes, vienes.
Reanuda el encargado su partida de ajedrez con un excomandante contratista, que se hace el masaje de las narices, y cuando regresa el mozo le da las siguientes instrucciones:
—Si el 13 no responde a las siete, ya sabes, empujas la puerta y si lo notas que no respira, al volver del mandado, le avisas al gendarme. Percances del oficio, amigo Machorro —dirigiéndose a su contrario en el juego— nadie quiere morir en su casa y lo más que puede conseguirse es que lo hagan en silencio y como Dios manda.
—¿Y a qué se deberá esta plaga, esta fiebre, este azote del suicidio?
—Al abuso de las conservas alimenticias y de las bebidas gaseosas. Pero ya no es plaga, amigo, se ha vulgarizado tanto como el uso de los zapatos amarillos, el «sen-sen» para disimular el mal aliento y los cuellos color de rosa; creo que no es fiebre, es audacia. Me parece que Estebanillo despachó ya.
En efecto, el criado en traje de dormitorio aparece y dice que oyó roncar al huésped y lo halló de bruces, enmedio del pavimento.
—¿Hubo sangre?, bueno, pues no lo muevas. Apaga el aparato del corredor, deja al señor Machorro en el zagúan, cierras y me subes las llaves.
Tan pobre así será la escena en breve, puesto que los suicidios van siendo familiares y el público, antes ansioso de saberlos al pormenor, gusta más de las Resurrecciones y eso con música de Perosi.