Roger Scruton
BEBO, LUEGO EXISTO.
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
Título original: I drink, therefore I am
© 2009 by R OGER S CRUTON
Traducción publicada en acuerdo con Bloomsbury Publishing Plc
© 2017 de la edición española por E LENA Á LVAREZ
by Ediciones Rialp , S. A.,
Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid
(www.rialp.com)
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4860-6
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Ven — el palacio de los cielos se apoya en columnas de aire.
Ven, y tráeme vino; nuestros días son viento.
H AFIZ
ÍNDICE
PREFACIO
E STE LIBRO NO ES UNA GUÍA para beber vino, sino una introducción a la reflexión sobre él. Es un tributo al placer, obra de un devoto de la felicidad, y una defensa de la virtud por un fugitivo del vicio. Su argumentación se dirige a creyentes y ateos, a cristianos, judíos, hindúes y musulmanes: a cualquier persona pensante en quien la alegría de la meditación no haya extinguido los placeres del cuerpo. Mis palabras son duras para los fanáticos de la salud, para los mulás locos y para cualquiera que prefiera ofenderse a ver el punto de vista del otro. Mi propósito es defender la opinión que se atribuyó una vez a Platón, según la cual “nada más excelente o valioso que el vino ha sido dado por los dioses al hombre”. Confío en que todos los que se sientan ofendidos por esta actitud inocente encuentren una demostración de su poca importancia.
Chris Morrissey, Bob Grant, Barry Smith y Fiona Ellis han leído los borradores de esta obra, y sus observaciones han sido muy beneficiosas para mí. Antes de eso, he echado algunos tragos junto a Esa Atanassow y Thomas Bartscherer, quienes también han hecho sugerencias importantes, que he tratado de reflejar al máximo. Estoy especialmente agradecido a mi mujer, Sophie, por haber aguantado los doce años de investigación que se recogen en este libro. Parte de esa investigación fue realizada para el New Statesman, cuyos editores han manifestado una paciencia ejemplar al tolerar, entre las portadas del más respetable periódico londinense de izquierdas, temas como la familia, la jerarquía, la caza y Dios, además de algunas indicaciones sobre la forma de comprender esos temas insufribles. Esa columna ha sido para mí una fuente de gran disfrute, porque me he basado libremente en las observaciones que venían a mi mente mientras escribía .
También he usado otro material publicado, especialmente para el capítulo “Filosofía del vino”, que es una contribución a la colección de Barry Smith sobre este tema, Cuestiones de gusto: la filosofía del vino . Ese capítulo es una primera versión de lo que constituye el capítulo 6 de este libro. También me he apoyado en dos recuerdos escritos con otros fines, uno de mi tutor, Lawrence Picken, para un volumen conmemorativo reciente dedicado al Jesus College, Cambridge, y otro de David Watkin, redactado para un volumen conmemorativo con ocasión de su jubilación. Algunas partes del capítulo 5 se apoyan en materiales publicados por primera vez en la revista online del MIT, Technology Review.
Sperryville, Virginia;
Malmesbury, Wiltshire;
Navidad de 2008.
PRELUDIO
A LO LARGO DE LA HISTORIA documentada, los seres humanos han recurrido al consumo de sustancias tóxicas para hacer su vida más llevadera. Las sociedades discrepan sobre los intoxicantes que se debería fomentar, los que se toleran y los que se prohíben, pero siempre ha habido una opinión convergente en una regla de la máxima importancia: que el resultado no debe amenazar el orden público. La pipa de la paz de los americanos nativos, o la hookah del Oriente Medio, son ejemplos de la existencia de un ideal de intoxicación social, en la que unas caladas ceremoniales ponen en juego las buenas maneras, los afectos descomplicados y los pensamientos serenos. Algunos interpretan el cannabis en términos similares, aunque la investigación sobre sus efectos neurológicos arroja otra luz más inquietante sobre su significado social.
Sin embargo, nuestro tema no es el cannabis, sino el alcohol, y este tiene un efecto instantáneo sobre la coordinación física, el comportamiento, las emociones y la comprensión. Un visitante de otro planeta, que observe a los rusos bajo la influencia del vodka, a los checos bajo el dominio del slivovitz, a los paisanos americanos como cubas a la luz de la luna, sin duda se pondría a favor de su prohibición. Pero, como sabemos, la prohibición es ineficaz. El motivo es que, aunque las sustancias tóxicas puedan ser una amenaza para la sociedad, su ausencia es igualmente amenazadora. Sin su ayuda nos veríamos unos a otros como somos, y ninguna sociedad humana se puede construir sobre una base tan frágil. El mundo está asediado por ilusiones destructivas, y la historia reciente nos ha puesto en guardia sobre ellas, nos hace tan precavidos que llegamos a olvidar que las ilusiones son beneficiosas, a veces. ¿Qué sería de nosotros si no creyéramos que los seres humanos pueden hacer frente al desastre y jurar un amor inmortal? Una creencia como esa solo puede mantenerse si se renueva en la imaginación, pero ¿cómo puede hacerlo si no tenemos una vía de escape de la evidencia? Por eso la necesidad de sustancias tóxicas está profundamente arraigada en nosotros, y todos los intentos de prohibir nuestras costumbres están abocados al fracaso. En consecuencia, propongo que la auténtica cuestión no es si hay que aprobar las sustancias tóxicas, sino cuáles de ellas. Aunque todas las sustancias tóxicas encubren la realidad, algunas (especialmente el vino) pueden ayudarnos a hacerle frente, porque la presentan bajo formas imaginadas e idealizadas de nuevo.
Los antiguos encontraron una solución para el problema del alcohol que consistió en revestir la bebida con ritos religiosos, tratarla como encarnación de un Dios y marginar el comportamiento disruptivo como obra del dios, no del creyente. Fue un buen movimiento, porque es mucho más fácil reformar a un dios que a un ser humano. Bajo la disciplina del rito, la oración y la teología, el vino fue domesticado gradualmente desde su origen orgiástico hasta convertirse, primero, en una libación solemne a los dioses del Olimpo, y después en la Eucaristía cristiana —ese breve encuentro con lo sagrado cuya meta es la reconciliación.
Esta solución religiosa no es la única que encontraron los antiguos. También está el simposio secular. En lugar de excluir la bebida de la sociedad, los griegos construyeron un nuevo tipo de sociedad alrededor de la bebida. Por supuesto, no era la bebida fuerte del vodka o del whisky, sino esa que es solo lo suficientemente fuerte como para permitir el aflojamiento gradual de los miembros y de las inhibiciones —esa bebida que hace que sonriamos al mundo y que el mundo nos sonría. Los griegos eran humanos, y podían ser muy indulgentes, como la tripulación de Ulises en el palacio de Circe. También tuvieron su periodo de prohibición, que ha quedado registrado en Las Bacantes de Eurípides. Esta cuenta la trágica historia de Penteo, que fue desmembrado en castigo por haber expulsado al dios del vino. Pero en el simposio descubrieron la costumbre que saca a la luz lo mejor del vino y lo mejor de los bebedores: esa por la que hasta los más temerosos alcanzan la seguridad en sí mismos. Esta seguridad en uno mismo, Selbstbestimmung , como la llamaron los filósofos románticos, es el tema de este libro.
El simposio invitó a Dionisio, dios del vino, a entrar en un recinto ceremonial. Los invitados, con guirnaldas de flores, se reclinaban en un diván, apoyados sobre su brazo izquierdo, con la comida dispuesta sobre mesas bajas delante de ellos. Varios esclavos elegantes llenaban sus copas en una crátera común, en la que el vino estaba diluido en agua para posponer todo lo posible el momento de embriaguez. Las formas, los gestos y las palabras estaban estrictamente controlados, igual que en la ceremonia del té japonesa, y los invitados tenían que dejar tiempo a los demás para hablar, recitar o cantar, de forma que la conversación siempre fuera general. Uno de esos eventos, registrado y embellecido por Platón, es muy conocido para los amantes de la literatura: la escena del encuentro entre Sócrates y Alcibíades. El Simposio de Platón es conocido como un homenaje a Eros. Aunque, en realidad, es un homenaje a Dionisio (o Baco, como le llamaban los romanos) e ilustra la capacidad que tiene el vino, cuando se usa adecuadamente, para situar al amor y al deseo en una distancia capaz de hacer que dialoguen entre sí.
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