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AA. VV. - El hombre medieval

Aquí puedes leer online AA. VV. - El hombre medieval texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1987, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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AA. VV. El hombre medieval
  • Libro:
    El hombre medieval
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1987
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El hombre medieval: resumen, descripción y anotación

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JACQUES LE GOFF (Tolón, 1924) es uno de los más importantes historiadores franceses de nuestra época. Entre sus obras traducidas al español destacamos: La civilización del Occidente medieval, Barcelona, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, 1986 (2.a ed.), Entrevista sobre la historia, Valencia, 1988, La bolsa y la vida, Barcelona, 1987.

GIOVANNI MICCOLI (Trieste, 1933) es profesor ordinario de Historia de las Iglesias Cristianas en la Facultad de Letras de la Universidad de Venecia. Entre otros libros, ha publicado: Chiesa gregoriana. Ricerche sulla riforma del secolo XI, Florencia, 1966, Delio Cantimori. La ricerca di una nuova critica storiografica, Turín, 1970, La storia religiosa, en Storia d'Italia, II, Turin, 1974, y Fra mito della cristianita e secolarizzazione. Studi sul rapporto chiesa-società nell’età contemporanea, Casale Monferrato, 1985.

FRANCO CARDINI, florentino. Discípulo de Ernesto Sestan, enseña actualmente Historia Medieval en la Universidad de Barí. Entre sus volúmenes publicados: Il Barbarossa, Milán, 1985, Minima Mediaevalia, Florencia, 1987 y Quell’antica festa crudele. Guerra e cultura della guerra dall’età feudale alla grande Rivoluzione, Milán, 1987.

GIOVANNI CHERUBINI (1936) enseña Historia Medieval y es director del departamento de Historia de la Universidad de Florencia. Entre otros libros, ha publicado: Agricoltura e società rurale nel Medioevo, Florencia, 1972, L’Italia rurale del basso Medioevo, Roma-Bari, 1985, y Signori, contadini, borghesi. Ricerche sulla società italiana del basso Medioevo, Florencia, 1977.

JACQUES ROSSIAUD enseña en la Universidad de Lyón. Es autor de numerosos ensayos sobre la historia medieval del sudeste de Francia. Al español ha sido traducida su obra La prostitución en el Medievo, Barcelona, 1986.

MARIATERESA FUMAGALLI BEONIO BROCCHIERI enseña Historia de la Filosofía en la Universidad de los Estudios de Milán. Ha publicado: La lógica de Abelardo, Florencia, 1964, Introduzione ad Abelardo, Bari, 1974, La chiesa invisibile, Milán, 1978, Eloisa e Abelardo, Milán, 1984, La bugie di Isotta, Roma-Bari, 1987.

ENRICO CASTELNUOVO (Roma, 1929) catedrático de Historia del Arte Medieval en la Escuela Normal Superior de Pisa. Entre sus obras: Un pittore italiano alla corte di Avignone, Turín, 1962, Arte delle città, arte delle corti tra XII e XIV secolo, en Storia dell’arte italiana Einaudi, V, Turín, 1983, Arte, Industria, Rivoluzioni, Turín, 1985, y I Mesi di Trento, Trento, 1986.

ARON JA. GUREVIC (Moscú, 1924) ha estudiado y enseñado Historia en la Universidad de Moscú y trabaja en el Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.

CHRISTIANE KLAPISCH-ZUBER enseña en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales donde es Directeur d’Etudes . Ha publicado, entre otras obras, Les Toscans et leurs familles. Une étude du Catasto florentin de 1427, París, 1978, y Women, Family and Ritual in Renaissance Italy, Chicago, 1985.

ANDRÉ VAUCHEZ (Thionville, 1938) es profesor de Historia Medieval en la Universidad de París-X. De 1972 a 1979 fue director de Investigación para la Historia Medieval en el Palacio Farnese y en ese período escribió el libro La sainteté en Occident aux demiers siècles du Moyen Age d'après les procès de canonisation et les documents hagiographiques, Roma, 1981. Además de numerosos artículos, es autor de dos libros: La spiritualità dell'occidente medievale, Milán, 1980, y Religión et société dans l’Occident médiéval, Turín, 1981.

BRONISLAW GEREMEK (Varsovia, 1932) estudió en la Universidad de Varsovia y en la Ecole des Hautes Etudes de París con Fernand Braudel. Ha trabajado en el Instituto de Historia de la Academia Polaca de Ciencias, de la que fue separado en 1985. De entre sus obras destaca: La piedad y la horca. Historia de la miseria y de la caridad en Europa, Madrid, Alianza Editorial, 1989.

Monjes y monasterios dejaron hace tiempo de formar parte de la común experiencia de los habitantes de Europa. No han desaparecido, pero ya no figuran entre los encuentros habituales y recurrentes de un paisaje histórico. Solo quedan aquí y allá sus imponentes vestigios: disimulados en las ciudades, donde las antiguas iglesias abaciales fueron ocupadas y transformadas por otros oficiantes y los inmensos conventos fueron destinados a nuevas funciones por las supresiones revolucionarias; abandonados y a menudo en ruinas en las viejas soledades de los campos, pálido y no siempre descifrable testimonio de una presencia y de una grandeza de la que se han perdido, en su mayor parte, las pruebas y la memoria.

La indignación del vizconde de Montalembert, que hace más de cien años recordaba haber visto por primera vez un hábito de monje en el escenario de un teatro —« dans une de ces ignobiles parodies qui tiennent trop souvent lieu aux peuples modernes des pompes et des solennités de la religión »— ya no tendría razón de ser. Pero la sátira profanadora permanecía aún como indicio de la vitalidad de un recuerdo y testimoniaba una capacidad de evocar imágenes y sentimientos que hoy aparecen irremediablemente borrosos y lejanos. Los monasterios y los prioratos —cluniacenses, cistercienses, cartujas, camaldulenses, vallombrosanos— que en siglo XII, en el apogeo de la expansión monástica, poblaban a millares los caminos de Europa, se han reducido a unos pocos centenares en todo el mundo. Y sus escasos moradores quedan como una presencia silenciosa y rara, inadvertida a menudo por el propio pueblo cristiano. Mientras han desaparecido casi por completo aquellos miles de solitarios —los «eremitas» incesantemente recordados durante siglos por leyendas hagiográficas y crónicas— que al margen del mundo monástico institucionalizado, perdido el recuerdo de las raíces comunes, se sumergían en las soledades alpestres y en los bosques para reaparecer periódicamente entre los hombres evocando con su aspecto asilvestrado la amenaza de la muerte y la urgencia de la conversión.

No se ha tratado de una brusca catástrofe sino de un lento declinar, que se inició inmediatamente después del siglo de oro del monaquismo. Las grandes convulsiones que vinieron del exterior —la reforma luterana, con la consiguiente desaparición de la presencia monástica en vastas regiones de la Europa central y septentrional, las supresiones que precedieron, acompañaron y siguieron a la violencia de la «gran revolución»— aceleraron e hicieron artificial en apariencia un proceso que venía de lejos y en el que las profundas transformaciones de la sociedad se habían ido combinando con algunos cambios radicales en el modo de vivir y de pensar la presencia cristiana en la historia; pero también con las exigencias de la política eclesiástica de Roma, que supo apostar, en las nuevas circunstancias, por otros instrumentos de intervención más dúctiles. Esta vicisitud, compleja y tormentosa, no destruyó el monaquismo, pero cambió drásticamente su papel en la vida de la Iglesia, marcando una diferente aproximación suya a la sociedad y la historia.

Cambio social y cambio religioso, pues, constituyen la trama en la que fue consumándose la centralidad de una experiencia que había caracterizado durante siglos, en la variedad exuberante de sus articulaciones, el aspecto de Europa: una Europa que se quería de tal modo cristiana, que se reconocía cristiana en primer lugar gracias a esa experiencia y a los institutos a los que había dado vida. El primer nudo histórico de fondo se encuentra precisamente ahí, en ese decisivo y exclusivo privilegiamiento del claustro para garantizar la continuidad de una auténtica presencia cristiana en la historia. En el autoconocimiento de sí que emerge gradualmente en la cultura monástica tardo-antigua y medieval y que aparece cada vez más corroborada por un amplio consenso político y social, los únicos cristianos auténticos son los monjes. Fue una maduración lenta y compleja de experiencias, de tentativas, de elaboraciones culturales e ideológicas y de propuestas institucionales. Este conjunto de materiales, pensado y adaptado de diversas maneras a la difícil realidad política y social en la Europa postcarolingia, constituyó la base y el punto de referencia para el poderoso florecimiento monástico que caracterizó en Occidente los siglos centrales de la Edad Media. Entre el siglo X y el XII el proceso de reducción del cristianismo auténtico a la vida monástica alcanza su más completa y, de algún modo, definitiva expresión. ¿Cómo pudo tener lugar una operación tan reductiva en una sociedad que se adornaba con el título de

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