josé tabares - El Chozno

EL CHOZNO

Mientras las personas prescindibles sigan haciendo su trabajo, los imprescindibles seguirán siendo los héroes...

El cuento está basado en hechos ficticios y personajes ficticios.

PREFACIO

Esta es la historia tras bastidores de los prescindibles, aquellos muchos que hacen a los grandes héroes.

Las vivencias recorren la historia de Venezuela desde los años 1800, hasta avanzado los años 1900. Haciendo énfasis en las características de la época independentista y su posterior desarrollo institucional, entre luchas revolucionarias por el poder.

La vida del protagonista, dará las pinceladas importantes al desarrollo de un cuento jamás contado.

Dijo Juan Francisco Sánchez, considerando las pesadillas sostenidas la noche anterior por el muchacho, había hablado con su padre muerto a primeras horas de la madrugada.

— Siéntate ahí hijo mío, en el banco de cuero y solo escucha...

Mi tatarabuelo era un gorrón por conveniencia, era un dicharachero. Tenía sangre azul para arrimarse a las personas. Una especie de sortilegio le acompañaba en todas sus aventuras, la suerte acudía a él como las abejas al panal. Era inoportuno, pero nunca perezoso, cada vez que podía hacía favores, como cargar cestos de frutas o dar de comer a los caballos, de los visitantes a la ciudad de Caracas. Los almacenes cercanos a la plaza acudían a él, para socorrerse en las tareas más agitadas y pesadas del día.

Juan Alfonso Sánchez, nacido y criado en esta patria llamada Venezuela. Nacido en caracas a los pies del Waraira Repano. Trabajador sin oficio conocido de la primera imprenta de Venezuela, llamada la Gaceta de Caracas. Ayudó con la impresión del libro “Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros” de Don Andrés Bello, año 1809.

Ese encuentro casual con el padre de Andrés Bello, fue motivado por la jerga inteligente que sostuvo con él, en una oportuna asistencia al cambiar los casquillos de uno de los caballos de la carreta accidentada en los alrededores de la plaza. Fue en ese acto tragicómico, donde el padre de Andrés Bello decide ayudarle y colocarlo al frente del grupo de desembarco de la imprenta, al saber que se ganaba la vida inusualmente trabajando como arriero.

De esa manera, unió su vida al novedoso artefacto llegado del extranjero. Desde ese momento se incorporó a los hombres, que iniciaron las labores de traslado de la primera imprenta, que pisó suelo venezolano traida desde Aruba.

Ayudó con su traslado en carreta, con su armado y con su montaje. Posteriormente se quedó fijo en el puesto de operario, ayudando con la carga y recarga del entintado de la imprenta. Luego, también se ocupó del guillotinado del papel y del encuadernado del mismo. Hay que reconocer, que sus raíces de inmigrante le dieron capacidades inesperadas, para asumir tareas cada vez más complejas de la imprenta.

Cuando disponía de tiempo, le daba una mano a la Junta Patriótica, al despachar él mismo, los panfletos sobre la declaración de independencia en los lugares más apartados de la Caracas colonial. En una muy casual oportunidad, habló con el mismísimo general miranda, luego de dejarles unas cartas enviadas por un amigo del Reino Unido.

Antes de trabajar en aquel oficio, vagó por las calles, pidió limosna, sufrió muchos desmanes y pasó mucha hambre y frío durmiendo en la plaza pública principal. Pero fue este desmedro lo que le ayudó a conseguir la venia del abuelo de Andrés Bello, para quedarse en su casa y ayudar en la cocina. Este singular acontecimiento le hizo encontrar su siguiente trabajo, luego de trabajar en la imprenta por un año. Él solía decir, que las casualidades nunca existían, todo estaba predestinado en esta vida.

La incipiente guerra de independencia cruzaba como un rayo, todos los entornos de la posible nueva república. Sin embargo los acontecimientos rebasaban los entendimientos de mi tatarabuelo, con respecto a los sucesos importantes que se daban y se preparaban. Se resguardaba del salvajismo imperante de la república retrógrada, por ser protegido de Juan pedro López, abuelo materno de Don Andrés Bello.

El alcance de algunos sucesos fútiles, no levantaba sospecha sobre lo grande de los acontecimientos por llegar. Parecía, que los más enterados, eran los únicos que tenían el pulso para reconocer la importancia de lo que venía con la independencia. Mi tatarabuelo decía que si él tenía que seguir trabajando como un burro, todo para él seguiría siendo igual, aunque cambiara las leyes.

Cuando no estaba ocupado en la cocina, ayudaba en las comunicaciones de los generales de la junta Patriótica. Era el mandadero de confianza de los generales patriotas, mientras estaban en Caracas. Era deber inconsciente, casi natural, el estar en los lugares y momentos más particulares de la historia. En una oportunidad le llevó cartas a Simón Bolívar enviadas por Don Andrés Bello, cuando lo encontró sentado en aquel corredor, de la casa de la junta Patriótica, le sintió un resplandor a su alrededor que lo hacía una persona mágica, impenetrable, acorazada de toda maldad. Dejó la carta en la mesa y se marchó. Hasta ese grado de confianza, desarrolló entre los generales.

En otra oportunidad llevó cartas secretas entre el General Francisco de Miranda, Simón Bolívar y el General José Félix Ribas. En esa encomienda fue casi atrapado, por algunos soldados del rey cuando atravesaba un callejón nocturno, un viernes santo. De ese evento le queda una cicatriz muy significativa en su mejilla. La cual sería recordada muy especialmente, por el Libertador el cual le agradeció su labor loable, al proteger las respectivas misivas, con instrucciones y decisiones muy importantes. José Félix Ribas decía, que las acciones simples y sencillas debían ser ejecutadas por personas simples y sencillas también. Queriendo significar, que el grado de importancia de una acción en la guerra, no tenía que ver con quienes la ejecutan, siempre y cuando se logre consumar el hecho.

Permaneció en la cocina por largos dos años, hasta 1811 cuando sintió la oportunidad de enrolarse en el ejército patriótico, luego de la firma del acta de independencia. Apenas entendía algunas cosas, pero siempre tuvo un pálpito incorregible, casi adicto al germen infringido por la junta patriótica. Aquel sentimiento no lo podía explicar, por eso todos sus esfuerzos fueron dirigidos a ayudar sagazmente en todo lo que podía. Hasta consumar actos barbáricos, al quitarles la vida a muchas personas, sin nunca sentirse sicario de aquellos hombres que le enviaban, pues eran los mismos que representaban al movimiento revolucionario libertador. Todo hecho consumado se hacía en el nombre de la nueva república.

Literalmente la guerra se lo tragó. No se supo de su paradero por largo tiempo. En algún momento se oyó en las filas de la retaguardia, que perteneció al ejército que batalló en Carabobo. Cosechando increíbles hazañas, contadas solo por las bocas de los soldados, que regresaban de la guerra muy malheridos a los hospitales. Parecía que hasta entonces nunca antes se había conocido a alguien, que actuara desde la más profunda clandestinidad de espalda a la gloria. Honrando con saña su pundonor en la claridad del día. Su condición siempre fue humilde, pero nunca un cobarde.

Antes de irse para la guerra, dejó en cinta a doña Carmelita Suárez, pariendo un hijo llamado Juan Lorenzo Sánchez reconocido por mi abuelo. Más tarde se supo de alguien muy allegado a él, que había vivido en Barinas solo para morir de viejo abandonado. Sin embargo siempre llegaba una remesa con dinero suficiente todos los meses, para doña Carmelita Suárez. Aquel dinero representaba el honor reconocido por el Libertador, al entregar aquellas cartas tan importantes para el movimiento revolucionario patriótico.