Introducción
Muchos perciben asombrados la impresionante evolución del discurso de la Iglesia católica impulsada por el pontífice de origen argentino. El papa Francisco ha favorecido una mutación en las clásicas nociones transmitidas por el obispo de Roma, que tiene consecuencias concretas en la vida de los practicantes católicos y de los que no los son.
Sus dichos han combatido la doctrina del miedo al castigo final en un discurso que sostiene que la alegría es lo más significativo. Como si esto fuera poco, el nuevo pontífice propuso que el catolicismo abandonara su rígido encierro para “hacer lío en las diócesis”, tales sus palabras. Es decir, impulsó a los fieles a salir a la calle para auxiliar a los necesitados.
El viento fresco que renueva las consignas eclesiásticas ha permitido el retorno de muchos fieles que habían optado por otras alternativas espirituales.
La transición de Benedicto XVI
En los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, el corazón del Estado vaticano estuvo dominado por camarillas enfrentadas que el entonces papa ya no tenía fuerzas para combatir.
Benedicto XVI asumió la máxima posición en la Santa Sede en un momento en el que existía un vacío de autoridad, y en el que los funcionarios de la curia romana protagonizaban veladas luchas de poder dentro de la Iglesia. A su vez, el banco del Vaticano, originalmente creado para ayudar a las órdenes religiosas y agilizar la transferencia de dinero hacia regiones remotas, recibía acusaciones sobre una ingente cantidad de transacciones dudosas.
Asimismo, el hecho de que Paolo Gabriele, mayordomo del entonces papa, hubiese filtrado documentos confidenciales que hacían públicas las diferencias intestinas dentro de la curia colocó a Joseph Ratzinger en una encrucijada que requería de muchísimo empeño, y de una gran fortaleza física y mental.
Gabriele fue encontrado culpable de robo agravado y pasó tres meses en custodia hasta que fue perdonado por el entonces papa. El líder de la Iglesia comisionó una investigación para averiguar lo ocurrido. Tres cardenales produjeron un demoledor informe confidencial de 300 páginas, parte de cuyo contenido fue filtrado a la prensa italiana. Como consecuencia se produjeron más hallazgos embarazosos, esta vez con rumores sobre una red de sacerdotes homosexuales conocida como “lobby gay” que ejercían una influencia inapropiada dentro del Vaticano.
Por estos y otros factores, en febrero de 2013, Benedicto XVI sorprendió al mundo cuando se convirtió en el primer papa en renunciar al pontificado de la Iglesia católica en casi 600 años.
Pero la atención no se detuvo en las camarillas, sino que fue dirigida rápidamente a la sucesión. El nuevo pontífice tenía que llenar ese vacío de poder y trabajar denodadamente para renovar la fe.
Francisco, el papa del fin del mundo
Jorge Mario Bergoglio inició su carrera en la Iglesia a los 21 años tras recibirse como técnico químico. Fue uno de los 183 obispos de la Iglesia católica y arzobispo de Buenos Aires, además del primado de la Argentina. El periodista Marco Tosatti, vaticanista del diario La Stampa, reveló que en 2005, cuando el cónclave se reunió para designar al sucesor de Juan Pablo II, Bergoglio solicitó a sus “electores” que se abstuvieran de votarlo. En aquella oportunidad, el cardenal argentino quedó segundo en las votaciones detrás de Joseph Ratzinger.
La próxima vez, el resultado sería diferente. El 13 de marzo de 2013, los 115 cardenales electores lo eligieron como sucesor del papa Benedicto en un cónclave que duró 25 horas y media.
Asumiría el liderazgo de la Santa Sede con el nombre del santo de Asís, lo que lejos de ser una elección caprichosa se transformó en la metáfora principal del diseño de su pontificado. Francisco de Asís fue un hombre que reunió una valiente humildad con un poder de decisión innovador.
La sola llegada de Francisco al Vaticano quebró muchos moldes, incluso antes del inicio activo de su pontificado. Es el primer papa jesuita. Es el primero proveniente del hemisferio sur. Es el primer pontífice originario de América, el primero hispanoamericano y el primero no europeo desde el sirio Gregorio III, fallecido en 741.
Al iniciar la gestión, se transformó en el primer papa que no vive en el Vaticano, y el primero que tiene una revista dedicada íntegramente a su persona, (“Il mio Papa”, www.miopapa.it ). El objetivo de la publicación es favorecer el intercambio con los fieles a partir de la divulgación de sus actividades, discursos y de toda la información referida a su pontificado.
Esa cantidad de atributos originales quedaron en último plano en virtud de una inmediata acción, que agitó rápidamente el ostentoso protocolo de los pasillos vaticanos. Sus primeras actividades pusieron de manifiesto una personalidad cargada de modestia y osadía. Se ocupó de asuntos concernientes al clero, la política, la marcha del mundo y las contingencias del siglo tecnológico.
Pero su máxima revolución ha sido poner de manifiesto la intención más esperada, y acaso la más importante para la Iglesia en los últimos años: la reforma de la curia romana.
En pocos meses, el mundo entero advirtió que no se encontraba frente a un pontificado tradicional. Francisco proponía a las claras un cambio de rumbo, sustentado en un estilo muy diferente del que los pontífices acostumbraban.
A la hora de hablar, Francisco encontró un modo directo y a la vez profundo de abordar lo más complejo. Sus opiniones han sorprendido, enojado, satisfecho, decepcionado o generado expectativa, pero en ningún caso, ni los fieles ni los devotos de otras religiones, han podido permanecer indiferentes.
Adiós al protocolo
Su aparición vestido de blanco impoluto y con una cruz de plata, nada más escucharse el “Habemus papam”, le valió al papa Francisco el apelativo del papa de los pobres. Después, llegó su negativa a cubrirse con la pequeña capa (muceta) de terciopelo rojo que suele emplear el sumo pontífice en invierno y otros gestos que lo ubicaron en la mira de sus detractores.
Este es el primer símbolo de sus intenciones. Francisco ha renegado del lujo. A diferencia del magnífico guardarropa de sus antecesores, este papa recicla viejas sotanas y lleva en el cuello una cruz modesta. Gusta enormemente de la austeridad. Su bajo perfil refleja un estilo amable y empático, desde el cual hablar de la caridad no es un eufemismo.
Esta renuncia al oropel ha favorecido una cercanía particular hacia su figura, una extraña seguridad de que se puede tener enfrente al obispo de Roma sin perder la sensación fraternal que se experimenta junto a alguien cercano.
Sus decisiones con respecto a las cuestiones formales, que podrían haber sido inaceptables para la interna del Vaticano, fueron incorporadas con la máxima naturalidad. Al punto que la prensa de la Santa Sede no sólo no ha tratado de ocultar su estilo despojado, sino que al detectar que promovía el regreso de los fieles, se ha empeñado en divulgarlo.