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Varios autores - Retrofilia: 50 años de política, alucine y rock

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Varios autores Retrofilia: 50 años de política, alucine y rock
  • Libro:
    Retrofilia: 50 años de política, alucine y rock
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial México
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    2016
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Retrofilia: 50 años de política, alucine y rock: resumen, descripción y anotación

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Con un tratamiento humorístico y una mirada nostálgica,Retrofiliaes el lado B de las voces oficiales de la historia, escrito para nostálgicos, adictos musicales y curiosos permanentes.

De una manera clara, sin rebuscamientos ni prejuicios, y celebrando el medio siglo transcurrido entre 1954 y 2014, Retrofilia ofrece una mirada fresca, hasta nostálgica, de nuestro pasado y, por supuesto, nuestro presente.

Un texto salpicado de eventos mundiales, innovaciones tecnológicas y playlists, que resumen lo más memorable y lo execrable de las últimas cinco décadas.

Los años ochenta no empiezan con el sexenio de Miguel de la Madrid, la muerte de John Lennon o la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan, sino con MTV; los noventa no son los del TLC, Luis Donaldo Colosio o el EZLN, sino de la llamada radio alternativa y la reconquista del espacio públicode la mal llamada sociedad civil; y los 2000 no inician con la primera caída del PRI, sino con el nacimiento del iPod... Y así...

En Retrofilia, Miyagi recorre cinco décadas que atraviesan los principales acontecimientos en la vida nacional a través de anécdotas cargadas de humor, como cuando Luis Echeverría, todavía presidente de México, se coronó con su célebre frase: Antes estábamos a un paso del precipicio... ahora hemos dado un paso al frente; y salpica el recuento con eventos de escala mundial, como la guerra de Vietnam. También repasa las innovaciones tecnológicas, como cuando en 1961 se creó el primer videojuego de la historia, Space Wars, y recuerda que en 1955 se editaron Lolita y Pedro Páramo. Habla de la programación en las salas cinematográficas y en los canales de televisión de la época (quién no se acuerda de El tesoro del saber, Los años pasan o Cosas de casados).

Pero eso no es todo. Al mismo tiempo, y gracias a su vasto conocimiento musical, nos regala listados de canciones emblemáticas de cada década con sugerencias como: 25 canciones para animar velorios o Las 25 peores canciones de los ochenta para ser escuchadas sólo bajo vigilancia médica. En pocas palabras, este libro es el lado B de las voces oficiales; escrito para nostálgicos, adictos musicales y curiosos permanentes.

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Para decir adiós

Todos enfrentamos a lo largo de nuestras vidas decisiones agonizantes, opciones morales. Nos definimos por las decisiones que tomamos. Somos, de hecho, la suma total de nuestras decisiones. Sin embargo, los eventos se desarrollan de manera imprevista, muy injusta. La felicidad humana parece no haber sido incluida en los designios de la Creación. Somos estrictamente nosotros, con nuestra capacidad de amar, quienes le otorgamos sentido a un universo indiferente. Y aun así, la mayoría de los seres humanos parece tener la habilidad de seguirlo intentando e incluso de hallar la felicidad en cosas sencillas como la familia, el trabajo y de la esperanza de que futuras generaciones puedan entender más.

WOODY ALLEN, Crimes and Misdemeanors, 1982.

Índice

Capítulo 1. En el árbol del bien y el mal,
1954-1964

Capítulo 3. La Docena Trágica o cuando
pasamos del precipicio al infierno,
1974-1984

Capítulo 6. El eterno retorno (y no de las chelas),
2004-2014

PRÓLOGO

Mi recuerdo más antiguo

He visto cosas que ustedes no creerían. He visto naves de guerra incendiarse en el hombro de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

ROY BATTY (RUTGER HAUER)
en Blade Runner (1982), de RIDLEY SCOTT

Uno de mis primeros recuerdos, tal vez el más antiguo, proviene de cuando tenía cuatro años y marcó mi vida de manera definitiva. En esa época vivíamos en una casita con un pequeño patio en la calle Bolívar, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Me recuerdo enfermo (como era mi condición permanente debido a una temprana fiebre reumática), sentado ante una pequeña mesa con un libro en las manos, creo que de mitología griega.

El sol acariciaba mi rostro sin quemarlo. Frente a mí escuchaba cantar a mi madre mientras lavaba ropa y movía su rotundo y generoso trasero al compás de alguna canción extraña. Yo sentía en las manos la tapa del libro —el primero que me compraron—, y aunque no podía caminar supongo que fue la combinación de todo: la música, el ligero viento que soplaba, el sol, mi madre, su enorme trasero, el libro… por un breve momento todo pareció en cajar de manera perfecta: me descubrí feliz. De alguna manera, casi indestructible. Desde entonces amo el sol, amo la música, amo a las mujeres (con o sin generosos traseros) y amo los libros.

Mi abuelo fue panadero —de ahí mi filiación panista—, y mi padre, un empleado que se deslomó toda su vida para morir a los ochenta años de edad con grandes y excepcionales historias sin contar de una Ciudad de México completamente olvidada.

Largas temporadas de mi infancia las pasé en Oaxaca, para ser exactos en un pueblo llamado Tlaxiaco, de donde provenía mi familia paterna. Era un niño triste y aburrido, que se fastidiaba aún más en compañía de los que parecían ancianos de cincuenta años, cuya única opción de escape era dormir, porque afortunadamente, el sueño era gratis (cuando menos hasta la siguiente reforma hacendaria).

A los once años ocurrió un cambio fundamental (el penúltimo de toda mi vida, ya que el sexo, el alcohol y los cigarrillos los descubrí al año siguiente, ¡y ya nadie pudo detenerme!, pero ésa es otra historia). Aburridos ellos de mi aburrimiento, con un pésimo carácter que los obligaba a encerrarme en un ropero cuando se enojaban —y cuando estaban verdaderamente furiosos se encerraban conmigo—, hartos de que no pudiese aprender los más simples rudimentos de la vida en el campo (no podía ordeñar ni a un gato), me dejaron recluido en la única habitación de la casa a la que nunca entraba porque siempre estaba cerrada: la biblioteca. Literalmente enloquecí.

Entre libros clásicos, infaltables y otros para quemar al primer párrafo (como éste, dirán ustedes), descubrí lo más valioso de todo, aquello donde residía el encanto que para mí tenían y tienen los libros. Se habla mucho de la capacidad de algunos hombres en su búsqueda constante de poder comunicarse con aquellos que han fallecido. Yo descubrí en la biblioteca de mi abuelo que el invento perfecto para hablar con los muertos ya existía: la letra impresa.

En magníficas y olvidadas revistas descubrí cómo era la vida en los remotos años treinta y cómo era un mundo en guerra durante los cuarenta. No eran doctas, pero sí serias; no eran literatura, sino algo mejor: la materia de lo que se hacían las ilusiones cotidianas que nos alejaban y nos distraían del dolor de estar vivos. Con ellas descubrí lo que después leí en Jorge Luis Borges: los años se marcan para celebrar nuestro paso por la Tierra: gozoso, triste, estrafalario, serio, delirante, dedicado, frívolo, brutal… pero siempre único, irrepetible y magnífico.

Aprendí ahí que, sin importar de dónde venimos ni quiénes fueron nuestros padres, descendemos de los robustos sobrevivientes de catástrofes inimaginables (¡culturales, sociales, históricas, biológicas!); cada uno de nosotros es corredor en la competencia de relevos más larga y más peligrosa que jamás existió… Y en este momento el bastón de relevos está en nuestras manos.

Esas son las semillas del libro que usted recién adquiere (si se lo robó, aún mejor).

Este libro tiene dos padres putativos (¡qué fea palabra!) en su génesis: los tres volúmenes de Tragicomedia mexicana, de José Agustín, que arrancan en 1940 y se detienen ante las puertas del abismo en 1994, y la serie Biografías del poder, La presidencia imperial y Siglo de caudillos, de Enrique Krauze. Pocos libros como éstos han capturado mi imaginación y catapultado mi creatividad. A su sombra han nacido programas de radio elaborados con la sola intención de celebrar nuestra vida y los años que nos tocaron vivir, y aprender sin bronce nuestra historia y no olvidar nunca de dónde venimos, en todos los sentidos.

Como no soy historiador ni tengo la voz de Krauze —me faltan otras 18 cajetillas de cigarros diarias—, y mucho menos la pluma del maestro José Agustín, mi primer esfuerzo editorial es más modesto. Busca registrar lo ocurrido en los últimos cincuenta años con acentos claros y claves: la vida cotidiana, el análisis po lítico y la música. De una manera clara, sin rebuscamientos ni prejuicios, con ánimo divertido y celebrando haber vivido ese medio siglo. Advierto que no es un recorrido exhaustivo, sino que sólo se detiene en aquellos puntos que llaman mi atención o que considero importante destacar. Es una memoria personal, una crónica nacida del recuerdo… Una historia de mi generación.

Vivimos un tiempo sin igual en lo que a música se refiere. Por primera vez en la historia del hombre —si me permiten usar un cliché—, los géneros musicales creados por lo menos en los últimos cien años conviven de manera natural. Así que lo mismo podemos escuchar las grabaciones que los pasajeros del Titanic disfrutaban en 1912 antes de descansar en pez, que lo último que apareció en la red hace apenas unos minutos.

Sin embargo, esta vastedad sonora, lejos de acercarnos al conocimiento de la música como parte de un todo sin olvidar sus contextos básicos, se ha convertido en una mezcla que sólo contri buye a la confusión alentada por la ignorancia de no pocos comu nicadores, series de televisión e incluso películas.

Como parte del servicio social al que he sido condenado a cumplir por conducir mi andadera de aluminio a exceso de velocidad, este libro estará acompañado con el track list de las 25 mejores canciones de cada década y otras veinticinco sólo para conocedores.

Intentaré evitar, en la medida en que lo permitan mis conocimientos de tercero de secundaria, las canciones usuales, así como los big hits, y brindar un panorama en el que se descubra algo nuevo. Quiero decir que esto no será Universal Stereo… Finalmente, una buena canción no intenta nada… ¡simplemente existe!

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