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Alain Finkielkraut - La derrota del pensamiento

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Alain Finkielkraut La derrota del pensamiento
  • Libro:
    La derrota del pensamiento
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
  • Índice:
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La derrota del pensamiento: resumen, descripción y anotación

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CUARTA PARTE
Somos el mundo, somos los niños
El zombie y el fanático

Así pues, la barbarie ha acabado por apoderarse de la cultura. A la sombra de esa gran palabra, crece la intolerancia, al mismo tiempo que el infantilismo. Cuando no es la identidad cultural la que encierra al individuo en su ámbito cultural y, bajo pena de alta traición, le rechaza el acceso a la duda, a la ironía, a la razón —a todo lo que podría sustraerle de la matriz colectiva—, es la industria del ocio, esta creación de la era técnica que reduce a pacotilla las obras del espíritu (o, como se dice en América, de entertainment). Y la vida guiada por el pensamiento cede suavemente su lugar al terrible y ridículo cara a cara del fanático y del zombie.

A la sombra de una gran palabra

En una secuencia de la película de Jean-Luc Godard Vivre sa vie, Brice Parain, que interpreta el papel de filósofo, opone la vida cotidiana a la vida guiada por el pensamiento, que denomina asimismo vida superior.

Fundadora de Occidente, esta jerarquía siempre ha sido frágil y contestada. Pero hace poco que tanto sus adversarios como sus partidarios reivindican la cultura. En efecto, el término cultura tiene actualmente dos significados. El primero afirma la preeminencia de la vida guiada por el pensamiento; el segundo la rechaza: desde los gestos elementales a las grandes creaciones del espíritu, ¿acaso no es todo cultural? ¿Por qué privilegiar entonces éstas en detrimento de aquéllos, y la vida guiada por el pensamiento más que el arte de la calceta, la masticación de betel o la costumbre ancestral de mojar una tostada generosamente untada con mantequilla en el café con leche de la mañana?

Malestar en la cultura. Está claro que nadie, actualmente, desenfunda su revólver cuando oye esa palabra. Pero cada vez son más numerosos los que desenfundan su cultura cuando oyen la palabra «pensamiento». El presente libro es el relato de su ascensión, y de su triunfo.

PRIMERA PARTE
El arraigo del espíritu
SEGUNDA PARTE
La traición generosa
TERCERA PARTE
¿Hacia una sociedad pluricultural?
UN PAR DE BOTAS EQUIVALE A SHAKESPEARE

Los herederos del tercermundismo no son los únicos que preconizan la transformación de las naciones europeas en sociedades multiculturales. Los profetas de la posmodernidad exhiben actualmente el mismo ideal. Pero mientras que los primeros, frente a la arrogancia occidental, defienden la igualdad de todas las tradiciones, los segundos, para oponer los vértigos de la fluidez a las virtudes del arraigo, generalizan la utilización de un concepto aparecido hace unos cuantos años en el mundo del arte. El actor social posmoderno aplica en su vida los principios a los que los arquitectos y los pintores del mismo nombre se refieren en su trabajo: al igual que ellos, sustituye los antiguos exclusivismos por el eclecticismo; negándose a la brutalidad de la alternativa entre academicismo e innovación, mezcla soberanamente los estilos; en lugar de ser esto o aquello, clásico o de vanguardia, burgués o bohemio, junta a su antojo los entusiasmos más disparatados, las inspiraciones más contradictorias; ligero, móvil, y no envarado en un credo ni esclerotizado en un ámbito cultural, le gusta poder pasar sin trabas de un restaurante chino a un club antillano, del cuscús a la fabada, del jogging a la religión, o de la literatura al ala delta.

La consigna de ese nuevo hedonismo que rechaza tanto la nostalgia como la autoacusación es colocarse. Sus adeptos no aspiran a una sociedad auténtica, en la que todos los individuos vivan cómodamente en su identidad cultural, sino a una sociedad polimorfa, a un mundo abigarrado que ponga todas las formas de vida a disposición de cada individuo. Predican menos el derecho a la diferencia que el mestizaje generalizado, el derecho de cada cual a la especificidad del otro. Como multicultural significa para ellos bien surtido, lo que aprecian no son las culturas como tales sino su versión edulcorada, la parte de ellas que pueden probar, saborear y arrojar después del uso. Al ser consumidores y no conservadores de las tradiciones existentes, el cliente-rey que llevan dentro se encabrita ante las trabas que las ideologías vetustas y rígidas ponen al reino de la diversidad.

«Todas las culturas son igualmente legítimas y todo es cultural», afirman al unísono los niños mimados de la sociedad de la abundancia y los detractores de Occidente. Y ese lenguaje común ampara dos programas rigurosamente antinómicos. La filosofía de la descolonización asume por su cuenta el anatema arrojado sobre el arte y el pensamiento por los populistas rusos del siglo XIX: «Un par de botas vale más que Shakespeare»: además de su superioridad evangélica, además del hecho, en otras palabras, de que protegen a los desdichados contra el frío más eficazmente que una pieza isabelina, las botas, por lo menos, no mienten; se presentan de entrada como lo que son: modestas emanaciones de una cultura concreta, en lugar de disimular piadosamente, como hacen las obras maestras oficiales, sus orígenes, y de obligar a todos los hombres al respeto. Y esta humildad es un ejemplo: si no quiere perseverar en la impostura, el arte debe dar la espalda a Shakespeare, y aproximarse, lo más posible, al par de botas. En la pintura, esta exigencia se traduce en el minimalismo, o sea, en la desaparición tendencial del gesto creador y en la aparición correlativa, en los museos, de obras casi indiscernibles de los objetos e incluso de los materiales cotidianos. En cuanto a los escritores, deben adaptarse a los cánones de una literatura que se denomina menor, porque, a diferencia de los textos consagrados, en ella se expresa la colectividad y no el genio del individuo aislado, separado de los demás por su pseudomaestría: terrible ascesis, que perjudica, por añadidura, a los autores pertenecientes a las naciones cultivadas. Para acceder al punto de no-cultura, para alcanzar el par de botas, tienen que recorrer un camino más largo que los habitantes de los países subdesarrollados. Pero ¡ánimo! «Incluso aquel que tiene la desgracia de nacer en un país de una gran literatura debe escribir en su lengua como un judío checo escribe en alemán, o como un uzbeco escribe en ruso. Escribir como un perro que cava su agujero, una rata que construye su madriguera. Y, para ello, encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto»

Este nihilismo da paso, en el pensamiento posmoderno, a una admiración equivalente por el autor del Rey Lear y por Charles Jourdan. Siempre que lleve la firma de un gran diseñador, un par de botas equivale a Shakespeare. Y todo por el estilo: una historieta que combine una intriga palpitante con unas bonitas imágenes equivalentes a una novela de Nabokov; lo que leen las lolitas equivale a Lolita; una frase publicitaria eficaz equivale a un poema de Apollinaire o de Francis Ponge: un ritmo de rock equivale a una melodía de Duke Ellington: un bonito partido de fútbol equivale a un ballet de Pina Bausch; un gran modisto equivale a Manet, Picasso o Miguel Ángel; la ópera de hoy —«la de la vida, del clip, del single, del spot»— equivale ampliamente a Verdi o a Wagner. El futbolista y el coreógrafo, el pintor y el modisto, el escritor y el publicista, el músico y el rockero son creadores con idénticos derechos. Hay que terminar con el prejuicio escolar que reserva esta cualidad para unos pocos y que sume a los restantes en la subcultura.

A la voluntad de humillar a Shakespeare, se opone, pues, el ennoblecimiento del zapatero. Lo que aparece desacralizado, implacablemente reducido al nivel de los gestos cotidianos realizados en la sombra por la mayoría de los hombres ya no es la gran cultura; el deporte, la moda, el ocio son los que fuerzan su acceso a la misma. La absorción vengativa o masoquista de lo cultivado (la vida del espíritu) en lo cultural (la existencia habitual) ha sido sustituida por una especie de alegre confusión que eleva la totalidad de las prácticas culturales al rango de grandes creaciones de la humanidad.

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