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GOLES Y AUTOGOLES
Daniel Matamala
PRÓLOGO
Las pelotas fuera de la cancha
Basados, fundamentalmente, en la descarada intervención de Mussolini en los años 30, los intelectuales de la década de los 60, influidos de manera directa por la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, intentaron describir la relación entre el fútbol y la política, como una herramienta desarrollada desde el poder para mantener al pueblo alejado de sus derechos y reivindicaciones. Desde ese punto de vista, el fútbol fue el nuevo opio del pueblo, a partir de un «supuesto» oscuro interés de siniestros gobernantes, para lograr sus objetivos a costa de una ciudadanía futbolera/ignorante, sin conciencia de clase ni preocupaciones políticas importantes, salvo las que emanan de su propia subsistencia tales como: pan y circo.
Con el tiempo, sin embargo, esas ideas fueron desplazadas por una comprensión más integral del fenómeno. Aparte de la intervención y el aprovechamiento político buscado por todo tipo de dictaduras, sobre todo a la hora del éxito deportivo, los estudios actuales sostienen que existe una relación natural entre el fútbol y la política. Lo anormal sería que el poder descartara el fútbol de sus ámbitos de influencia, teniendo en cuenta la convocatoria de este entre las multitudes. Desde esa lógica, el gobernante y otras entidades involucradas en el equilibrio del poder (nacional o multinacional) naturalmente están interesadas en participar del fenómeno y generar contenidos en ese cruce con el fútbol, asumiendo, en todo caso, que hoy es más difícil evitar el escrutinio de la opinión pública en todos estos ámbitos. Es decir: los métodos de participación necesariamente deben ser democráticos, o al menos parecerlo, bajo ciertas condiciones éticas y legales que descartan o hacen inviable el antiguo camino del intervencionismo.
En Fútbol y cultura (2001), a través de una aproximación a los contenidos que este deporte le entrega a América Latina, en dicho sentido, los antropólogos brasileños Ruben G. Oliven y Arlei S. Damo desestiman la sospecha que pesó sobre el fútbol durante buena parte del siglo veinte y recomiendan entenderlo «como una práctica que moviliza la energía y los sentimientos de millones de personas que, al vibrar con él, están no solamente movilizando la energía física, sino afectos y pasiones que hablan acerca de grupos que van de lo local a lo nacional». El fútbol, hoy, está tan presente en la biografía individual y colectiva de las personas que ha llegado a convertirse en una instancia de legítimo intercambio de influencias, las que no sólo se remiten a la politización del fútbol. Sino que también, se dan experiencias en el sentido contrario: la futbolización de la política.
Ese mismo año apareció en Chile Goles y autogoles de Daniel Matamala, el primer texto que abordó, a través de una investigación seria, el controvertido nexo entre el fútbol y la política en Chile, con una exposición de historias del ámbito local que requerían de una urgente separación en su dualidad intrínseca: verdad/mito. En el mismo sentido expuesto aquí, Matamala ya definía su ingreso al campo de juego en las primeras páginas de aquella primera edición: «¿Podría entenderse que ante esta acumulación de evidencia ese otro mundo, el mundo de los cigarros y la sobremesa, se excluyera voluntariamente, en un gesto gracioso, de influir de alguna forma en este poderosísimo caudal de interés y atracción? No. No podría. No debería, incluso, aplicando categorías a lo Maquiavelo, quien por lo demás era un entusiasta practicante del primitivo calcio italian». Por supuesto, no hay sólo una manera de enfrentarse a este partido, pero la indignación o la ingenuidad suelen aparecer, en cada paso, como mecanismos que favorecen la confusión y la falta de rigor histórico.
Cuando muchos estaban dispuestos a aceptar, por ejemplo, que el dictador Augusto Pinochet participó activamente en la construcción del Estadio Monumental de Colo-Colo, Goles y autogoles presentó una detallada refutación con reportes y entrevistas que echaron por tierra aquella elaboración que el periodismo tardó demasiados años en enfrentar. A propósito, hay un trasfondo sociocultural que explica muy bien por qué tanta gente estuvo dispuesta a aceptar como verdad, que Pinochet quisiera utilizar a Colo-Colo como trampolín para sus maniobras previas al plebiscito de 1988. En primer lugar, porque también hay evidencias de que la dictadura sí utilizó diversos mecanismos para intervenir el fútbol chileno, entre 1973 y 1984, partiendo por la Selección Nacional, Colo-Colo y Universidad de Chile como objeto de sus preferencias ideológicas. Ese trasfondo a menudo se soslaya: si Pinochet obtuvo un 44% de los votos en octubre de 1988, es razonable pensar que, en ese momento de la historia de Chile, el 44%de los hinchas del fútbol chileno, de todos los clubes, estaba dispuesto a aceptar de muy buena gana lo que hoy se rechaza con tanta molestia. El fútbol no fue inmune a la pinochetización de la sociedad chilena en los años ochenta: si Elías Figueroa, el mejor futbolista chileno del siglo veinte, estaba dispuesto a creer en la figura superficialmente desideologizada del Capitán General, y tan dispuesto estuvo que incluso apareció en la propaganda del «Sí», cualquier otro pudo haber caído en la tentación de defender lo que con el tiempo sería indefendible.
Aunque la intromisión del poder en las canchas locales tuvo un origen muy claro: la fotografía de Carlos Ibáñez del Campo con los jugadores de Colo-Colo recién llegados a Chile, tras la gira europea en que David Arellano perdió la vida. El fenómeno tuvo su auténtico puntapié inicial en la definición del título del Campeonato Nacional de 1970, disputada ante 71.335 espectadores entre Unión Española y Colo-Colo el 27 de enero de 1971. Ese fue el primer partido del torneo local que la televisión chilena transmitió en directo y era tal el entusiasmo, y la falta de experiencia, que los televidentes no alcanzaron a ver el gol decisivo del colocolino Elson Beyruth en el alargue, porque la espalda del diputado Mario Palestro se atravesó en el momento menos oportuno. Ese día concurrió Salvador Allende al Estadio Nacional, por primera vez, en su condición de Presidente de la República.
Aunque a los 15 años se inscribió como socio de Éverton y, posteriormente, reconoció su simpatía por el Club Deportivo de la Universidad de Chile, Allende comenzó a ser descrito en la prensa de izquierda, como un Presidente del pueblo y colocolino al mismo tiempo. Luego, en 1973, le tocó enfrentar, simultáneamente, la división política interna que, de hecho, anuló el anhelo reformista de la Unidad Popular y la unidad nacional, en torno a la triunfal campaña de Chamaco Valdés, Carlos Caszely y el Zorro Álamos en la Copa Libertadores de América. ¿Colo-Colo 73 retrasó el golpe? La verdad es que no hay testimonios ni documentos que permitan sostener dicha afirmación, pero es más o menos claro que el equipo del té más dulce y la marraqueta crujiente (¿pan y circo?) influyó de alguna manera en los estados de ánimo, mientras los poderes fácticos preparaban su brutal dentellada contra la democracia.