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Halldor Laxness - Gente Independiente

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Halldor Laxness Gente Independiente

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Prólogo

Si decimos que Laxness no es un apellido (inexistentes en Islandia) sino el nombre de la granja donde nació, estaremos poniendo ya a nuestro autor en estrecha relación con su tierra y con su tradición literaria. Los islandeses gustan de considerarse a sí mismos una nación literaria desde sus mismos orígenes a finales del siglo IX. De la Edad Media procede la riquísima tradición de las Eddas, más tarde las baladas y las rímur, un tipo de complejísima poesía al estilo antiguo, cantada en melodías que, a quien las oye, inmediatamente le hacen pensar en la más que contemporánea y universal cantante Bjork, y que tienen una presencia constante, aplastante, en Gente independiente: precisamente porque esta novela trata, en buena parte, de la muerte de la antigua Islandia, de aquel país inhóspito creado de la nada por un puñado de colonos pioneros y que a lo largo de los siglos se fue apoyando en su propia literatura para convencerse de que valía la pena seguir viviendo: a través de los siglos oscuros del monopolio danés, un solo barco anual que supuestamente satisfaría todas las necesidades de la isla; o de la gran erupción del siglo XVIII, que acabó con la mitad del ganado y con un tercio de la escasa población. O de la Depresión de 1929, que afectó con especial virulencia a la débil economía del país, limitada a una agricultura que no daba ni para la subsistencia, una pesca que sólo entonces empezaba a buscar mercados extranjeros, y una ganadería de ovejas que representaba lo más importante de la vida rural… de la vida islandesa.

Halldór Laxness, «Halldór el de la granja del Cabo de los Salmones», pues eso significa su nombre, era Guójónsson, o sea «hijo de Guojón» y nació en 1902; un 23 de abril, el día en el que, trescientos años antes, habían muerto las dos máximas figuras de la literatura europea. Comenzó a publicar, en Dinamarca y en danés, antes de los veinte años, y sus últimos escritos vieron la luz muy poco antes de su muerte en 1998. Los dramáticos cambios que se sucedieron en su «vida ideológica» fueron a la par con las inmensas transformaciones que sufrió su país: Laxness pasó de luterano a católico, luego a más que agnóstico (en Gente independiente se ve muy bien), y a comunista sin carné hasta su rechazo del régimen soviético ya en 1963, cuando se había adherido a una forma de pensamiento que se ha dado en llamar «taoísta» y que quizás encuentra su mejor exponente en su novela El concierto de los peces (Brekkukotsannáll), de 1957. Durante setenta años, Laxness fue la principal figura literaria de su país, y todos los escritores actuales islandeses resultan incomprensibles sin él: para seguirlo, para acompañarlo o para enfrentarse a él. El hizo lo mismo con las sagas medievales (hasta el punto de escribir una saga satírica, titulada Gerpla), cuyo estilo, formas de narrar e incluso expresiones habituales, aparecen una y otra vez en las páginas de nuestro escritor: sea la expresión «fin de la historia», título del último de los capítulos, generalmente breves igual que en las sagas, o las fórmulas que marcan la transición a un nuevo tema al comienzo de algunos capítulos, o esa alternancia de pasados y presentes, o la indefinición de los estilos directo e indirecto, recursos todos ellos que pueden resultarnos extraños.

Laxness fue siempre un escritor comprometido social y políticamente, algo frecuente en las literaturas nórdicas. Y Gente independiente es más que comprometida: no sólo frente a la situación social, económica y política del país y sus cambios, también frente a la «Islandia eterna» de ovejeros, granjeros (pegujaleros, traduce Mazía, en un magistral hallazgo léxico) y poetas. La tensión entre los poemas al estilo antiguo y los modernos, tan presentes en el libro, es un reflejo directo de las alteraciones que, en aquellos momentos, estaban haciendo tambalearse las más antiguas tradiciones del país; igual que las ovejas mismas, eje central del libro, al decir del mismo Laxness: de una economía pastoril donde nada hay más importante que las ovejas, donde se puede dejar morir a la mujer y a los hijos para intentar salvar una sola cordera (aunque el cristianismo está ahí, para servir de apoyo a la aberración), o donde es posible echar de casa a una hija y dedicar las horas a vigilar el ganado para protegerlo de cualquier peligro. Suele considerarse Gente independiente como una novela del realismo socialista, pero va más allá de éste, al que Laxness mismo criticó por lo simplista de sus planteamientos. Igual que en las sagas medievales, los malos nos resultan a veces simpáticos y siempre comprensibles, los buenos nos pueden, a veces, hasta asquear: como el mismo Bjartur de la Casa Estival, un personaje de los más impactantes que ha producido la literatura occidental en todo el siglo XX. Además, y aunque sin grandes alharacas, Laxness fue también un innovador formal: fíjese el lector en cómo en toda la historia no abandona ni un momento a Bjartur; si acaso, hacia el final, por su hijo y supuesto sucesor (en realidad, no lo será, pues ha de seguir los nuevos rumbos de los tiempos). Nunca sabemos qué dicen, qué piensan, qué hacen en Utirauósmyri, o en cualquier otro sitio: en cierto modo, la historia es independiente, libre, igual que Bjartur, a quien está permanentemente ligada: como el destino de Islandia al de sus más humildes ciudadanos. Observe la dificultad, a veces, para saber quién está narrando; considere al autor y su relación con su obra, vea cómo, de vez en cuando, sin que se note mucho, se entromete en la historia misma y la convierte en relato. Puede ser difícil leer Gente independiente, dejándose llevar por la tragedia, por el humor y la ironía de la historia de ese hombre que sólo busca su propia independencia, y al mismo tiempo fijarse en las aportaciones formales, estilísticas, compositivas, del escritor islandés, quien recibió el premio Nobel en 1955 por una obra que, sin duda, con su crudeza y su progresismo indudables, da voz al idealismo sobre el futuro del ser humano.

Una nota sobre la revisión

Floreal Mazía es uno de los grandes traductores argentinos de la segunda mitad del siglo XX, que vertió al español desde Truman Capote o Joseph Conrad hasta obras fundamentales del psicoanálisis y trabajos clásicos de Karl Marx. A su versión de Gente independiente sólo se le puede poner un reparo, que no es achacable al traductor: está hecha sobre una traducción inglesa, y no sobre el original; y realmente, cuando se publicó este libro habría sido más que difícil encontrar alguien capaz de traducir del islandés al castellano. La versión de Mazía adolece de los defectos de la inglesa, y del aumento de la distancia entre original y traducción que es inevitable en estos casos. Por una de esas razones insondables que demasiadas veces llevan a «reorganizar» un texto literario para, supuestamente, hacerlo, quizá, más fácil de leer, o menos alejado de las formas de escribir bien trilladas a las que se supone que están acostumbrados los lectores (anglosajones, en este caso), se modificaron algunos elementos básicos de la forma de escribir de Laxness: frases «demasiado largas» se convirtieron en una multitud de otras más breves, destruyendo el efecto de brutal acumulación que, con plena conciencia, buscaba el autor islandés; algo parecido llevó al traductor norteamericano (o a su editor, que nunca se sabe) a abreviar poemas -que tienen un papel fundamental en la obra- o incluso a quitar algunos, como el capítulo completo titulado «Panegírico»; o a sustituir una pesada, violenta, casi anonadante acumulación de nombres de ovejas por la anecdótica mención de sólo cuatro o cinco de ellas. O a unificar en pasado lo que el escritor islandés, siguiendo una tradición que se remonta a las sagas, narraba en presente para otorgarle una presencia real, en aquel momento de la historia, frente a un relato que formaba el trasfondo, en alternancia a veces compleja, pero siempre pensada, de presentes y pasados. Tampoco podía saber Floreal Mazía a qué correspondían en la cultura islandesa de principios del siglo XX los términos ingleses utilizados para hacer referencia a cargos administrativos, organizaciones, incluso meros puestos honoríficos: el traductor argentino caminaba en estos terrenos, como en el de los pesos y medidas islandeses de la época, casi completamente a ciegas. Además, Laxness introdujo algunos cambios, en sucesivas ediciones de su obra, que lógicamente no pudieron tener cabida en esta traducción: se han reincorporado, pues, al texto tales modificaciones. De manera que la revisión ha consistido, no en una mejora del texto castellano, ni en la corrección de errores -que no los había-, sino en una aproximación al original islandés. Esperamos, al menos, que con las modificaciones no hayamos estropeado la magnífica versión del traductor argentino.

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