Para Martina.
Introducción
Este libro, que hoy llega a tus manos, lo hace porque su hermano mayor, Historias de la Vieja Maestra, que recogía las entradas del blog del mismo nombre, tuvo la suficiente aceptación como para que decidiera darle continuidad.
Así puedes ver que se mezclan en estas páginas:
• Mis pequeños relatos
• Mis aventuras en el trabajo
• La transcripción de los cuadernos que nos legó el abuelo. Estoy hablando de mi padre, Francisco Clemente Ayuga, que bien pasados los 90, nos escribió sus recuerdos.
• El diario, que bien pudo haber escrito mi abuela, con la verdadera historia de sufrimiento y posguerra, personalizada en mi tía, Casilda Martín Gil Muñoz de Morales
• Mis niños..., mis queridos niños. Ellos protagonizan las páginas más divertidas. Siempre desde el respeto y el cariño.
29 de mayo del 2013
Diarios de la madre,
la hija y el señor Alzheimer
La madre, la hija y el señor Alzheimer… 1.ª
Lunes, 7 de mayo
Hoy me ocurrió algo chusco. Ayer mi hija hizo un pedido al hipermercado. Yo tenía que encargarme, como tantas veces, de recibirlo; comprobar que todo venía en buen estado y colocarlo. Sobre todo, evitar que en el congelado se rompiera la cadena del frío.
Rutinas domésticas.
Pues bueno: llaman al timbre. ¿Y qué me ocurre?
Me bloqueo. No recuerdo cómo se abre la puerta. Menos mal que he atinado a abrir la de la cochera. Y por ahí he aceptado el pedido.
Luego, me acuerdo. La lavadora estaba funcionando. Voy a mirarla. Se ha parado. ¿Y cómo se abría este trasto? Menos mal que me ayudó Irene, la señora que viene un par de días a ayudarnos. Ella la ha abierto… ¡Si era muy sencillo!
Y yo la he tendido, la ropa, para que se seque.
Estos despistes míos... ¿En dónde tendría yo la cabeza?
Emilia.
Lunes, 7 de mayo.
Hoy he notado a mi madre un poco extraña. Cuando habla, a veces, deja la mirada ausente.
Tiene la comida en el plato y la remueve, como pensando si tomarla o no. Se diría que el acto de comer le resulta algo chocante. Me pareció, incluso, que tenía menos destreza con los cubiertos.
Serán imaginaciones mías, espero. Por deformación profesional, veo patologías donde no las hay. Ya leí una vez que los que elegíamos la carrera de Psicología lo hacíamos para autoanalizarnos.
Teresa.
—Continuará—
La Vieja Maestra que teme al olvido.
La madre, la hija y el señor Alzheimer… 2.ª
Jueves, 10 de mayo.
Todas las mañanas tomo dos pastillas. Por la noche, me toca media.
Hoy me he liado. Como estaba pensando en la discusión que presencié ayer entre mi hija y mi nieto, me he tomado media por la mañana.
Cuando me he dado cuenta, me he tragado las dos.
Al rato, lo había olvidado. Y las he vuelto a ingerir.
Para que mi hija no se enfade, he escondido la caja. La he puesto dentro del congelador. Como ella ahí no mira, le diré que no las encuentro.
Es que está muy pesada con lo de
«Mamá, ¿te acordaste de las pastillas?».
Esta hija mía, que todo lo quiere controlar...
Emilia.
Jueves, 10 de mayo.
Mi madre está triste. Incluso diría que asustada. Ayer tuve una pelea tonta con Dani, que quería coger la vieja moto de su padre. Me negué en redondo. Solo me faltaba el niño por ahí, por esos caminos, en una moto del año catapum.
La abuela estaba delante. Si por ella fuese, el niño habría salido de casa montado en su moto.
¡Quién te ha visto y quién te ve!
¡Con lo severa que fue siempre con mi hermana y conmigo! Y a los nietos no es capaz de negarles nada.
Hoy la he notado ausente y con la misma mirada que ponían los niños cuando, tras una travesura, esperaban ser descubiertos. Temiendo el castigo, por un lado. Anhelando acabar con la incertidumbre, por otro.
¿Será la medicación la correcta o habrá que cambiarle la dosis? Ahora que caigo, hoy no la he visto tomarse su medio comprimido de cada noche. Mañana, lo primero que haré será comprobar cómo tiene la caja.
Me preocupa, la verdad. Parece fuerte..., pero la veo frágil.
Teresa.
La Vieja Maestra que cuenta lo que vio.
La madre, la hija el señor Alzheimer. 3.ª
Martes, 15 de mayo.
Si Teresa se entera se llevará un disgusto fenomenal.
Lo escribo aquí para desahogarme, porque no tengo a quien contárselo. Luego, esconderé el cuaderno. No quiero que ella lo lea. Es capaz de prohibirme que salga de casa.
Y es que esta mañana he ido al «súper», como hago casi a diario. Solo que, al salir, hacía un día tan bonito que he dado un paseo.
Andando, andando, he ido a parar a una calle que tenía unos árboles preciosos. Yo no creo haber estado nunca en ella. El problema ha sido que no me orientaba para volver.
Todas las esquinas me parecían la misma. Como había decidido no preguntar a nadie —no vayan a pensar que soy una vieja chocha—, me he alejado cada vez más.
Al final, me dolían los pies, me pesaba la bolsa...; y me he sentado en un banco, a pensar. Las personas que pasaban por mi lado no me veían, nadie se fijaba en mí. Mejor, me decía.
Pero cuando he mirado el reloj..., me ha costado un mundo calcular cuánto tiempo llevaba fuera de casa.
Se me ha ocurrido coger un taxi... ¡y no me salía el nombre de nuestra calle!
Me he puesto a temblar. He entrado a un bar, dispuesta a pedir que llamasen a la policía. Tan avergonzada me sentía, que en lugar de pedir ayuda he pedido un descafeinado.
Y me ha sucedido algo increíble. Girando la cucharilla en la taza..., he recordado que vivimos en la calle de Los T....
Le he contado al del bar una mentirilla, que iba a ver a una amiga a esa calle, que era la primera visita que hacía, pues yo venía de otro barrio... Y el señor me ha explicado con toda amabilidad el camino. Es más, una joven que nos ha escuchado se ha ofrecido a acompañarme hasta casi la puerta, pues íbamos en la misma dirección.
Como los niños: al ver nuestra esquina..., me he sentido segura.
A partir de ahora, cuando salga, llevaré un papelito con la calle y el teléfono apuntados. Por si me vuelve a pasar.
Pero no creo. Yo siempre me he orientado divinamente.
¡Ah! Sigo sin tomar las pastillas. Es que no me acuerdo dónde las he puesto.
Emilia
Martes, 15 de mayo.
Estoy reventada. He venido un poco más tarde porque un paciente se ha retrasado.
He tenido que resolver todo a la carrera.
Para más inri, voy a sacar una bolsa de menestra de verduras del congelador. Meto la mano... y sale enganchada la bolsa de los medicamentos de mi madre. La llamo, le pregunto qué significa eso... y contesta que ella no está tonta. Que si yo me pienso que no se preocupa más que de ver cómo esconder las cosas. Que seguro las he puesto yo ahí, por las prisas que llevo siempre. O «el niño».
Me hace dudar. La veo rara; saca las cajas y empieza a leer lo que yo le tengo escrito:
—Dos por la mañana
—media por la noche.
La observo..., lo lee despacio..., silabeando..., como si fuese un descubrimiento.
Tengo que vigilarla porque se diría que me está ocultando algo.
Pero hoy, no... Hoy estoy molida.
Teresa
La Vieja Maestra que conoce historias.
La madre, la hija y el señor Alzheimer. 4.ª
Domingo, 20 de mayo.
Hoy Teresa está en un congreso y Dani se fue anoche a un concierto.
Los dos volverán tarde.
Como tengo la casa para mí sola, he decidido saltarme los horarios. Fuera rutinas.
Para empezar, me he dado un baño de espuma. Después, me he maquillado. He quedado muy bien, la verdad.
He comido una ensalada delante del televisor.
Y por la tarde he visto muchas fotos. Deben de ser de nuestra familia, pero parientes lejanos o amigos antiguos. Porque lo cierto es que no he conocido a casi nadie.