Prefacio
El porqué de este libro
Desde principios de la década de 1990 el cine se ha transformado y ha abandonado el soporte fotoquímico-mecánico para adoptar el digital. Este proceso revolucionario, que parece tan reciente, en realidad ha sido progresivo: se inició con el sonido, se extendió al montaje, luego a la cinematografía y, por último, a la proyección teatral. Hoy día prácticamente todo el cine es digital. Sin embargo, el amor y el respeto por las obras maestras —desde la era del cine mudo, pasando por las primeras películas habladas, hasta llegar a las actuales, con lo que se abarca la extraordinaria obra cinematográfica del mundo entero— nos sirve de estímulo para hacer que el nuevo cine electrónico sea algo más que una imitación de las películas del pasado.
Muchos cineastas jóvenes son renuentes a abandonar el celuloide, sin darse cuenta de que este ya los ha abandonado a ellos. La fábrica Eastman Kodak de Rochester, en Nueva York, que llegó a dar empleo a más de 3.500 personas, hoy día ha reducido su plantilla a 350 para adaptarse a la demanda de celuloide de los pocos cineastas (entre ellos, mi hija) que prefieren trabajar como en los viejos tiempos. Esta inclinación por el celuloide es conmovedora y totalmente comprensible. El cine y su tradición continúan siendo muy queridos. Todavía hay fotógrafos que preparan sus propias placas de vidrio con emulsión de halogenuros de plata por la belleza de los resultados. No cabe duda de que siempre habrá unas cuantas almas apasionadas que intenten crear película fotoquímica cuando deje de fabricarse. Pero el hecho inalterable al que nos enfrentamos es que hoy día el cine es, sobre todo, un medio electrónico-digital.
Quiero creer que este cambio, con independencia de cuánto reverenciemos esas grandes obras realizadas con película fotográfica, influirá profundamente en la esencia del cine y nos llevará hacia nuevos rumbos. Pero ¿cuáles serán esos rumbos?
En el mundo digital de hoy, varios directores pueden hacer películas juntos a través de internet, utilizando mandos, palancas, teclados y pantallas táctiles, todos los dispositivos de los juegos online. Pueden enfrascarse en esas «partidas» más allá de las fronteras geográficas, incluso ante la mirada atenta de un gran público en algún auditorio. Pueden participar en juegos de rol, identificando y controlando personajes individuales y al mismo tiempo ayudando a crear los mundos definidos que son los escenarios. La realidad virtual, con su percepción del punto de vista de los protagonistas, puede dar lugar a nuevos formatos; y las propias películas se pueden filmar en vivo y proyectarse en salas de cine, en centros cívicos y en hogares de todo el mundo. Con el tiempo podrían surgir auteurs que utilicen este formato para crear literatura del más alto nivel, de formas que no alcanzo a imaginar.
Hemos vivido con la televisión en vivo desde que se inventó; de hecho, la televisión estuvo dominada por la programación en directo hasta bien entrada la década de los cincuenta y el desarrollo de la tecnología de las cintas de vídeo. Sin embargo, lo que me interesa a mí, el live cinema o cine en vivo, ha aparecido en la segunda década del siglo XXI . El propósito de este libro no es recrearme en la nostalgia, ya sea de la televisión en vivo o de los primeros tiempos del cine, sino explorar este nuevo medio; descubrir en qué se diferencia de las otras formas creativas; cuáles son sus virtudes y sus requerimientos; y, sobre todo, aprender a utilizarlo y enseñarlo.
En esencia, este nuevo medio es cine, no un programa de televisión; está concebido como cine sin perder la emoción de una actuación en directo. Mientras pensaba en todo lo que eso implicaba, me propuse averiguar más; no solo hablar sobre lo que podía ser el cine en vivo, sino realmente llevarlo a cabo. De modo que puse en marcha dos talleres experimentales de prueba de concepto: el primero, en las instalaciones del Oklahoma City Community College (OCCC) en 2015 y el segundo, un año después, en la Escuela de Teatro, Cine y Televisión de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA). En esos dos talleres aprendí muchísimo —en el apéndice incluyo el diario de producción del realizado en el OCCC, seguido de los créditos de ambos— y, rebosante de conocimientos e información que aún no había digerido, decidí ponerlo todo por escrito en un libro fácil de manejar. Este es el resultado.
Lo que el lector tiene en las manos es, por tanto, un manual, una guía a través de los intricados problemas a los que se enfrenta alguien cuando intenta elaborar una obra de cine en vivo, desde cuestiones fundamentales como el reparto y los ensayos hasta pormenores acerca del uso de la sofisticada tecnología que inicialmente se inventó para los deportes televisados. Mi sueño es realizar algún día una producción de cine en vivo a partir de mi propio guion, pero, si persistieran las numerosas razones que me detienen, espero que los que vengan detrás de mí lean este compendio de lo que he aprendido en mis talleres y lo utilicen para trabajar en esta nueva forma de arte.
Introducción personal
Nací en 1939. Era un niño con inclinaciones científicas y enseguida me sentí atraído y fascinado por el nuevo prodigio de mi época, la televisión. A mi padre, músico clásico y primer flauta de la orquesta sinfónica de la NBC de Toscanini, también le fascinaba la innovación. Era hijo de un fabricante de herramientas que había colaborado en el desarrollo y la fabricación del vitáfono, el aparato que hizo que las películas tuvieran sonido. Entre mis primeros recuerdos está el de mi padre llegando siempre a casa con el dispositivo más novedoso de las tiendas de Radio Row, el barrio de las radios de Nueva York: la grabadora de vinilos de acetato doméstica Presto, el magnetófono de alambre y luego el primer televisor. Yo tenía siete años, la edad idónea para hacerlos funcionar, de modo que, cuando el televisor Motorola de pantalla pequeña apareció en nuestra casa de Long Island, me sentí en las nubes.
En 1946 prácticamente no había programación, por lo que me pasaba horas contemplando las figuras geométricas de las cartas de ajuste, esperando a que empezara algo. Recuerdo los primeros programas. Howdy Doody no se parecía en nada al famoso muñeco que sería años después; entonces era un paleto rubio y desgarbado que llevaba la cara vendada porque, según decían, quería presentarse para presidente y se había sometido a una operación de cirugía plástica. Por supuesto, los niños que lo veíamos no sabíamos nada del litigio que se desató cuando el creador del muñeco se negó a ceder los derechos de su personaje; tuvo que presentar al público un nuevo muñeco, esta vez con los derechos intactos. En el canal 13 de Nueva Jersey pasaban unas cuantas películas de vaqueros de Allied Artists, y la DuMont Television Network ofrecía programas en el 5, entre ellos,