Anna y la rosa de los vientos
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417856465
ISBN eBook: 9788417856885
© del texto:
Aura Daude
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
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Impreso en España – Printed in Spain
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Anna y la rosa de los vientos es fruto de un viaje que se realizó en 2007 al África más nororiental.
«Recuerdo a mis abuelos, a todos, de ellos heredé sus ojos, también las manos, incluso el hígado».
I
Una bocanada de aire les calentó la garganta hasta llegar a los pulmones, eso fue lo primero que experimentaron al salir del avión.
Inquietud, incredulidad, incertidumbre. Solo de regreso a Barcelona ella dudaría si haría otra vez este viaje. Las vistas no tenían nada que ver con lo que conocían hasta ese momento, más impresionable ella, sí, lo había visto miles de veces en libros y documentales.
Aeropuerto de Asuán 6:20 p. m. 30 °C, mayo del 2007
—¿No te has dejado nada Anna? ¿Llevas los pasaportes? Ahora nos los pedirán. —Insistió Marc.
—Los llevo y gracias Marc, si algún día cortamos este viaje no te lo podré devolver (risas).
—Qué irónica, como siempre.
Dos aviones, tres pistas de aterrizaje.
—¿Y a donde hay que ir?
—Va Anna no me hagas reír, tu sigue a la gente y no digas nada que pareces de pueblo.
—Qué agudo, soy de pueblo ¿Oye seguro que no has traído nada de eso no?
—No, va vamos.
Los pasajeros se dirigían a un edificio, de unos doscientos metros cuadrados, era difícil perderse. Al terminar los trámites el guía reunió al grupo mostrando a los turistas la carpeta con el logotipo de la agencia.
No hubo ningún control aduanero, solamente les sellaron los pasaportes.
Marc había comprado el viaje, oferta fuera de temporada alta, regalo sorpresa de cumpleaños para Anna, la cual únicamente tuvo dos semanas para hacerse a la idea.
Se les indicó que subieran al bus aparcado que les esperaba en el exterior.
Marc y Anna se apresuraron, era impaciencia; ya sentados miraban por la ventana hacia todas partes, no subía nadie, pasaron unos pocos minutos, nadie subía.
—¡Marc, Anna! ¡Marc, Anna!
—¿Qué pasa Marc?
—¡Bajemos, este no es nuestro autocar!
El guía se había aprendido sus nombres nada más llegar. Avergonzados los dos subieron al otro, todos los ocupantes les miraban, aún quedaban asientos en la última fila.
Entre las asignaturas preferidas de Anna, estaba historia del Arte, como ejemplo sabía bien que el monumento de Stonehenge y sus estructuras megalíticas tipo crómlech están datadas entre 3100-2000 a. C. es decir que sus inicios y su finalización, comprenden este periodo, mientras que Guiza, la construcción de Kefrén, su «culminación», los expertos la datan en el 2540 a. C. siendo en parte coetáneas, resulta ser más antigua la construcción de la pirámide de Guiza que el calendario megalítico de Stonehenge en la actual Inglaterra.
En clase siempre nos explican las civilizaciones de la antigua Europa a inicio de curso, mientras que los antiguos imperios situados en el continente africano y del actual Oriente Próximo no se dan hasta casi llegadas las navidades, esto nos confunde.
Arena a un lado, arena al otro, circulaban por una estrecha vía con dos carriles.
—¡Aquí no está permitido hacer fotos!
Anna, bajó la cámara, la foto ya estaba hecha, su pulso se aceleró, el guía la miraba.
—¿Has sacado alguna foto?
Marc solo vio arena, Anna con un gesto le bajó el brazo.
El guía no le quitaba ojo, abrió una lata, parecía cerveza, la marca escrita en caligrafía árabe no daba ninguna pista al respeto.
Se hizo silencio en el bus y ya llegando a destino, un breve resumen, de lo que debían hacer al bajar en el puerto.
Antes de entrar a la ciudad, se indicó a los turistas que miraran hacia la izquierda, era un cementerio, parecía bastante antiguo, se veían los nichos, en pequeños pilares de arena y piedra que se alineaban en tres plantas en un recinto cerrado del mismo color que los pilares de arena, del mismo color que la arena del paisaje, muy parecido a los cementerios cristianos, no le dio tiempo de sacar la cámara. Oscurecía.
Puerto de Asuán, 8:38 p. m. 27 º C
Bajaron. Marc no perdía de vista al guía, era alto, corpulento, levantaba esa carpeta. En el muelle, una pasarela para entrar a la embarcación. Una vez dentro del barco esta vez el guía abrió una botella y sí, esta vez sí era cerveza.
Reunión: repartieron los números de los camarotes, el primer dígito pertenecía a la planta del camarote correspondiente. El «hotel flotante» en el que se alojarían los tres primeros días, parecido a los barcos del río Misisipi, era un antiguo barco de vapor con un molino giratorio en la proa, una bandera del país ondeaba en cubierta, una pasarela, suelo enmoquetado y un interior bastante pasado de moda.
Tiempo para dejar las maletas y subir al comedor. Cenaron, buffet libre.
Otra reunión, el guía iba mesa por mesa para avisar a los turistas de que debían ir de nuevo al salón.
Marc y Anna enseguida encontraron asiento… suerte, un sofá tapizado azul con ribetes de color plateados, el sofá en el fondo del salón, los demás pasajeros sentados en sillas frente a ellos y los guías de pie, los dos solos en ese sofá, a modo de escenario, parecían tener un lugar privilegiado; él con el pelo corto color castaño y con rizos en la frente, Anna con melena morena medio tumbada hacia el respaldo, la imaginación de Anna voló: Marc se le asemejaba Alejandro Magno, ella sería su hermana Cleopatra (se le escapó una pequeña sonrisa mientras pensaba —Ya estoy en Egipto—) ¿Qué familia no pone los nombres de sus padres a sus hijos y de los abuelos a los nietos?
Esta tradición no es exclusiva de reyes y faraones, el primer nombre de Cleopatra aparece en este periodo de la historia, esta, hermana de Alejandro de Macedonia, uno de sus generales, Soter, fundó la dinastía Ptolemaica (305-30 a. C.) la cual adoptó el nombre de Cleopatra entre sus consortes, la última Cleopatra, la más renombrada, Cleopatra VII, escribió el final de una civilización, sus antecesoras dinastías permanecieron a lo largo de más de 3.000 años, nosotros los cristianos remontamos desde hace 2.000 justamente la era cristiana empieza treinta años después en el declive del Imperio Tardío de Egipto, quizás también por razones climáticas en el que el desierto avanzó, ganando territorio. El hecho de que el clima sea propicio en una zona específica geográficamente es el principal motivo para que sus civilizaciones prosperen y avancen, la subida media de la temperatura anual que sufrió Egipto hacia el año cero, marcó de todos modos el final de una era.
Los macedonios impresionados por ese arte lo habían adoptado. No fueron los únicos.
Mientras ella seguía recreándose en su fantasía, el guía exponía las opciones, eran dos, contratar una excursión a Abu Simbel en que se saldría de madrugada, exactamente a las 4:00 a. m. que debería ser abonada como extra, o excursiones a la Presa de Asuán, Templo de Filé y pueblo de los Nubios, raza que conquistó la antigua Tebas en el declive del Imperio Nuevo.