Freaks.
La Historia del Circo Barnum
Título: Freaks. La Historia del Circo Barnum
Autor: © Marc-Pierre Dylan
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A Margarita Batho. Por la foto.
Y por todo lo demás.
Pasen y vean, damas y caballeros, niños y niñas, jóvenes y ancianos… Pasen y vean, asistan a los mayores prodigios, a las más increíbles demostraciones, al más fabuloso de los relatos.
Pasen y vean, señores y señoras, y cuéntenselo a sus vecinos, a sus familiares, a cualquiera que tenga oídos para escucharle y corazón para viajar a un país de fantasía. Cuéntenselo a todos, que sepan que el mayor espectáculo del mundo, el más escalofriante, el más inolvidable, está hoy en su ciudad.
Pasen y vean, por sólo unas monedas, menos de lo que les costaría tomarse una limonada, fenómenos que se graban en su memoria y jamás podrá olvidar. Monstruos venidos de tierras lejanas, de lugares donde los hombres aún persiguen bestias para cazarlas con sus propias manos, de mundos que son este mismo pero no lo parecen.
Pasen y vean, damas y caballeros, y observen con sus propios ojos seres que jamás pensó que existieran. Venga usted, joven, si es que se atreve, a clavar sus ojos en los del gusano humano… ¿Cree que tendrá las suficientes agallas? Y traiga a su adorable esposa para que ella conozca a los famosos hermanos siameses, dos personas unidas, dos seres distintos atrapados en un mismo cuerpo que los seducirán con sus invenciones e historias.
Pasen y vean, todos ustedes, asistan a proezas como jamás pensaron que pudieran existir. Vean al hombre más fuerte del mundo, nuestro vikingo particular, que ha llegado desde la misteriosa Islandia sólo para mostrarles el poder de los gigantes. Pásmense ante las contorsiones de la bella Liara, y sientan cómo su corazón se encoge con las acrobacias de las hermanas voladoras.
Pasen y vean, todos ustedes… También usted, y usted… Y aquella familia, puede venir al completo, hay diversión para todos… Pasen y vean… Vean por ustedes mismos criaturas que les harán temblar de terror. Vean al hombre serpiente, a las pequeñas niñas sin cabeza. Desterníllense con los chistes del hombre más pequeño del mundo, y estremézcanse con la piel historiada del hombre que es sólo tatuaje. Y después, si aún tienen fuerzas, prepárense para asistir a los mayores prodigios… El hombre que se come, delante de toda esta ciudad, un pollo entero…, Los graciosos niños-lobo, el faquir que duerme sobre camas de pinchos, y la estremecedora mujer barbuda.
Pasen y vean, damas y caballeros, vivan la más fascinante de las experiencias, sólo por diez centavos, sí, señores, han oído bien…, por diez centavos, acompáñennos en este maravilloso viaje hasta tierras desconocidas, donde lo imposible y el espectáculo se dan la mano.
Pasen y vean, niños y niñas, señores y señoras… Pasen y véanlo por sí mismos… No permitan que nadie se lo cuente, no dejen que su vecino o amigo llegue antes que usted y le destroce las sorpresas.
Pasen y vean, ciudadanos… Todos sus sueños y muchas de sus pesadillas se esconden más allá de esta puerta. Más de cien mil asombros les esperan. Más de mil espantos, sustos y temblores. Todo lo que desean para conseguir un día inolvidable.
Pasen y vean… Vengan con nosotros… Sean tan amables de acompañarnos durante este día, sean tan amables de ser nuestros invitados… El Circo Barnum les acogerá con los brazos abiertos, y quedará para siempre en su memoria.
El silencio de aquella multitud es absoluto. Sólo se escuchan los hipidos ahogados de algunos sollozos, y el respirar, casi en sincronía, de tantas personas.
Es el día 10 de abril del año 1891, y el siglo XIX está a punto de consumirse. Y con él se marcha una forma de vida, una filosofía, que jamás podrá ser recuperada. Ese final queda simbolizado en la muerte de aquel que mejor supo sacar partido de ese tiempo.
Termina el inolvidable responso del sacerdote, unas palabras que a todos los que las escucharon, a las miles de personas que estaban allí, oyéndolas en respeto y silencio, se les clavaron poco a poco en el alma. Entonces seis personas portan en sus hombros el ataúd que lleva el cadáver, el cuerpo del hombre por el cual todos se han reunido en Bridgeport, una pequeña localidad del estado de Connecticut.
El pequeño féretro va avanzando entre la multitud, al día siguiente los periódicos hablarán de más de quince mil personas, algunos incluso arriesgarán la cifra de cincuenta mil. Todos ellos, en silencio, se disponen a escoltar al hombre inolvidable en su último viaje, ese que lo llevará hasta el cementerio de Mountain Grove. Un lugar que él mismo, años antes, había diseñado. Como tantas otras cosas.
En esto también fue pionero.
Así que allá van, caminando, poco a poco. Y cualquiera que estuviera allí aquel día, cualquiera de los millones que juraron después haber estado allí aquel día, se unía al sentimiento de todos. Con la idea común de haber quedado un poco huérfanos.
Justo detrás del ataúd se puede ver a dos hermanos y dos hermanas, iguales entre sí, caminando de forma un poco extraña, casi a saltitos, unidos desde siempre por una lengua de carne en su costado. Más atrás, hay toda una familia de personas con la piel completamente cubierta de pelo, una reunión de hombres-lobo que asustaría a cualquier chaval en una noche de tormenta. Y todos tienen el vello de las mejillas húmedo, por las lágrimas.
Al paso de la comitiva un anciano saluda, sonríe, se lleva a la boca un muslo de pollo asado y, mientras lo muerde, murmura unas palabras de despedida.
Más atrás, aparece casi un gigante, medirá más de dos metros y diez centímetros, y va vestido completamente de negro. Junto a él, un niño con cara de adulto, o un adulto con cuerpo de niño, apenas medio metro, con un traje similar al de su compañero, pero muy inferior en talla. Al lado de su cabeza se agita, pausada, una mano con sólo dos dedos, que parece la tenaza de algún cangrejo.
Ahora el ataúd se abre paso por entre un estrecho pasillo de gente, que se retira sólo unos centímetros antes de que la caja les toque. Personas extrañas, allí se ve a uno que tiene una cabeza más pequeña encima de la suya propia, más allá una mujer con rostro de pájaro, y dos hombres, casi iguales, cada uno con dos bocas. Detrás de ellos, con una expresión triste en el rostro, camina un anciano, pelo blanco, barba blanca, dos o tres dientes menos, un enorme cuerno en su frente.