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Sinopsis
Las modistas de Auschwitz cuenta la historia de las veinticinco mujeres y adolescentes, la mayoría judías, que en medio del horror absoluto del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau fueron seleccionadas para confeccionar ropa a medida para las damas de la alta sociedad nazi. Sus habilidades se convirtieron en su única esperanza de salvarse de una muerte segura en las cámaras de gas.
Basándose en un impresionante trabajo de investigación, incluso en entrevistas con la última costurera superviviente, la novelista e historiadora Lucy Adlington ofrece una detallada e inestimable reconstrucción del vínculo de amistad que unía a aquellas valientes mujeres y su papel en la resistencia del campo, al tiempo que expone la codicia, la crueldad y la hipocresía del Tercer Reich.
Este libro ofrece una nueva mirada a un capítulo poco conocido de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto y saca a la luz historias de vidas excepcionales que deben ser contadas antes de que sea demasiado tarde.
Las modistas de Auschwitz
Lucy Adlington
Dedicada a las modistas y a sus familias
Introducción
—¿Cómo podía creerse una cosa así?
Esas son las primeras palabras que la señora Kohút pronuncia al verme, tras recibirme en su casa, rodeada por una familia que vive muy pendiente de ella. Ahí está, una mujer menuda, luminosa, vestida con unos pantalones muy elegantes, blusa y collar de cuentas. Tiene el pelo blanco y lo lleva corto; los labios, pintados de rosa pálido. Por ella me he montado en un avión y he recorrido medio mundo, desde el norte de Inglaterra hasta una casa sencilla que se alza en una de las colinas que rodean San Francisco, la gran ciudad californiana.
Nos estrechamos la mano. En ese momento, la historia se convierte en vida real, deja de ser la sucesión de archivos, pilas de libros, bocetos de moda y telas vaporosas que suelen constituir mis fuentes históricas cuando escribo y llevo a cabo presentaciones. Estoy conociendo a una mujer que ha sobrevivido a un tiempo y a un lugar que hoy son sinónimos del horror.
La señora Kohút me recibe sentada a una mesa cubierta con un mantel de encaje, y me ofrece un strudel de manzana casero. En nuestros sucesivos encuentros, siempre se sitúa frente a un fondo compuesto por libros académicos, ramos de flores, bellos bordados, fotos familiares y piezas de cerámica llenas de color. Iniciamos la primera entrevista repasando las revistas de costura de la década de 1940 que yo he traído para mostrárselas, y pasamos luego a examinar un vestido rojo, elegante, de la época de la guerra, que forma parte de mi colección personal de ropa vintage .
—Un trabajo de buena calidad —comenta mientras pasa los dedos por los adornos de la prenda—. Muy elegante.
Me maravilla que la ropa posea esa capacidad de conectar a personas de continentes distintos, de distintas generaciones. Más allá de compartir opinión sobre la calidad de un corte, sobre un estilo, sobre una habilidad, se impone un hecho mucho más significativo: decenios atrás, la señora Kohút se dedicaba a manejar tejidos y prendas de ropa en un contexto muy distinto; ella es la última sastra superviviente de un taller de costura abierto en el campo de concentración de Auschwitz.
¿Un taller de costura en Auschwitz? La mera idea constituye una odiosa anomalía. Yo misma no salía de mi asombro al toparme por primera vez con una referencia al «Estudio Superior de Confección», que es como se llamaba, mientras me documentaba sobre los vínculos entre el Tercer Reich de Hitler y el comercio de la moda para la preparación de un libro sobre la industria textil internacional durante la Segunda Guerra Mundial. Está claro que los nazis comprendían muy bien el poder de representación de la ropa, como demuestra el hecho de que se vistieran con aquellos uniformes tan icónicos en sus gigantescos desfiles públicos. Los uniformes son un ejemplo clásico del uso de la ropa para reforzar el orgullo y la identidad de grupo. Las políticas económicas y raciales nazis pretendían beneficiarse de la industria textil, y recurrieron al saqueo y al expolio para financiar las hostilidades militares.
Las mujeres nazis de la élite también valoraban la ropa. Magda Goebbels, esposa del insidioso ministro de Propaganda de Hitler, era célebre por su elegancia, y mostraba pocos escrúpulos a la hora de vestirse con creaciones judías, a pesar de la obsesión nazi por borrar a los judíos del comercio de la moda. Emmy Goering, casada con el Reichsmarschall Hermann Goering, vestía con piezas de lujo producto de expolios, a pesar de que aseguraba desconocer la procedencia de sus prendas. Eva Braun, la amante de Hitler, adoraba la alta costura, hasta el punto de que se hizo traer un vestido de novia por las calles de un Berlín en llamas días antes de su suicidio y de la rendición de Alemania, vestido que combinó con unos zapatos de Ferragamo.
Aun así, ¿un taller de confección en Auschwitz? Semejante establecimiento condensaba los valores esenciales del Tercer Reich: privilegios y caprichos combinados con expolio, degradación y asesinatos en masa.
El taller de confección de Auschwitz lo creó nada menos que Hedwig Höss, esposa del comandante en jefe del campo. Y por si aquella combinación de salón de moda y lugar de exterminio no fuera ya lo bastante grotesca, la identidad de las mujeres que trabajaban en él resulta ya el colmo: la mayoría de las modistas del taller eran judías que habían sido desposeídas de todo y deportadas por los nazis, y cuyo destino último era la aniquilación como parte de la solución final. A ellas se les sumaban algunas comunistas no judías de la Francia ocupada a las que habían encarcelado y pretendían eliminar por su resistencia a los nazis.
Ese grupo de mujeres resistentes, esclavizadas, diseñaban, cortaban, cosían y arreglaban ropa para Frau Höss y otras esposas de mandos de las SS, creaban preciosos vestidos para las mismas personas que las despreciaban y las consideraban seres infrahumanos y subversivos; para las mujeres de unos hombres activamente empeñados en destruir a todos los judíos y a todos los enemigos políticos del régimen nazi. Para las modistas del taller de Auschwitz, coser era defenderse de las cámaras de gas y los hornos crematorios.
Las sastras desafiaron los intentos de los nazis de deshumanizarlas y degradarlas estableciendo entre ellas unos extraordinarios lazos de amistad y lealtad. Mientras enhebraban las agujas, mientras las máquinas de coser zumbaban, ellas hacían planes para la resistencia e incluso la huida.