LOS PACTOS DIVINOS
Una Exposición de la Revelación del Pacto Eterno de Gracia a través de la Escritura
A.W. PINK
Traducción al español por Mariano Leiras. Revisión por Federico Donatueno.
Publicado originalmente en ingles bajo el título The Divine Covenants de forma periódica entre 1934 y 1938 en la revista Studies in the Scripture.
Todas las citas bíblicas provienen de la Santa Biblia, versión La Biblia de las Americas © por The Lockman Foundation.
Copyright © 2017 para la version en español
Todos los derechos reservados.
ISBN: 154541825X
ISBN-13: 978-154518253
Editorial Doulos
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Contenido
PRÓLOGO EDITORIAL
En Junio de 1933, escribiendo su último artículo sobre El Propósito de Dios en “El Dispensacionalismo Refutado” , el autor decía a sus lectores: “Si Dios así lo quiere, más adelante esperamos dedicar una serie de artículos a la consideración y exposición de los pactos de Dios con Noé, Abraham, Israel y David, prestando especial atención al Sinaítico” ; porque sabía que para comprender el “propósito eterno que [Dios] hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ef.3:11), es fundamental poseer un conocimiento adecuado de los distintos pactos bíblicos. Así fue que tan solo un año más tarde comenzó su serie de artículos prometida, posteriormente reunidos bajo el título de “Los Pactos Divinos” (The Divine Covenants).
En esta obra Arthur Pink ofrece una muy bien estructurada presentación de todos los pactos bíblicos bajo el esquema de <>, en donde en base al primero el hombre queda a merced de lo que él pueda obrar para sí mismo y en base al otro, de lo que Dios obre en su favor. Todos los demás pactos vienen a ser administraciones de este último. Cada uno revelando y dando entrada a un aspecto nuevo y fundamental de la Verdad de forma progresiva; designados para introducir en el tiempo lo eterno.
Con esto en mente como fundamento, el autor pasa luego a analizar en profundidad y de forma exhaustiva los pactos Adámico, Noético, Abrahámico, Sinaítico, Davídico y Mesiánico, concluyendo con una exposición de Gálatas 4:21-31 (la alegoría de los dos pactos). Y no es inverosímil aclarar que lo hace desde una sostenida posición credobautista, sin intención de esquivar los escollos o temas controversiales, acudiendo a la Escritura como la palabra última y definitiva, observando y aplicando continuamente aquella regla primaria de hermenéutica bíblica que dicta que “la Escritura se interpreta a sí misma”.
El lector verá que el autor no pretende traer a la luz nuevas ideas; para nada, sino todo lo contrario. Y aunque su regla infalible es la Santa Palabra, con todo, se permite interactuar con numerosos teólogos y autores del pasado de la talla de Juan Calvino, John Owen, Herman Wistsius, Patrick Fairbairn, Matthew Henry y Charles Spurgeon, entre muchos otros, cuando considera que éstos lograron aportarle mayor luz y poner ciertas cosas en palabras mejor de lo que él mismo podría, sin que esto le permita disentir con alguno de ellos cuando la Escritura, norma suprema, parezca guiarlo a conclusiones distintas.
Cabe desatacar también que a lo largo de este libro, en varias ocasiones, Pink alude a los dispensacionalistas de su tiempo denunciando sus errores enraizados en una interpretación por demás “literalista”. Y fue con pleno conocimiento de causa que lo hizo, puesto que en otro tiempo él mismo supo ser adherente y defensor de dicha postura.
En verdad vio un grave peligro en ello, y no queremos pasarlo por alto. Porque la hermenéutica dispensacional, creemos, no puede probar que su modus operandi interpretativo se ajuste a la interpretación, uso y aplicación que los apóstoles hicieron de varias porciones del Antiguo Testamento. Y esto es una nota clave. No podemos interpretar el Antiguo Testamento si no es a la luz del Nuevo o, más precisamente, a la luz de Cristo como centro y clímax de la Revelación de Dios, receptor y sumun de las promesas hechas a los padres. Así lo hará notar Pink al analizar el desarrollo de la “historia sacra”, según ésta se iba desplegando a través de los distintos pactos a lo largo de la historia humana.
Dando algunos principios acerca de interpretación profética dice:
“Un apego esclavizante a la interpretación literal (vestigio de un error judío), mantenido de forma coherente, por necesidad conduciría a resultados que pocos estarían dispuestos a enfrentar, resultados opuestos tanto a la letra como al espíritu del evangelio. Es realmente una prueba humillante de la flaqueza humana, aun en hombres fieles, que a estas alturas el principio sobre el cual gran parte de la Palabra ha de ser interpretada todavía tenga que ser argumentado, y que de una misma declaración profética se extraigan las más diversas conclusiones. Ciertamente se verá que, dado que el literalismo no puede ser aplicado coherentemente sin arribar a conclusiones que contradigan el testimonio apostólico, nos vemos obligados a guiarnos por lo típico y lo figurativo como el único principio seguro”.
Esto no se trata de un método de interpretación alegórico que subjetiva y relativiza a la Escritura; en lo absoluto. Se trata de poner a la Escritura con la Escritura, y ver el uso que el Nuevo Testamento hace de pasajes del Antiguo. Se trata de discernir la interpretación apostólica, la del Espíritu Santo, acomodando lo espiritual a lo espiritual. No puede decirse con justicia y sin contradecir a los apóstoles que esto escape a un verdadero método histórico-gramatical de interpretación bíblica, y por sobre todo, Espiritual.
Sin embargo escribimos desde la convicción, y no quisiéramos que siquiera antes de haber empezado aquellos que no compartan la posición escatológica del autor se vean inducidos a desechar esta obra o pensar que no hay nada aquí para ellos. Por el contrario, esperamos gustosamente y de todo corazón que puedan someter a prueba sus creencias, con la única intención de abrazar lo que la Sola Escritura, una vez expuesta, demuestre.
Tras leer esta obra obtendremos una aprehensión mucho más profunda de la centralidad de la persona de Jesucristo a lo largo de toda la Escritura. Le veremos como el Fiador de su pueblo, el ejecutante del pacto concertado en el designio eterno del Dios Trino; le veremos en la simiente de la mujer predicha en Edén; le veremos en el altar y sacrificio perfecto de olor grato que ofreció Noé tras el diluvio; le veremos en la simiente prometida a Abraham como a Quien le fueron hechas las promesas y en Quien todas las naciones alcanzarían bendición; le veremos también reflejado en las agraciadas provisiones y sacrificios por el pecado del sistema levítico; asimismo le veremos como el verdadero Heredero al trono de David que afirmaría su casa y su reino para siempre, y no por la escueta suma de mil años. Le veremos como el siervo perfecto de Dios obrando en lugar nuestro, y como el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo; le veremos como el Salvador resucitado y sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, como Señor y Rey soberano en pleno goce y ejercicio de su autoridad suprema; le veremos como la revelación última y cúlmine de Dios a la humanidad que inaugura una era de cumplimiento e introduce el reino de Dios en la historia, en el cual, a su vez, nos introduce cuando creemos en él, reino cuya plena consumación aguardamos expectantes de su glorioso y seguro regreso.
Contemplaremos, también, mucho más magníficamente el desarrollo de la historia de la redención según Dios la fue manifestando. Y tras apreciar la perfecta armonía de la Palabra y la sabiduría infinita de nuestro amado, excelso y soberano Dios, seremos llevados a exclamar con el apóstol: “¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios!”
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