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AA. VV. - Alianzas y propaganda durante el primer franquismo

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AA. VV. Alianzas y propaganda durante el primer franquismo
  • Libro:
    Alianzas y propaganda durante el primer franquismo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Alianzas y propaganda durante el primer franquismo: resumen, descripción y anotación

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Abriendo huecos. Los aliados y el franquismo

ABRIENDO HUECOS.

LOS ALIADOS Y EL FRANQUISMO

Encarnación LEMUS

Universidad de Huelva

Resulta habitual en los textos que analizan el franquismo y, en particular, la larga duración de la dictadura, subrayar su capacidad de adaptación como uno de los factores que hacen posible su pervivencia. También que se señale la comprometida situación del régimen a partir de la victoria aliada en la segunda guerra mundial y, por ello, se destaque el interés por difuminar su apoyo a las potencias del Eje, por orillar el carácter fascista, el cese de Serrano Suñer, el regreso de la División Azul, la aprobación del Fuero de los Españoles y la sustitución de ministros falangistas por otros católicos, entre otras medidas. En los libros de texto se define este periodo como el de la autarquía, caracterizada por el bloqueo económico y el ostracismo, con referencias a las conferencias de Yalta y Potsdam y a la Resolución 39 (I) de la Asamblea General de la ONU en 1946. Y, siendo así, también lo es la permanente disponibilidad que tuvieron los vencedores para pactar con el franquismo y aceptar la pervivencia de la dictadura y del propio Franco, abriéndole un hueco en el bloque occidental.

En realidad, los estudios de distintos especialistas han destacado tanto la porosidad del bloqueo económico como el pragmatismo aliado: la tesis de Martínez Lillo sobre Francia, basándose en la documentación de los NARA Archives del Departamento de Estado, el Foreign Office y el Quai d’Orsay.

En cierta medida, cada vez parecen más acertados los consejos de Carrero Blanco, «orden, unidad y aguantar», un planteamiento que desarrollaba por extenso en dos informes elaborados poco antes de terminar la segunda guerra, en abril y mayo de 1945 respectivamente, en los que manifestaba el convencimiento de que los aliados no tardarían en enfrentarse entre ellos y España podría sacar la mayor ventaja de la rivalidad. Ante la nueva situación, como explica Antonio Téllez Molina, Carrero refiere que España debería buscar un reacomodo internacional que garantizara la subsistencia del régimen y sus condiciones internas, para lo cual:

Nuestra posición es, pues, francamente sólida y puede sintetizarse en estos dos aspectos: Inglaterra y los Estados Unidos nos necesitan, conjuntamente, para luchar contra el imperialismo ruso. Inglaterra y Estados Unidos se disputan nuestra amistad con vistas al futuro, cuando, desaparecido el peligro ruso, sus intereses se encuentren frente a frente.

Este era el texto de abril; la tesis se desarrolla igualmente un mes después y proseguía:

De momento y con urgencia, es el catolicismo y el anticomunismo lo que conviene esgrimir y a lo que hay que sacar todo el partido posible.

Y en la estrategia del reacomodo casi podría decirse que halla el franquismo su esencia, una red de continuas negociaciones enmarañadas —con ambigüedades, cinismo, cesiones, tozudez—, que se teje en la tan traída y llevada guerra del wolframio, en la devolución del oro nazi o en la larguísima negociación de los Pactos de Madrid. Y tal vez ahí esté el quid: en cuánto se trataba de aguantar y en hasta dónde se podía llegar con el reacomodo. Y, si como argumentan estudios impecables, se aguantó hasta caer «en las garras del águila» y se «renunció a todo», una afirmación que refleja con un acierto impactante el pragmatismo por encima de la ideología y, en este caso, tal vez tuviéramos que destacar que ese pragmatismo fue la moneda común de unos y de otros, por parte de los aliados y por parte del régimen franquista.

Los distintos capítulos de este libro aportan más información a estas dinámicas de tira y afloja: la progresiva aceptación del franquismo al hilo del permanente interés norteamericano por mantener las cuotas de intercambio comercial durante y después de la segunda guerra mundial —como observa Arturo López Zapico—; las contemplaciones de los aliados para aplicar la estrategia del Safehaven y beneficiarse de la liquidación de los bienes alemanes —que pormenoriza Carlos Collado Seidel—; el éxito de Carceller para mantener abiertos los conductos comerciales con ambos bandos contendientes —explicado por Francisco Contreras Pérez— y, junto a ello y por ello, la fuerte permanencia del lenguaje político para consumo interno a pesar del reacomodo exterior —como marca Zira Box Varela—; el nulo reconocimiento de los derechos democráticos, representados aquí por la censura aplicada a la prensa, la radio, el libro —véase Manuel Peña— o la cinematografía —especificada por Magí Crusells—, pero también la inagotable imaginación para burlarla, así como la represión de la enseñanza y el no reconocimiento de la libertad de cátedra y la larga vigilancia sobre la ciencia —abordados en el capítulo de Alberto Carrillo-Linares—, dependiente primero de Falange y luego bajo control católico.

Y, a pesar de la bibliografía y de la, cada día mayor, documentación primaria desclasificada, conviene mantener vigente la cuestión de los porqués o, mejor, constatar que los mismos porqués que justificaron la «no intervención» en 1936 aconsejaron la tolerancia en 1945 y la rehabilitación en 1950 y 1953: la defensa de los intereses económicos respectivos —británicos, norteamericanos, franceses—, el miedo a la influencia soviética en la península y la salvaguarda del interés estratégico, es decir, por un lado, los intereses económicos, los elementos ideológicos y los factores militares y geoestratégicos, que fueron siempre de la mano aunque adquiriendo distintos matices y versiones según las coyunturas históricas, y, por el otro, la habilidad del régimen para no atarse hasta el final con los principios ideológicos, su maleabilidad y su falta de empacho en ceder en todo aquello que no implicara la fragmentación del autoritarismo ni la pérdida de los canales para el enriquecimiento de la oligarquía franquista.

En 1936 pesó el miedo británico al ascendiente soviético sobre la península y esa causalidad se mantuvo ante la falta de sintonía entre anglosajones y soviéticos en las conferencias de posguerra, el progresivo avance de la Guerra Fría y el mundo bipolar y, finalmente, el clima bélico entre bloques con la guerra de Corea. El peso de las circunstancias internacionales, que tan claramente percibía Carrero, impulsó la aceptación, pero no solo, ni en el primer momento: los mercados también participaron en ello activamente.

En 1936, como explica Enrique Moradiellos, el principal interés británico en el Mediterráneo occidental era la seguridad de las comunicaciones marítimas y aéreas y del comercio que atravesaba el estrecho de Gibraltar y discurría cerca del sur de España.

En 1939 se volvía a reiterar el interés político-estratégico en la península y, a principios de 1940, se otorgó la concesión de un crédito de 4,5 millones de libras como parte del acuerdo bilateral de comercio y pagos, por el que España se comprometía a invertir una parte de sus ingresos anuales en libras para pagar sus deudas con Reino Unido.

Como eso no sucedió, se mantuvo la actitud de apaciguamiento y, ya en la fase final del conflicto, en diciembre de 1944, el Foreign Office enviaba al Departamento de Estado norteamericano un documento para acordar la política de posguerra, en cuyo primer punto, se leía: «Nuestros intereses estratégicos y comerciales de posguerra requieren una España amiga y en paz». Según Moradiellos, en dicho documento solo se contemplaban el ejercicio de tibias y cautelosas presiones diplomáticas. En el texto también se incluía el siguiente párrafo:

[…] la mejor esperanza para España reside en la modificación del presente régimen en el próximo futuro por medios pacíficos desde dentro de España […]. Sin embargo, la información […] indica que los elementos moderados en España, tanto republicanos como monárquicos, están en una situación de ánimo desfavorable y crece en ellos la tendencia a aceptar el régimen existente en España con todos sus fallos porque al menos parece garantizar orden y seguridad comparativa.

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