La vida de Cervantes está contada en este libro partiendo de los fragmentos de autobiografía que el escritor dejó en sus obras. Él es el primer narrador, por tanto. Pero la biografía aquí relatada ha sido completada añadiendo investigaciones y hallazgos de muchos autores, desarrollados durante más de un siglo y medio. Se incorporan a la narración de modo sucesivo y el lector va incrementando su información tanto sobre la traza vital del genio como sobre la historia de su biografía.
El mismo método se aplica a la historia de la publicación de su obra para analizar cómo llevar a cabo la edición más perfecta del Quijote se convirtió en una admirable competición intelectual. Y también para contar cómo el autor y sus creaciones llegaron a convertirse en mitos universales y, en concreto, el Quijote en una especie de texto sagrado en el que los críticos han encontrado enseñanzas inagotables.
Más de la mitad de este libro está dedicada a indagar sobre las fuentes del Príncipe de los Ingenios. Se nutrieron sus creaciones con su imaginación portentosa y asombrosa capacidad narrativa. Ambas servidas por la información del lector curioso y constante que fue Cervantes y por las vicisitudes de su azarosa vida, que convirtió entera en literatura. Hay inclinaciones fáciles de detectar en los libros del escritor de Alcalá de Henares: la literatura popular, cuentos, consejas y refranes; la política y la sociedad de su tiempo, sometidas a transformaciones muy profundas, pero lentas, que permitían a los hombres de su época mantener un pie en el pasado mientras se formaba el Estado moderno. Le interesaron sobremanera las relaciones de pareja, que llenan su obra más que ningún otro argumento. Se valió gozoso de algunas de las creencias más extendidas en la Europa de su tiempo, como la brujería y los encantamientos. Y supo mucho de leyes y de justicia. Con estos ingredientes principales y una gran facilidad para seducir y entretener amasó su deslumbrante literatura.
Este libro convoca y cruza, de un modo realmente enriquecedor y novedoso, la biografía, la crítica literaria, el contexto histórico y el análisis de los conjuntos temáticos que más atrajeron a Cervantes, que expone con una meticulosidad y una erudición implacables.
Por su originalidad, tratamiento preciso y exhaustivo de la información, revisión de conclusiones hasta ahora indiscutidas y rigor de sus planteamientos, este libro marcará un hito en la bibliografía literaria de nuestro tiempo.
Santiago Muñoz Machado
Para
Gonzalo y Andrea Muñoz-Machado
PRÓLOGO
El cuadro de Miguel de Cervantes que preside el gran salón de actos de la Real Academia Española es falso. Me sorprendió mucho la información, que no conocí hasta después de ser elegido miembro numerario de esta insigne corporación. Me consideraba un buen aficionado a Cervantes, lector asiduo y devoto de sus obras desde hace muchos años, y de ese cuadro había leído un entusiasta ensayo de mi admirado Francisco Rodríguez Marín, uno de los cervantistas más importantes que ha dado nuestro país, que mostraba sus seguridades sobre la autenticidad de la pintura. Había aparecido a finales del siglo XIX y fue motivo de gran alborozo porque se había buscado con empeño durante años un retrato del literato más genial que ha escrito en castellano y de pronto aparecía de manera insospechada. Era el retrato al que se había referido Cervantes en el prólogo a sus Novelas ejemplares , el que seguía las pautas con las que él mismo había descrito su fisonomía: «Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña...». El retrato que el propio Miguel decía que le había pintado Juan de Jáuregui, uno de los más afamados pintores de su época. La figura representada en ese busto se ha reproducido en miles de ocasiones, en libros, carteles, folletos, programas audiovisuales e imágenes de toda clase, y no hay nadie, medianamente instruido, en el mundo, que no identifique el rostro representado como el de Cervantes. De modo que me sentí algo desolado cuando supe que el cuadro era falso. Sigue, no obstante, en el baldaquino situado detrás de la mesa presidencial del salón de actos porque, a pesar de su falsedad, no hay otra representación del escritor que coincida mejor que esa con la idea que todos tenemos acerca del aspecto físico de Cervantes.
Y, sobre todo, las demás, que son muchísimas, tampoco pertenecen a su época sino a otras posteriores, de modo que, por lo que sabemos hasta ahora, ningún pintor tuvo a Cervantes sentado frente a su caballete. En la Real Academia Española hay otro retrato de busto, que preside una de las dependencias más usadas de la casa, pintado por Alonso del Arco, que también se tuvo por auténtico. Se exhibe en ese lugar secundario solo porque recuerda al gran autor. Pero también es falso.
Donde ahora cuelga el retrato de Jáuregui, estuvo algunos años una maravillosa pieza autógrafa de Cervantes, que ahora reside en uno de los rincones del despacho del director de la casa. Es una carta manuscrita dirigida por el escritor a don Bernardo de Salazar y Rojas, arzobispo de Toledo que, junto al conde de Lemos, fue su principal mecenas. Le expresa el más rendido reconocimiento por sus atenciones, que le están permitiendo poner en pie su obra literaria. Está escrita con la inconfundible caligrafía de Cervantes y lleva su firma, muy conocida porque ha sido reproducida con frecuencia. Pero, a pesar de las apariencias, resulta que también ese importante documento, enmarcado entre cristales que permiten examinar anverso y reverso, con una guarnición de madera labrada de estilo rococó, es falso, como demostró Rodríguez-Moñino, sorprendido de que nadie hubiera realizado, antes de que él lo advirtiera, esa observación tan evidente.
La vida del más importante escritor en nuestra lengua también ha sido sometida a importantes manipulaciones y desatinos. Realmente la ordenación de su biografía (en contraste con lo que ocurrió con las de Lope de Vega y Quevedo, que fueron escritas poco después de sus respectivos fallecimientos) ha necesitado tres siglos de vagabundeo por los archivos eclesiásticos, municipales y estatales, donde podía haber alguna huella de su paso por la vida. Saber más de Cervantes llegó a convertirse en un ejercicio apasionado desde mediados del siglo XIX hasta bien entrada la siguiente centuria. Fue preciso averiguar, poco a poco, datos tan esenciales como el lugar de nacimiento, los misterios de su salida de España y estancia en Italia, su alistamiento en la Armada que triunfó en Lepanto, el largo cautiverio en Argel, actividades económicas, procesamientos y relaciones familiares, etc. El propio escritor había dejado escrita en sus obras una fragmentaria autobiografía que sirvió de mucha ayuda a los biógrafos desde el principio. Se han despejado casi todos los mitos y relatos fabulosos mantenidos a lo largo de los siglos, pero los estupendos tratados biográficos existentes aún incurren con frecuencia en el serio defecto de no explicar las fuentes ordenadamente, para que pueda saberse la deuda que tenemos con cada investigador, o el de mezclar la biografía con sucesos novelados o dramatizados, recreando y deformando los hechos.
Están, por otro lado, los incontables equívocos que se han difundido con las interpretaciones de las obras de Cervantes. El tratamiento de sus libros ha merecido un sinfín de interpretaciones críticas, situadas entre dos polos muy alejados: quienes consideran al novelista como un escritor sostenido sobre menguados conocimientos teóricos y universitarios, pero con un ingenio fascinante (el príncipe de los ingenios lo apodamos para subrayarlo), por más que fuese un «ingenio lego», como lo calificó en su siglo Tamayo de Vargas. A gran distancia están los que creen que es un escritor omnisciente, que sembró sus obras de conocimientos de toda clase de disciplinas humanísticas y científicas. Gran conocedor de la literatura renacentista, del derecho medieval y moderno, sabedor de los fundamentos de la medicina, la astronomía, la economía, la agricultura, la navegación y cualquier otra ciencia o arte que le viniera a la pluma.