Índice
El siguiente texto reúne las reflexiones del papa Francisco acerca de los Evangelios dominicales y festivos del Año A, sobre todo las pronunciadas durante la cita dominical del ángelus y algunas homilías. Hemos creído conveniente acompañar las reflexiones del Santo Padre con breves fragmentos de los padres de la Iglesia, maestros de los primeros cristianos, que invitan a meditar y profundizar en las palabras del papa Francisco. El libro cuenta con varios índices (de las fuentes papales, de las fechas de las festividades y de los textos evangélicos y patrísticos) para facilitar su consulta.
Pierluigi Banna
Isacco Pagani
NOTAS
La eucaristía es el corazón de la Iglesia. Es esencial que los cristianos entendamos plenamente el valor y el significado de la santa misa para poder vivir nuestra relación con Dios en su totalidad.
Durante las persecuciones de Diocleciano, en el año 304, unos cristianos de África septentrional fueron sorprendidos y detenidos durante la celebración de una misa. Cuando el procónsul romano los interrogó, respondieron que la habían celebrado porque «no podían vivir sin el domingo», esto es: si no podemos celebrar la eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría. Este testimonio, que nos interpela a todos, exige una respuesta sobre qué significa para cada uno de nosotros participar en el sacrificio de la misa y acercarnos a la mesa del Señor.
La eucaristía es un acontecimiento maravilloso en el que Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la misa «es volver a vivir la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación del mundo» ( Homilía en la Santa Misa, Casa de Santa Marta, 10 de febrero de 2014). El Señor está con nosotros, presente. Cuántas veces nos distraemos, hablamos entre nosotros, mientras el sacerdote celebra la eucaristía en vez de celebrar con Él. ¡Estamos hablando del Señor! Si el presidente de la nación u otra persona importante estuvieran entre nosotros, sin duda le prestaríamos atención, querríamos saludarlo. Sin embargo, olvidamos que el Señor está presente en la misa y nos distraemos. Es algo que debe hacernos recapacitar. «Padre, es que las misas son aburridas». «Pero ¿qué dices? ¿El Señor es aburrido?». «No, la misa no, los sacerdotes». «Pues que cambien los sacerdotes. Pero ¡el Señor sigue estando ahí!». ¿Entendido? No lo olviden. «Participar en la misa es volver a vivir la pasión y la muerte redentora del Señor».
Vamos a plantearnos ahora algunas preguntas sencillas. Por ejemplo, ¿por qué nos hacemos la señal de la cruz y realizamos el acto penitencial al principio de la misa? Y aquí quisiera abrir un paréntesis. ¿Se han fijado en los niños al hacerse la señal de la cruz? No se entiende si es la señal de la cruz o un aspaviento. Hacen así [ hace un gesto confuso ]. Debemos enseñar a los niños a hacerla correctamente. Así empieza la misa, así empieza la vida, así empieza el día. Significa que la cruz del Señor nos redime. Presten atención a los niños y enséñenles a santiguarse correctamente. Y las lecturas de la misa, ¿qué significan? ¿Por qué se leen? ¿Por qué en un momento determinado el sacerdote dice «levantemos el corazón» en vez de «levantemos nuestros teléfonos celulares»? ¡Porque eso está feo! Me entristezco cuando durante la celebración de la misa, aquí en la plaza o en la basílica, veo muchos teléfonos levantados, y no solo de los fieles, sino también de algunos sacerdotes e incluso obispos. Pero ¡por favor! La misa no es un espectáculo, es acercarse a la pasión y la resurrección del Señor. Por eso el sacerdote dice «levantemos el corazón». Pensemos en su significado. Y recuerden: nada de teléfonos.
Durante la misa no leemos el Evangelio para saber qué pasó, sino que lo escuchamos para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo; y esa es la Palabra viva, la Palabra de Jesús que vive en el Evangelio y llega viva a nuestros corazones. Por eso es tan importante escuchar el Evangelio con el corazón en la mano: porque es Palabra viva.
Para hacer llegar su mensaje, Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, acabado el Evangelio, pronuncia la homilía. La homilía no es un montón de palabras de circunstancias, una conferencia o una lección, es otra cosa. ¿Qué es la homilía? La homilía sigue la palabra del Señor y ayuda a que llegue a nuestras manos, pasando por el corazón. Puede que a veces existan motivos reales para aburrirse porque es larga, está poco centrada o resulta incomprensible, pero otras veces el verdadero obstáculo es el prejuicio. Y el sacerdote que la pronuncia debe ser consciente de que no está haciendo algo personal, sino que está predicando la palabra de Jesús, dándole voz. La homilía debe estar bien preparada y ser breve. ¡Breve!
Que mis breves reflexiones sobre los Evangelios del domingo, inspiradas en los ángelus y algunas homilías de estos últimos años, ayuden a los lectores de este libro a vivir la misa dominical y a saber escuchar las homilías de los sacerdotes. Que la Palabra de Dios llegue a nuestros corazones, toque nuestras vidas y las transforme para que, como los primeros cristianos, también podamos afirmar: «¡No podemos vivir sin el domingo!».
NOTAS
Primer domingo de Adviento
(Mateo 24, 37-44)
Dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a la otra la dejarán. Por tanto, permanezcan en vela, porque no saben qué día vendrá su Señor. Si supiera el dueño de la casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Hoy la Iglesia empieza un nuevo año litúrgico, es decir, un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Estos versículos del Evangelio ( cfr. Mateo 24, 37-44) nos presentan uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. Todos sabemos que la primera visita tuvo lugar con la encarnación, el nacimiento de Jesús en la cueva de Belén; la segunda tiene lugar en el presente: el Señor nos visita continuamente, cada día, camina a nuestro lado y su presencia nos reconforta; la tercera y última visita tiene lugar cada vez que rezamos el Credo: «De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». En los versículos de hoy, el Señor nos habla de esta última visita, la del final de los tiempos, y nos dice cuál es la meta de nuestro camino.
La Palabra de Dios resalta el contraste entre el desarrollo normal de las cosas, la rutina cotidiana, y la llegada inesperada del Señor. Dice Jesús: «Como en los días que precedieron al diluvio, comieron, bebieron y se casaron hasta el día en que Noé entró en el arca. No se dieron cuenta de nada hasta que el diluvio los arrasó a todos» (vv. 38-39). Impresiona pensar en las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos y se comportan como siempre sin darse cuenta de que su vida está a punto de cambiar. El Evangelio no quiere asustarnos, sino abrir nuestro horizonte a una dimensión nueva, más grande, que por una parte da una importancia relativa a las cosas cotidianas y por otra las valora y las considera decisivas. La relación con el Dios cercano ilumina cada gesto, cada cosa, con una luz diferente, le da profundidad, valor simbólico. Es también una invitación a la sobriedad, a no dejarnos dominar por las cosas de este mundo, por el materialismo, que debemos aprender a mantener a raya. Dejarse condicionar y dominar por él impide tomar conciencia de que hay algo mucho más importante: el encuentro final con el Señor. ¡Eso sí que es importante! La cotidianidad debe tener ese horizonte: el encuentro con el Señor que viene a por nosotros. Cuando llegue ese momento, como dice el Evangelio: «Estarán dos hombres en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán» (v. 40). Es una invitación a estar alerta porque no sabemos cuándo vendrá y debemos estar preparados para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar el horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por las novedades que la vida nos ofrece a diario. Para eso es necesario aprender a no depender de nuestras certezas, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene cuando menos lo esperamos. Viene para llevarnos a una dimensión mejor, más grande.
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