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Andrés Ordóñez - El mito y el desencanto

Aquí puedes leer online Andrés Ordóñez - El mito y el desencanto texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2022, Editor: Planeta México, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    El mito y el desencanto
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  • Editor:
    Planeta México
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    2022
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El mito y el desencanto: resumen, descripción y anotación

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El mito y el desencanto devela la naturaleza del fenómeno revolucionario y cuestiona el sentido identitario de una sociedad que oscila entre los idealismos y su futuro. Uno de los hitos de la historia mundial sucedió en 1965, cuando la Revolución cubana cambió para siempre a una sociedad carente de mitos fundacionales y encontró en su líder, el Comandante en Jefe, la figura perfecta para enmarcar el ideal de Martí. Cuba vivió un intrincado sentido de pertenencia y propósito, y sus expectativas sociales y económicas contagiaron a toda Iberoamérica; sin embargo, la realidad, el paso del tiempo y la ausencia de Castro han encallado en un profundo desencanto social. Esta obra nos ofrece una mirada lúcida y sensible a la relación entre el mito de la Revolución cubana y la producción literaria que fue, en distintos momentos de la historia, cómplice, crítica ferviente de la mitología del poder e, incluso, un actor político más.

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con Zoraida

en la aventura.

Éramos totalitarios: queríamos la sabiduría total, la felicidad, ser inmortales al unir el fin con el principio.

Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres.

Las ideas las producimos, las sostenemos […] y hasta somos capaces de morir por ellas. […] Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. […] La idea se tiene y se sostiene, pero la creencia es quien nos tiene y sostiene a nosotros.

José Ortega y Gasset, Ideas y creencias.

Donde las cosas se nos presentan como más dignas de fe, habrá que desnudarlas para ver a fondo su vileza y despojarlas del prestigio de que se pavonean.

Marco Aurelio, Pensamientos , Libro VI , XIII . (Versión de Antonio Gómez Robledo).

Cuba es un país históricamente marcado por la afirmación de la soberanía insular en una región como el Caribe, colocada en el centro de las pugnas imperiales del Atlántico. Al igual que en otras naciones caribeñas, la literatura ha sido un instrumento para dotar de sentido la construcción nacional cubana. Esa condición, afín a todos los nacionalismos literarios, adopta en la isla una modalidad punzante, determinada por las múltiples reconstituciones de la nación y sus lazos con el mundo.

Cuatro siglos como colonia de España, medio siglo de república limitadamente soberana bajo la hegemonía de Estados Unidos, tres décadas de Estado socialista inscrito en la órbita soviética y otras tres más como nación poscomunista, que trabajosamente intenta insertarse en la globalización, hacen de Cuba una nación inconclusa. En esa reinvención secular de su soberanía, entre tantos vaivenes de la historia global, la isla ha producido uno de los casos más emblemáticos de representación literaria de la nación.

A ese tema dedica Andrés Ordóñez su libro más reciente. Diplomático y escritor mexicano, for­mado en la rica tradición de esos dos oficios en México, Ordóñez ha viajado con frecuencia a la isla y ha trabajado allí como representante de su país. Este libro da cuenta de su fascinación por la literatura vecina y de las preguntas que sus lecturas imprimen en la visión del diplomático escritor.

El tema de la representación literaria de la identidad nacional en Cuba ha cautivado profundamente al mundo académico y también ha sido objeto de algunas de las mejores muestras del ensayismo literario cubano. Grandes maestros del género en el siglo XX , como Jorge Mañach en Perfil de nuestras letras (1948), José Lezama en Analecta del reloj (1953) o Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía (1958), estaban convencidos de que la literatura era el repertorio escrito de las voces de la nación.

Esa mirada, que tal vez arranque con Domingo del Monte en el siglo XIX , es rescatada por Ordóñez. Regresa el crítico a los textos fundacionales, en poesía y en prosa, de José Martí, para trazar desde entonces el empeño de edificar, paralelamente, una república de las leyes y una república de las letras. Repasa también las sucesivas generaciones intelectuales del periodo prerrevolucionario, en la primera mitad del siglo XX , entre el modernismo, la vanguardia y los años de Orígenes y Ciclón , para desembocar en el gran clímax del nacionalismo literario cubano, que tiene lugar a partir de la Revolución de 1959. Un clímax que, como expone de manera elocuente este libro en su parte central, es una escandalosa superposición de consensos y disensos.

Ordóñez tiene muy en cuenta la diversidad del canon literario cubano al momento de la llegada de Fidel Castro al poder: Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Lydia Cabrera, José Lezama Lima, Lino Novás Calvo, Virgilio Piñera… y la pluralización generacional, estética e ideológica que produce la generación siguiente: Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Calvert Casey, Severo Sarduy, Edmundo Desnoes, Nivaria Tejera… Esa heterogeneidad poética es la plataforma giratoria que produce las grandes inscripciones de la experiencia cubana en la novela de la Revolución.

Se detiene el autor en narradores que producen su obra entre los años 60 y 90, como Norberto Fuentes, Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez o Abel Prieto, a quienes lee como cronistas de los últimos episodios del mito y las primeras muestras del desencanto: la guerra en Angola, el fusilamiento de Arnaldo Ochoa y Antonio de la Guardia, la caída del muro de Berlín o el «Periodo Especial en Tiempos de Paz». En novelas de esos escritores encuentra Ordóñez diversas estrategias de representación nacional en el ocaso de la era revolucionaria.

Contribución a los debates sobre Cuba y su literatura en el contexto iberoamericano, este libro cierra con un mensaje de la mayor relevancia. La historia da giros inesperados y el presente del Estado y la nación en Cuba, tras la muerte de Fidel Castro y la sucesión de poderes de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel, está ligado a un proceso de cambio que no puede encapsularse con facilidad. Aun así, la literatura cubana, en el siglo XXI , recoge lo mejor del legado de los escritores del siglo XX que dieron forma a la imagen nacional en tiempos de pasión y turbulencia.

Rafael Rojas

La Condesa, mayo de 2022.

La irrupción de la Revolución cubana en 1959 marcó un hito político y cultural cuyo impacto fue contundente a nivel nacional, pero no lo fue menos a escala regional e internacional. Durante la primera mitad del siglo XX la Revolución mexicana había actuado como la influencia fundamental en la América hispano-lusitana. Su huella fue patente en el Brasil de Getúlio Vargas, la Argentina de Juan Domingo Perón, el Perú de Víctor Raúl Haya de la Torre y en los movimientos revolucionarios de Centroamérica y el Caribe. En Cuba, su influencia había sido fuente de inspiración para la revolución de 1933 e, incluso, en esa época Fulgencio Batista viajaba a México para entrevistarse con Lázaro Cárdenas. No obstante, el protagonismo continental de la Revolución mexicana fue desplazado definitivamente a partir de 1959, cuando el movimiento encabezado por Fidel Castro emergió en el escenario del momento. Hija dilecta de la Guerra Fría, la Revolución cubana suscitó enormes expectativas como vía alterna, no solo a la situación socioeconómica imperante en Iberoamérica, sino también como opción a la hierática modalidad del llamado «socialismo real» de cuño soviético. No obstante, la necesaria adecuación a la realidad de los poderes fácticos de la época habría de acotar, matizar y, finalmente, diluir las expectativas. Igual que en México, en Cuba la Revolución acabó siendo institucionalizada, al punto de asfixiar en su propio enunciado la posibilidad de transformación prometida.

En ese proceso, la figura del líder histórico de la Revolución es insoslayable. El peso simbólico de Fidel Castro es un termómetro útil para medir la salud del proceso revolucionario a lo largo de los sesenta años posteriores a 1959, en virtud, entre otros factores, del éxito alcanzado en su asimilación al carisma histórico de José Martí y de su atinado encuadramiento en el ámbito idiosincrático de la religiosidad hispánica quedara en la genética cultural de nuestra América. Fidel Castro logró fusionar su figura con el mesianismo y el mito martiano, elemento que resultó de capital importancia en la disputa por la memoria histórica de la nación, propia de todo régimen que se concibe a sí mismo como ruptura. De tal suerte, el discurso oficial cubano postuló al Comandante en Jefe como heredero de Martí, como continuador directo del proyecto independentista cubano del siglo XIX y, a lomos de la moralidad martiana, en el crisol de la cultura religiosa del mundo hispánico y en el contexto del repudio continental a la política injerencista estadounidense, despojó de todo carácter soberano el periodo republicano de la primera mitad del siglo XX . De este modo, al capitalizar la idea de la independencia inconclusa generada por los intelec­tuales de la era republicana, la Revolución llenó el vacío producido por la ausencia de mitos fundacionales producto del desarrollo histórico de Cuba y, al hacerlo, consolidó en amplios sectores de la población el sentido de pertenencia y propósito.

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