Jesús Figuerola - Educar en la lectura

¿A qué tipo de lectura nos estamos refiriendo? ¿No es cierto que la inmensa mayoría de las personas que viven en las sociedades avanzadas saben leer?

La verdad es que en la actualidad lo que resulta realmente difícil es encontrar a alguna persona que no sea capaz de leer. La enseñanza obligatoria es una realidad en la mayoría de los países del mundo, aunque no en todos, desgraciadamente, y eso ha hecho que la alfabetización haya llegado a una inmensa mayoría de la población mundial. Un estudio de la Unesco indicaba que el 82 % de la población mundial mayor de quince años sabía leer y escribir. Y este porcentaje llega prácticamente al cien por cien en Europa y está por encima del 95 % en la mayoría de los países de América del Sur. Que la inmensa mayoría de la población sabe leer y escribir es un hecho que podemos constatar diariamente. Se calcula que a finales de 2019 había más de dos mil millones de usuarios activos de WhatsApp que se intercambiaban sesenta mil millones de mensajes al día. ¡¡Al día!! Si a ellos les sumamos los más de mil millones de la red social WeChat, el equivalente a WhatsApp en China, podemos hacernos una idea clara de que una inmensa mayoría de la población mundial lee y escribe todos los días, y que lo hace de manera fluida y eficaz, entendiendo eficaz como que sirve a los intereses del usuario.

Vivimos en una sociedad alfabetizada y la lectura se nos muestra hoy como una habilidad necesaria, casi imprescindible, en nuestra realidad diaria. Para desenvolvernos de manera efectiva en el mundo actual necesitamos leer y escribir. Y lo cierto es que prácticamente todo el mundo es capaz de leer y, con mayor o menor dificultad, también de escribir, aunque sean pequeñas notas o textos cortos. Aunque sea a un nivel básico, la mayoría de la población es capaz de entender y de hacerse entender utilizando la palabra escrita.

La competencia lingüística es la competencia de las competencias, pues la mayor parte de nuestros aprendizajes se vehiculan a través del lenguaje. Sin palabras no podemos pensar. Afirma Isabel Solé: «Quien no sabe hacer volteretas puede sentirse incompetente en ciertas ocasiones, pero quien no posee una competencia lectora adecuada se siente incompetente todo el tiempo». Y es cierto. La lectura es la principal vía de acceso al conocimiento. Sin una buena capacidad lectora resulta muy difícil comprender el mundo actual. Y esta realidad marca, por un lado, el reto al que se enfrenta la educación y, por otro, el desafío al que tienen que hacer frente las familias.

La escolaridad universal y obligatoria nos impone el reto de conseguir para todos los estudiantes un nivel adecuado de competencia lectora. Un niño que no sea capaz de adquirirla en los primeros años de la escuela Primaria corre el peligro de verse abocado a un fracaso global en sus estudios. Una escuela que no consiga que sus alumnos, también los más vulnerables, sean buenos lectores es una escuela fracasada. Y, si es un reto, para las escuelas lo es tanto o más para las familias, porque ellas son un elemento clave en el desarrollo del interés por la lectura de los más pequeños. Difícilmente un niño adquirirá el gusto por la lectura si no se lo transmitimos desde casa.

Pero volvamos a la pregunta que nos hacíamos al inicio de este capítulo: ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de competencia lectora? ¿El hecho de ser capaces de leer ya nos hace lectores competentes? Creo que todos tenemos claro que no, que hay buenos y malos lectores y que la adquisición de la competencia lectora es un proceso lento que requiere esfuerzo y dedicación y que se consolida, o se debería consolidar, normalmente en la adolescencia.

Existen bastantes clasificaciones para evaluar el nivel lector de los jóvenes. Nosotros veremos brevemente a continuación la que elabora PISA.

Aclaremos en primer lugar qué es PISA. El Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos o informe PISA (por sus siglas en inglés, Programme for International Student Assessment) es un estudio llevado a cabo en todo el mundo por la OCDE que mide el rendimiento académico de los alumnos en matemáticas, ciencia y lectura. Su objetivo es proporcionar datos comparables que posibiliten a los países mejorar sus políticas de educación y sus resultados, ya que la finalidad última de este análisis no es tanto evaluar al alumno como al sistema en el que está siendo educado.